La desinformación en Internet se ha convertido en un agente de contaminación del debate público y en una amenaza para la generación y la distribución del conocimiento de las sociedades contemporáneas.
El problema con el flujo de información en la World Wide Web va más allá de las fake news, cuya atención parece más una moda actual derivada de los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de Norteamérica, en noviembre de 2016, que del análisis de un fenómeno mucho más complejo.
Los estudios realizados por el Laboratorio de Ciencias Sociales Computacionales del IMT de Lucca, Italia, realizados de 2010 a 2014 demostraron el riesgo que la desinformación en medios sociodigitales ha alcanzado tal nivel, que el World Forum lo ha enlistado como una de las principales amenazas de la humanidad.
A esos datos se suman los resultados de la investigación realizada por especialistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts y Twitter, publicados en marzo pasado, que exponen cómo la desinformación se distribuye a mayor velocidad que la información sustentada, comprobable y verificada en medios sociodigitales.
Sin embargo, la percepción pública parece enfocarse solamente en un tipo de desinformación: aquella que puede considerarse abiertamente falsa y que afecta el entorno de la actividad político partidista y gubernamental, dejando de lado todo el flujo de datos relacionado con la salud, la ciencia y la tecnología, el medio ambiente, entre otras áreas.
Procesos como las elecciones de Estados Unidos, la consulta del “Brexit” o el plebiscito por el acuerdo de paz en Colombia, o los que ahora se viven en México y otros países de América Latina, concentran la atención en las noticias falsas que se difunden para denostar y descalificar a contendientes partidistas y a sus propuestas.
Es cierto, los hechos mencionados –aun cuando no puede afirmarse que se hayan definido estrictamente por información distorsionada o falsa- son ejemplos de cómo este fenómeno comunicacional contamina el debate público y representa un riesgo para las democracias ya consolidadas al tiempo que frena el desarrollo de otras más incipientes o emergentes.
El riesgo es evidente, pero no debe ensombrecer un elemento central: Internet se ha convertido en el metamedio, el medio de medios, en el que confluye la mayor parte de la información generada desde que inició operaciones en la década de los 70 en el siglo pasado hasta su consolidación a finales de ese periodo y la primera década del actual.
La www se ha convertido en la principal fuente de distribución de conocimiento de la sociedad contemporánea y por ende en una interfaz a la interpretación del mundo. Existe hoy día toda una generación que la considera su principal fuente de acceso al conocimiento y una herramienta para aprehender la realidad que la rodea.
Es así que el flujo de desinformación sesgada, engañosa o falsa se convierte en un riesgo latente que difícilmente puede enfrentarse si se ve desde una sola perspectiva relacionada con procesos electorales. Es importante profundizar en la discusión sobre el impacto que tiene el fenómeno y cómo incide en la vida pública de la humanidad, incluso para aquellos que no están conectados a la red.
Tres perspectivas para ver el problema
Se requiere que el problema se enfrente desde la comprensión de un mínimo de tres amplias vertientes: la ideológica, la política y la económica. Véase por ejemplo el movimiento antivacunas:
• Ideológico: quienes han hecho suya la idea de que las vacunas son un peligro para la salud humana integran un discurso antiimperialista en el que las farmacéuticas son parte de un complot mercantil que crea las enfermedades para vender después la cura.
• Político: este tipo de movimientos tiene como objetivo incidir en la definición de políticas públicas para eliminar la obligatoriedad de los programas de vacunación. Una definición así pondría en riesgo no sólo a sus descendientes, sino también a otros, incluso aquellos sectores que no están conectados a la red mundial de información.
• Económico: el efecto de una política antivacunas podría derivar en nuevas epidemias de enfermedades ya controladas o erradicadas, lo que implicaría un reto para el gasto público y por ende para las economías de los países cuyas comunidades resultaran afectadas.
Ante escenarios así, es urgente definir políticas públicas que sustenten programas de alfabetización mediática a través de los cuales pueda reeducarse a la población en el uso y consumo de información proveniente de Internet.
Los usuarios deben hacerse conscientes de cómo el flujo de datos está afectado por intereses diversos y a partir de ello desarrollar una actitud crítica ante lo que consumen en la red.
No se trata solamente de seguir creando o impulsando estrategias para “combatir las fake news”, el objetivo debe plantearse más allá, hacia una forma de enseñarnos cómo mejorar nuestra lectura del mundo a través de Internet.
***
Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.