“Si el fin de los tiempos es producto de nuestra imaginación, tal vez aún podamos cambiar su curso”. Esta afirmación esperanzadora no la hace cualquiera: es de Bruno Patiño, ensayista francés, presidente de la cadena de TV franco-alemana ARTE y profesor asociado de la escuela Sciences Po, quien ha estudiado a profundidad la relación del ser humano con el mundo digital. En Submersión, su más reciente libro, reflexiona sobre la posibilidad de despertar del “perpetuo amanecer” de esta realidad digital por la que vivimos casi siempre conectados, entregando nuestros datos y nuestro criterio a la elección de las máquinas. Con lirismo y sin catastrofismos, Patiño explora cómo la conexión permanente nos mantiene a la vez dormidos y despiertos, cual centinelas que vigilan el sueño de las pantallas. La consecuencias de esto van más allá del discernimiento o el gusto personal: en la economía de la atención de las redes sociales, juegan un papel crucial las emociones, y desde las emociones se han erigido gobernantes totalitarios o se ha coronado la ultraderecha en varias democracias del mundo. Patiño habló sobre estos y otros temas en Bogotá, en el marco del Festival Gabo 2024.
—Uno de los problemas más graves que has señalado en tus ensayos y entrevistas tiene que ver con la delegación de decisiones a partir de los algoritmos que nos calculan, estudian y recomiendan cosas (como en Spotify, Netflix, etcétera). ¿Crees que el mundo digital está deteriorando nuestra capacidad de discernir?
Si miras a nuestro pasado reciente, es increíble tener acceso a tantos textos, imágenes y sonidos. Pero, poco a poco, ha resultado muy complicado escoger, tomar la decisión así nomás y escoger entre 41.000 programas y 100 millones de títulos. Entonces hemos delegado nuestra elección al cálculo, a los algoritmos, que se basan en la economía de datos. Para nosotros resulta muy fácil que una máquina nos proponga cosas. No nos estamos dando cuenta de que muchos dominios de nuestra elección están reposando sobre el cálculo, y el cálculo es una versión muy reducida de nosotros. Me parece que, poco a poco, no el mundo digital, sino la economía de los datos, nos produce un entorno reducido y que está disminuyendo nuestra capacidad de discernimiento.
—¿Cuáles son las principales consecuencias de eso?
La principal consecuencia para mí es una paradoja. Si miras bien, nunca hemos delegado tanto al cálculo múltiples elecciones en nuestra vida. Al mismo tiempo, tampoco nunca hemos delegado a nuestras emociones decisiones que tomamos cada día. Es como si hubiese una paradoja entre el aumento del ámbito del cálculo y el aumento de nuestros recursos a la emoción. En realidad, esto me parece una consecuencia un poco negativa: todo lo que se refiere al pensamiento, al uso de la racionalidad está disminuyendo: de un lado, a causa del cálculo; del otro, a causa de la emoción.
—En tu último libro, Submersión, haces un análisis de nuestra vida hiperconectada a la luz de las pantallas y la describes como una especie de perpetuo amanecer, de día eterno. ¿Podemos dormir o descansar de esta realidad?
Creo que poco a poco hemos perdido la noche, como digo. Es el hecho de estar desconectados de nuestra realidad cotidiana, estar en el sueño y en los sueños al mismo tiempo. Las pantallas, que siempre están conectadas, siempre nos mandan notificaciones y producen un alba eterna. Por supuesto, es una imagen; pero nunca tenemos una distancia de nuestra realidad conectada que nos solicita a cada rato. Ese momento de distancia, ese momento de descanso se ha vuelto algo muy escaso que tenemos que conquistar de nuevo.
—¿Puede la información ayudarnos a despertar de ese perpetuo amanecer?
La información es algo muy extraño. Es compartir una realidad basada sobre los hechos, pero esa realidad común nos permite debatir y actuar como ciudadanos. La información no solamente es una narrativa, sino una narrativa basada sobre los hechos y también una narrativa compartida. En este momento estamos viendo cómo las fronteras entre los hechos, las emociones, las opiniones e incluso la ficción se están borrando poco a poco. Este primer rasgo está en peligro. El segundo rasgo de la información que está en peligro es el hecho de poder ser compartida. Muchos han hablado de las burbujas individuales que existen. Pero, ahora bien, con la inteligencia artificial esas burbujas van a ser totalmente individuales. ¿Qué quiere decir? Cuando ya no sabemos muy bien dónde queda la frontera entre un hecho y una ficción, y de otro lado cuando esa narrativa no es compartida con nadie. Pienso que nuestra capacidad de vivir juntos está verdaderamente puesta en peligro. Nunca ha sido tan necesario el periodismo como hoy en día, pero tampoco nunca ha sido tanto el peligro como hoy en día. Este Festival, que comparte la necesidad del periodismo, en realidad comparte la necesidad de vivir juntos en una manera pacificada.
—En tu libro La civilización de la memoria de pez, hablas de los métodos para crear adicción de la industria del juego que de alguna manera se aplican a los de las redes sociales. ¿En la actualidad hay un problema de adicción a las redes sociales?
Por supuesto que hay una adicción a las pantallas, ya todos lo sabemos. Cuando escribí este libro, hace como siete años, éramos pocos en decirlo. Ahora, si le preguntas a cualquier persona, te va a decir “sí, tengo una relación muy adictiva con mi celular”. Esa adicción no es un producto de la tecnología, sino un producto de la tecnología a la cual se añade un modelo económico: el de la economía de la atención, un modelo basado sobre el tiempo que pasamos en las redes sociales. Las redes utilizan herramientas para que nosotros seamos dependientes de ellas y pasemos mucho tiempo mirando las pantallas. La adicción no es la única consecuencia de este mecanismo, también es que se organizan los mensajes sobre la base de la eficiencia económica. Y los mensajes más eficientes desde el punto de vista económico son los mensajes emocionales, así que no solamente producen una dependencia personal a la pantalla, sino una polarización colectiva, que estamos viviendo hoy en día de manera absolutamente obvia. Si miras bien cómo ha cambiado la vida política en muchos países, incluso en el mío, la emoción es esa conversación permanente, ya es una base del espacio público político que estamos viviendo.
—¿Cómo ves el uso de las redes sociales y plataformas digitales en contextos electorales?
Para algunas fuerzas políticas las redes sociales son el instrumento con el cual soñaban, porque te permite dirigirte directamente a la gente y más que todo dirigirte a esa gente manejando las emociones. Algunos tipos de fuerzas políticas tienen un uso extraordinario de esas redes sociales y las convierten en un modo de conquista del poder y en un instrumento de desestabilización permanente. Hay fuerzas políticas que se basan sobre proyectos a medio y largo plazo, otras que se basan sobre la estabilización y la movilización emocional permanentes. En Sudamérica es evidente, pero también en Norteamérica y en Europa. Si a esto se suma, como en Europa, que potencias extranjeras utilizan también esos instrumentos para desestabilizar los regímenes democráticos, tenemos un problema verdadero.
—Al leerte, uno encuentra referencias a la cultura pop, a obras clásicas de la literatura, del cine, la televisión... Son ensayos que mezclan, en la tradición de Montaigne. ¿Qué obras te han inspirado o ayudado en tu camino como ensayista?
Me gusta mucho mezclar las referencias culturales. Podría decir miles de referencias, porque vivimos en una cultura mixta, extraordinaria, en la que están los grandes clásicos, la cultura pop, la cultura actual. Pero, apuntando a mi último libro, podría decir que, si se busca a los grandes clásicos, de manera obvia, El Quijote es muy importante; pero también el filósofo francés Emmanuel Levinas, que habló de la cara del otro para decir que, para encontrarnos con alguien, tenemos que enfrentarnos con su cara y no una versión reducida de su cara. Y si vamos a los referentes pop, me gustan mucho los de la televisión norteamericana de los años 60 y 70.
—Volviendo al tema de internet y la realidad digital, en tu libro afirmas que no eres un tecnófobo ni nada por el estilo. Dices que “si el fin de los tiempos es producto de nuestra imaginación, tal vez aún podamos cambiar su curso”. ¿Qué crees que se necesita para eso?
Primero, como dices, a mí me gusta la tecnología; segundo, no pienso que exista un determinismo tecnológico. La tecnología cambia las cosas, deja terrenos abiertos, y después la política, la movilización social, la movilización de los seres humanos cambian esos terrenos o los hacen cambiar. Entonces nunca voy a hablar de un futuro distópico. Pienso que estamos en un periodo de transición, que hay sitio y lugar para la movilización política y la movilización del cuerpo social. Pero, si tuviese que terminar con una idea, en mi ensayo pienso que en esa revolución tecnológica existen dos fuerzas diferentes que están actuando. Una fuerza que nos junta a la humanidad, la fuerza de la red universal, esa red universal viene con mucha utopía, y esa utopía verdaderamente me gusta. Pero después vino la economía de los datos, el capitalismo de los datos, que, sin límites, puede mandarnos a una sociedad de vigilancia absoluta. De esa sociedad creo que tenemos que tener mucho cuidado. Tenemos que luchar para restringir un poco el efecto de la economía de los datos, que, si no, nos van a calcular completamente, y no nos van a dejar libres. Pero ojo, pienso que hay mucho espacio para la utopía de la red todavía.