Se da por sentado que un periodista, a la hora de escribir, debe hacerlo siguiendo la norma de “las tres C”: claridad, concisión y corrección. Pero cuando nos encontramos en un ambiente polarizado la situación exige una C más, la de cuidado.
No se trata de someterse a otra C, la de censura previa. Pero si queremos mantenernos dentro de una pretendida “honestidad subjetiva” –somos sujetos, no objetos, por lo tanto solo podremos ser subjetivos y la idea es serlo desde la mayor honestidad posible–, debemos evitar caer en el discurso y, por ende, el léxico, de cada uno de los bandos enfrentados.
Muchas de estas palabras son de nuevo cuño. Por ejemplo, en Venezuela, el chavismo empezó a usar guarimba para hablar de manifestaciones violentas y guarimberos para designar a las personas que estaban en ellas. Pero fueron generalizando el término y ahora, las palabras manifestación y manifestantes están desaparecidas de su vocabulario, creando la idea de que toda manifestación que hay en el país es violenta.
En la oposición empezó a aparecer el término régimen para referirse al gobierno de Nicolás Maduro. Su uso se ha generalizado en medios internacionales que han tomado una postura editorial clara –y en contra–, con respecto al mandatario.
En el Diccionario de la Lengua Española, régimen se define como “sistema político por el que se rige una nación”. En el Panhispánico de Dudas también aparece como “sistema político”. Bajo esta premisa podría referirse a cualquier tipo de gobierno, pero se ha generalizado su uso para denominar a sistemas políticos autoritarios o dictatoriales. Y si no, tomen la tarea de buscar cuántas noticias hay en las que se hable del “régimen de Justin Trudeau”, por poner solo un caso.
El orden de los factores sí altera el resultado
Aquello de que “el orden de los factores no altera el producto” tiene sus excepciones en la lengua española. No es lo mismo hablar de políticos presos que de presos políticos. El caso más claro es el del dirigente de Voluntad Popular Leopoldo López. El chavismo suele referirse a él como político preso. En cambio, la oposición lo califica de preso político.
No es un caso exclusivo de Venezuela. Recientemente, en España, hemos visto el mismo juego semántico. Desde los medios del Estado o que se han posicionado en la línea de éste, se habla de políticos presos al hablar de los independentistas catalanes, mientras que desde el nacionalismo catalán se habla de presos políticos.
En estos contextos, las redes sociales sirven de abono para la polarización. Así, se ven auténticas peleas en las que se debate, por ejemplo, un titular que lleva el verbo matar y se reclama que se sustituya por asesinar, su sinónimo.
También se tiende a usar términos que no se ajustan del todo a la realidad, por muy dura que sea ésta. Bien porque querer llamar la atención sobre un hecho grave, y agrandarlo, bien por significarse políticamente en uno de los bandos. Por ejemplo, ocurre que al hablar de la crisis alimentaria que vive Venezuela hay quienes la califican de hambruna. Si bien es cierto que la situación es crítica, hay que tomar con pinzas la palabra.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), se considera hambruna “la carencia grave de alimentos, que casi siempre afecta un área geográfica grande o un grupo significativo de personas. La consecuencia, generalmente, es la muerte por inanición de la población afectada, precedida por una grave desnutrición”. Hay quienes se agarran de esta definición. Pero se debe mirar más allá.
La FAO acude a tres factores principales: que exista una carencia extrema de alimentos para un número elevado de personas; que las tasas de malnutrición aguda excedan el 30% de la población; que, cada día, la tasa bruta de mortalidad sobrepase dos personas por cada 10.000, lo que se traduce en miles de muertos al día por hambre.
A los periodistas nos toca buscar a expertos, asesorarnos. Porque, en casos como éste, no sólo se pone nuestra integridad profesional por estar de devaneo con alguno de los polos, sino que se pone en juego mucho más.
La experta en nutrición Susana Raffalli se ha convertido en fuente necesaria para hablar de este tema en el país. Ha documentado y denunciado enérgicamente los casos de desnutrición infantil en el territorio venezolano y en numerosas ocasiones ha pedido no hablar de hambruna. “Los diagnósticos humanitarios sin rigor técnico nos desacreditan mucho en el sistema humanitario internacional, desencadenan respuestas inapropiadas y desproporcionadas que hacen daño y bloquean la apertura de las que sí son relevantes”.
Pues eso: claridad, concisión, corrección... Y cuidado.
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