La prensa brasileña tiene que decir la verdad en las elecciones
11 de Septiembre de 2018

La prensa brasileña tiene que decir la verdad en las elecciones

El investigador del Observatorio de la Ética Periodística (objETHOS) en Brasil, Rogério Christofoletti, analiza el papel de los medios de su país ante la creciente polarización política que se vive de cara a las elecciones presidenciales.
Fotografía: "Un país dividido", Leonardo Veras en Flickr | Usada bajo licencia Creative Commons
Rogério Christofoletti

(Texto original em português abaixo).

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En menos de 30 días, más de 147 millones de brasileños van a las urnas para las elecciones más importantes de los últimos treinta años. La primera prueba de la redemocratización fue en 1989, cuando volvimos a elegir directamente al presidente de la república. Desde entonces, hubo 13 elecciones para cargos ejecutivos y parlamentarios, diversas crisis políticas y económicas, y dos procesos de impeachment. Las elecciones de este año son las más importantes porque ocurren en un clima inédito de tensión y polarización política, y los resultados van a indicar hacia dónde sigue el mayor país de América Latina: se retoman la esperanza y el desarrollo económico, o se hunde más en el pesimismo y el retroceso.

El periodismo tiene un papel importante en este momento dramático de la vida social brasileña, y este necesita tomar decisiones pronto. Tal vez la primera de ellas sea justamente insistir en lo que debería ser su principal fundamento: decir la verdad.

Una de las críticas que se pueden hacer a los medios de comunicación más tradicionales es que ellos no vienen llamando las cosas por su nombre. Los periodistas insisten en llamar al grupo de partidos aliados del candidato Geraldo Alckimin de "Centrão", ¡pero esos políticos no son de centro! Son de derecha y tienen plataformas electorales conservadoras. Los periodistas repiten que el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva está preso por corrupción, pero nada se habla de la fragilidad de las pruebas y del manejo cuestionable del proceso en la justicia. Los periodistas hablan de impeachment de la ex presidenta Dilma Rousseff y no de un golpe traicionero de su exvice, Michel Temer, en complot con la elite económica, los medios hegemónicos y el Poder Judicial.

En tiempos de agudización de la polarización izquierda-derecha y de una gran ola de odio político, la sociedad brasileña convulsiona. También son tiempos de post-verdad y fact-checking, pero antes incluso de verificar hechos, los medios necesitan decidir de qué lado están: si del establishment o de la mayoría de la población. Los medios necesitan definir si producen noticias para complacer a los especuladores que apuestan en el peor escenario para obtener sus ganancias y mantener sus ventajas, o se enfrentan a las presiones comerciales y políticas para informar al otro 99% de los brasileños.

Violencia y militarismo

A pocas semanas de la votación del 7 de octubre, Brasil vive una situación surrealista: quien ocupa el primer lugar en las encuestas está preso, y el segundo, en el hospital. Con el 31% de intención de voto, el izquierdista Lula hasta intentó acreditarse para disputar las elecciones, pero el Tribunal Superior Electoral (TSE) abortó sus planes. El líder de extrema derecha Jair Bolsonaro, con al menos un quinto del electorado, sufrió un atentado con cuchillo, y no podrá hacer campaña en las calles para la primera vuelta. En marzo, los autobuses de la caravana de Lula fueron alcanzados por tiros en el sur de Brasil. Dos semanas antes, en Río de Janeiro, criminales ejecutaron a la concejal Marielle Franco, que defendía los derechos humanos y los movimientos sociales. Hasta hoy no se sabe de los asesinos y quienes les dieron órdenes.

En las redes sociales, los electores se agreden mutuamente y hay un clima de intensa hostilidad. En Río de Janeiro, la intervención federal decretada en febrero no redujo la criminalidad, y en São Paulo, el crimen organizado aterroriza. Con un panorama de inseguridad como éste, crece el temor de que no tendremos elecciones este año, y eso no es totalmente imposible.

Paulatinamente, los medios vienen abriendo espacio para manifestaciones de militares. Antes de la anunciada prisión de Lula, el principal telediario del país (Jornal Nacional / TV Globo) reprodujo un tweet amenazador del comandante del Ejército, Eduardo Villas Boas. ¡Un tweet! Bolsonaro ni había salido del centro quirúrgico y su candidato a vice, el general Hamilton Mourão, atribuyó el atentado al Partido de los Trabajadores (PT). Un detalle: el mismo general Mourão ya había defendido en los periódicos un golpe militar en el país. Otro detalle: en una reciente entrevista, el comandante del Ejército justifica que los perdedores de esas elecciones no reconozcan el resultado, poniendo más gasolina en la hoguera. Bolsonaro es un diputado exmilitar. En todos estos episodios, los medios no solo dieron espacios generosos a declaraciones explosivas e incendiarias, sino que también normalizaron la presencia de militares en el escenario político. La dictadura militar en Brasil fue de 1964 a 1985, fue sanguinaria y asesina, y hace décadas la sociedad se había convencido de que la democracia y el militarismo no pueden ser conjugados en la misma frase.

Medias verdades y silenciamientos

El paisaje brasileño en esas elecciones de 2018 es de tierra arrasada. El clima generalizado es de desaliento y descrédito en todas las instituciones. El presidente de la República Michel Temer tiene una reprobación récord del 82% de la población, el Poder Judicial es cuestionado por sus decisiones contradictorias y ni los medios escapan. Los sectores de la derecha y de la izquierda acusan a la prensa de trato desigual y manipulación informativa.

Como era de esperarse, el atentado a Bolsonaro permitió, por ejemplo, que una parte de los medios atenuara su comportamiento agresivo. Los titulares de algunos periódicos anunciaron que el crimen había sido contra la democracia, y evitaron recordar las declaraciones racistas, homofóbicas y que incita violencia del herido candidato. La vinculación de la democracia a un candidato de extrema derecha que días antes predicaba el fusilamiento de sus adversarios del PT es un peligro para la política y la verdad.

Medios que normalicen la persecución jurídica de algunos candidatos, que abran espacio para el militarismo y las fuerzas violentas, y que no llamen a las cosas por su nombre, son medios antiéticos. Es cinismo hacer fact-checking de declaraciones que incitan a la violencia y difunden el odio a los adversarios. Mejor sería no publicar tales manifestaciones, impidiendo el esparcimiento de tanto veneno social.

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Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.

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A mídia brasileira tem que dizer a verdade nas eleições

Rogério Christofoletti

Pesquisador do Observatório da Ética Jornalística (objETHOS), Brasil

Em menos de 30 dias mais de 147 milhões de brasileiros vão às urnas para as eleições mais importantes dos últimos trinta anos. O primeiro teste da redemocratização foi em 1989, quando voltamos a eleger diretamente o presidente da república. Desde então, houve 13 eleições para cargos executivos e parlamentares, diversas crises políticas e econômicas, e ainda dois processos de impeachment. As eleições deste ano são as mais importantes porque acontecem num clima inédito de tensão e polarização política, e os resultados vão indicar para onde segue o maior país da América Latina: se retoma a esperança e o desenvolvimento econômico ou se afunda mais no pessimismo e no retrocesso.

O jornalismo tem um papel importante neste momento dramático da vida social brasileira, e ele precisa fazer e assumir escolhas. Talvez a primeira delas seja justamente insistir naquilo que deveria ser o seu principal fundamento: falar a verdade, doa a quem doer.

Uma das críticas que se pode fazer aos meios de comunicação mais tradicionais é que eles não vêm chamando as coisas pelos seus verdadeiros nomes. Jornalistas insistem em chamar o grupo de partidos aliados do candidato Geraldo Alckimin de “Centrão”, mas esses políticos não são de centro! São de direita e têm plataformas eleitorais conservadoras. Jornalistas repetem que o ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva está preso por corrupção, mas nada se fala sobre a fragilidade das provas e da condução questionável do processo na justiça. Jornalistas falam de impeachment da ex-presidente Dilma Rousseff e não de um golpe traiçoeiro de seu ex-vice, Michel Temer, em conluio com a elite econômica, a mídia hegemônica e o Poder Judiciário.

Em tempos de acirramento da polarização esquerda-direita e de uma grande onda de ódio político, a sociedade brasileira convulsiona. São também tempos de pós-verdade e fact-checking, mas antes mesmo de verificar fatos, os meios precisam decidir de que lado estão: se do stablishment ou da maioria da população. Os meios precisam definir se produzem notícias para agradar os especuladores que apostam no pior cenário para obter seus lucros e manter suas vantagens ou se enfrentam as pressões comerciais e políticas para informar os outros 99% dos brasileiros.

Violência e militarismo

A poucas semanas da votação de 7 de outubro, o Brasil vive uma situação surreal: o primeiro colocado nas pesquisas está preso e o segundo, no hospital. Com 31% de intenção de votos, o esquerdista Lula até tentou se credenciar para disputar as eleições, mas o Tribunal Superior Eleitoral (TSE) abortou seus planos. O líder de extrema-direita Jair Bolsonaro, com ao menos um quinto do eleitorado, sofreu um atentado a faca, e não deve fazer campanha nas ruas no primeiro turno. Em março, os ônibus da caravana de Lula foram atingidos por tiros no sul do Brasil. Duas semanas antes, no Rio de Janeiro, criminosos executaram a vereadora Marielle Franco, que defendia os direitos humanos e os movimentos sociais. Até hoje não se sabe dos assassinos e seus mandantes.

Nas redes sociais, os eleitores se agridem mutuamente e há um clima de intensa hostilidade. No Rio de Janeiro, a intervenção federal decretada em fevereiro não reduziu a criminalidade, e em São Paulo, o crime organizado aterroriza. Com um panorama de insegurança como esse, cresce o temor de que não teremos eleições este ano, e isso não é totalmente impossível.

Paulatinamente, os meios de comunicação vêm abrindo espaço para manifestações de militares. Antes da anunciada prisão de Lula, o principal telejornal do país (Jornal Nacional/TV Globo) reproduziu um tweet ameaçador do comandante do Exército, Eduardo Villas Boas. Bolsonaro nem havia saído do centro cirúrgico e seu candidato a vice, o general Hamilton Mourão, atribuiu o atentado ao Partido dos Trabalhadores (PT). Um detalhe: o mesmo general Mourão já havia defendido um golpe militar no país. Outro detalhe: em entrevista recente, o comandante do Exército naturaliza que os perdedores dessas eleições não reconheçam o resultado, colocando mais gasolina na fogueira. Em todos esses episódios, a mídia não só deu espaços generosos a declarações explosivas e incendiárias, mas também naturalizou a presença de militares no cenário político. A ditadura militar no Brasil foi de 1964 a 1985, foi sanguinária e assassina, e há décadas a sociedade havia se convencido de que democracia e militarismo não podem ser conjugados na mesma frase.

Meias verdades e silenciamentos

A paisagem brasileira nessas eleições de 2018 é de terra arrasada. O clima generalizado é de desalento e descrédito em todas as instituições. O presidente da República Michel Temer tem reprovação recorde de 82% da população, o Poder Judiciário é contestado diante de suas decisões contraditórias e nem a mídia escapa. Setores da direita e da esquerda acusam a imprensa de tratamento desigual e manipulação informativa.

De forma esperada, o atentado a Bolsonaro permitiu, por exemplo, que uma parte da mídia atenuasse seus traços agressivos. As manchetes de alguns jornais anunciaram que o crime havia sido contra a democracia, e se calaram sobre suas declarações racistas, homofóbicas e que incitam violência. A vinculação da democracia a um candidato de extrema-direita que dias antes pregava o fuzilamento de seus adversários do PT é um perigo para a política e para a verdade.

A mídia que naturaliza a perseguição jurídica de alguns candidatos, que escancara espaço para o militarismo e forças violentas, e que não diz as coisas pelos seus nomes é uma mídia antiética. É cinismo fazer fact-checking de declarações que incitam a violência e difundem o ódio aos adversários. Melhor seria não publicar tais manifestações, impedindo o espalhamento de tanto veneno social.

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