Lo primero que me vino a la cabeza cuando recibí la invitación de la Fundación Gabo para que escribiese un artículo sobre las nuevas formas de censura, fue un diálogo que se produjo en noviembre de 2016 en la Trump Tower, en Nueva York, poco después de la elección de Donald Trump. El presidente de Estados Unidos aún no había tomado posesión en su cargo y recibía en su famosa oficina, ubicada en el piso 26 de su edificio homónimo en Manhattan, a la periodista Lesley Stahl, quien lo entrevistaría poco después para 60 Minutes, uno de los programas más importantes de la televisión estadounidense.
En cierto momento, Trump comenzó a criticar la cobertura de las elecciones y a los periodistas. Lesley lo cuestionó: “Ya esto se está poniendo muy agotador. ¿Por qué sigue haciendo esto, así, tantas veces? Es fastidioso y ya creo que llego la hora de que deje de hacerlo. Usted ya ganó. ¿Por qué sigue insistiendo tanto con este tema?”
Trump respondió: “¿Sabes por qué lo hago? Lo hago para desacreditarlos a todos ustedes y disminuir su valor; así que cuando ustedes tengan que escribir historias negativas sobre mí, nadie se las va a creer”, contó Lesley dos años después.
La respuesta de Trump fue directa pero no nada trivial, y debería servir como punto de partida a la hora de reflexionar sobre el nuevo --pero cada vez más presente-- fenómeno de difamar periodistas, liderado por autoridades de gobiernos de la derecha populista que han ganado elecciones en el continente: me refiero, principalmente, a Donald Trump y al presidente brasileño, Jair Bolsonaro.
Entendiendo la estrategia
Aunque la actitud de estos líderes esté disfrazada por una capa de ‘sinceridad’, ‘impulsividad’ y ‘autenticidad’, esta no deja de ser una estrategia bien pensada, con métodos y objetivos bien claros. No es casualidad que el otrora consejero principal de Trump, Steve Bannon, también haya asesorado a Bolsonaro en su camino hacia el Palacio del Planalto en Brasilia, y hasta el sol de hoy siga aconsejando especialmente a su hijo Eduardo Bolsonaro, quien sirve como una especie de asesor de relaciones internacionales para su padre.
Esta estrategia de relaciones públicas incluye ataques del presidente y sus hijos a periodistas específicos, en los que se sugieren intenciones espurias y se lanzan insinuaciones degradantes que, escudadas tras un supuesto humor, humillan al profesional de prensa. Por lo general, la autoridad siempre puede alegar que “era solo una broma”.
Pero el ciclo no termina allí.
Casi enseguida, los medios comienzan a reproducir tales palabras, usualmente de forma crítica, pero estas reciben calurosos aplausos en las redes sociales y pasan a ser utilizadas como mecanismos de acoso virtual, en una serie de mensajes dirigidos a las cuentas del periodista en las redes sociales. Son perfiles que jamás interactuarían con el periodista en cuestión. Muchos de ellos no tienen foto o nombres identificables.
La gran mayoría de las veces este ataque puede ser tan masivo que acaba generando más atención que el trabajo del periodista y en poco tiempo nadie recuerda cuál fue el reportaje que causó tal revuelo. Poco a poco, la reputación del periodista –su bien más preciado– se ve seriamente afectada, y cada vez que vuelva a escribir, investigar o publicar algo, se cernirá sobre su persona el recuerdo de aquel episodio. Es así como el periodismo queda neutralizado.
A lo largo de un año en los que hemos investigado el comportamiento de las hordas virtuales aliadas a los Bolsonaro, en Agencia Pública identificamos algunos métodos muy poco sofisticados, pero muy eficientes para darle forma a dicho acoso. Por ejemplo: los ataques virtuales se coordinan a través de grupos de Whatsapp donde los administradores dan órdenes a las ‘hienas’, como se refieren a los voluntarios que pueden movilizar a cualquier hora, para atacar un determinado perfil en Twitter, una publicación en Facebook o un video en Youtube. Hasta los reportajes en sitios de noticias se han convertido en objetivo y sus espacios de comentarios terminan siendo un campo fértil para destruir la reputación de los autores, fuentes, entrevistados y especialistas citados en el artículo.
Un caso brasileño: Patricia Campos Mello
El caso de Patrícia Campos Mello, periodista de Folha de S. Paulo, que denunció en 2018 un esquema de compra de mensajes masivos para propagar fake news a cargo de empresas aliadas a Bolsonaro durante su campaña presidencial –una acción que viola la ley electoral–, demuestra cómo, dependiendo del objetivo, el proceso puede ser más sofisticado y meticuloso.
Patricia fue atacada directamente por el mismo presidente y por personas cercanas a él, fue acosada en redes sociales, y hasta tuvo que soportar que hackers invadiesen su Whatsapp y sacasen a la luz sus datos personales (un tipo de ataque que se conoce como doxxing). Meses después, una de las fuentes de su reportaje, un joven llamado Hans River, demandó a la empresa de envío masivo de correos por cuestiones laborales y cambió su versión de la historia. Trató entonces de acusar a Patricia de haber intentado seducirlo a cambio de información. Entre la entrevista con la periodista y el cambio de discurso, Hans pasó a ser representado por un abogado que fue candidato a gobernador de São Paulo en un partido afín a Bolsonaro.
La acusación por acoso sexual contra la periodista fue repetida en una declaración al Congreso y días después fue reiterada por el presidente, quien utilizó contra ella una expresión grosera, degradante, de esas que tiempo después podría llamar “de broma”.
El repudio de casi todas las organizaciones de clase, de libertad de expresión y derechos humanos tuvo poco o ningún efecto sobre la postura del presidente. Él no se retractó y volvió a atacar a la periodista en Twitter semanas después, con el apoyo de sus ‘hienas’. Mensajes como estos llegaron hasta Patricia en sus redes sociales:
“Querías dar coño para ver la laptop del chico jajaja. ¿Entonces chupas pija por fuentes?, “Ey, putita de Folha, jajaja, cuidado al ofrecer el orto”, “¡Intercambiando la concha por informaciones falsas! ¡Cualquier castigo para ti es poco!”
Un meme que circulaba por grupos de Whatsapp llevaba su cara con el texto: “Ofrezco el culito a cambio de información sobre el gobierno de Bolsonaro”.
Cada vez queda más claro que el grupo de ‘hienas’ bolsonaristas no actúa orgánicamente en las redes sociales, sino que actúa bajo el comando de los mismos hijos del presidente de Brasil. El núcleo duro de esta operación es conocido con el nombre de ‘Gabinete del Odio’ y su función principal no es otra que destruir reputaciones.
Registros enviados por Facebook para una comisión parlamentaria que investiga el uso de noticias falsas para agitar el debate público revelaron que se había usado el correo del gabinete de Eduardo Bolsonaro en la Cámara de Diputados para crear una página utilizada repetidamente para atacar enemigos del gobierno, incluyendo a la misma Patricia Campos Mello.
La lógica que rige estas operaciones es tan antigua como el déspota más antiguo de la historia: toda y cualquier crítica al gobierno debe ser aniquilada; “o estás con nosotros o estás contra nosotros”. Para reforzar esta lógica, se aplica constantemente la falsa equivalencia, mediante la cual se busca poner un ataque que proviene del cargo más alto de la República al mismo nivel que una crítica publicada por un comunicador en su cuenta de Twitter, por citar solo un ejemplo.
Violencia contra mujeres periodistas, en aumento
Para quien sigue de cerca esta estrategia de destruir reputaciones queda muy claro que el ataque a comunicadoras mujeres es mucho más amplio, violento y brutal.
Entidades como la Unesco y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos vienen llamando la atención hacia el aumento de la violencia contra periodistas mujeres, especialmente sobre los linchamientos virtuales. Según el informe de la Unesco sobre libertad de expresión en el mundo en 2017/2018, las tecnologías digitales ampliaron los potenciales del trabajo periodístico, pero “estas nuevas oportunidades vinieron acompañadas de un aumento en los abusos en línea, particularmente, contra mujeres periodistas”. El estudio describe que un análisis de 20 millones de Tweets realizado por el think thank Demos concluyó que las mujeres periodistas reciben tres veces más comentarios abusivos que los periodistas hombres en Twitter. “La violencia digital contra mujeres frecuentemente ha sido de carácter psicológico”, afirma el informe. Este tipo de violencia incluye más comentarios y amenazas de índole sexual, así como amenazas a las familias o, más específicamente, a los hijos.
También es un hecho que las mujeres periodistas reaccionan de manera diferente a dichos ataques. Vale la pena recordar el episodio que involucraba a la periodista Vera Magalhães, del diario Estado de São Paulo, que se volvió blanco de acoso digital después de revelar que Bolsonaro estaba llamando a sus seguidores a una marcha contra el Congreso, una actitud antidemocrática que imita estrategias como las que Hugo Chávez utilizaba en Venezuela. Además de tener el nombre de su hijo divulgados en redes, el presidente también la hizo blanco de sus ataques en su transmisión semanal en Facebook. Valientemente, Vera utilizó sus canales para exponer las consecuencias de este tipo de ataque contra una mujer. “Estoy bien, pero no soy de piedra. Ayer vomité tres veces luego de escuchar al presidente de mi país mentir sobre mí y ofenderme en una transmisión nacional”.
Es imposible separar la trayectoria de Bolsonaro, así como la de Trump y la de otros grupos antidemocráticos que se abren paso en el continente, de una postura misógina y contraria a los derechos de las mujeres. El presidente brasileño ganó notoriedad cuando dijo, aún en su etapa como diputado federal, que no violaría a una colega diputada “porque ella no lo merecía”. Y ya en su toma de posesión se atrevió a prometer que lucharía contra lo que el llama “ideología de género” para “valorar la familia” – que, dentro de su concepción, es heteronormativa, liderada por el hombre y con una esposa subyugada a ese liderazgo.
Es obvio que este tipo de discurso solamente ha ganado apoyo, votos populares y elecciones en el mundo porque hay un enorme malestar entre la población masculina por el avance de las mujeres en los campos más diversos. De cierta forma, las mujeres periodistas materializan este fenómeno por el hecho de representar a otras y por dirigirse directamente al centro de un poder cuyo ejercicio se encuentra principalmente en manos de hombres.
De acuerdo con un informe de 2018 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “el impacto de estas prácticas discriminatorias es especialmente grave en el caso de mujeres que ejercen la libertad de expresión de manera activa y que mantienen un alto perfil público, tales como las mujeres periodistas, las mujeres defensoras de derechos humanos y las mujeres políticas”.
Hasta ahora, según la Unesco, son pocas las iniciativas que han funcionado en su objetivo de revertir esta tendencia. “El nivel de abuso ha logrado el efecto de silenciar a las mujeres periodistas”, dice el ya mencionado informe.
La responsabilidad de las plataformas
Como en casi todos los temas relativos al acoso online y las noticias falsas, resulta irritante observar la inacción de las plataformas de redes sociales. Especialmente, Twitter, que se ha consolidado como la red oficial de los miembros de los gobiernos de ultraderecha, hasta ahora ha hecho caso omiso a los ataques. Una historia anecdótica, que le ocurrió a una de las reporteras de la Agencia Pública, nos ayuda a aclarar como funcionan las excusas que esas plataformas usan para no hacer nada. Y ella de ninguna manera es un caso aislado.
El año pasado, nuestra periodista fue blanco de un ataque organizado contra su cuenta de Twitter después de una investigación que denunciaba em uso de robots favorables a un ministro. El patrón del ataque repetía todos los elementos ya descritos anteriormente. Entre los viente tweets más ofensivos que recolectamos para enviar a un ejecutivo de Twitter, había frases como “cara de culo”, “imbécil”, “canalla”, “sucia”, “chupa” (referencia a sexo oral) y “en tu culo” (referencia a sexo anal).
Otros negaban su profesionalismo e imparcialidad como periodistas, afirmando que ella era “izquierdópata”, y “extrema prensa”. Finalmente, diversas publicaciones atacaban su ética e idoneidad profesional, afirmando que su motivación secreta sería el hecho de que el nuevo gobierno habría suspendido presupuestos públicos que presuntamente ella recibía del gobierno petista (la Agencia Pública jamás recibió presupuesto del gobierno federal). Entre los veinte tweets denunciados, catorce venían de perfiles con fotos o nombres de hombres.
Fueron ataques directos a la reputación, la credibilidad y el honor del periodista y de la mujer.
Sin embargo, la respuesta de Twitter fue del todo protocolar: las publicaciones no pudieron ser eliminadas ni tampoco se pudo penalizar a sus autores porque no violaban las reglas de la empresa. “Entiendo totalmente su frustración. Tomaremos medidas con respecto a tweets que violen nuestras reglas”, fue lo que me escribió un ejecutivo.
Tres problemas por resolver
Hay tres problemas centrales con esa línea adoptada por Twitter, y valga recalcar, por las demás plataformas, como Youtube, Google y Facebook.
En primer lugar, cuando analizamos los comentarios por separado, estas empresas no consideran la debida gravedad con respecto a los ataques coordinados y masivos que, en conjunto, innegablemente atentan contra la reputación y la honra de las comunicadoras. Y sabemos que las empresas cuentan con los medios para medir si se está produciendo un ataque coordinado.
Segundo, al eximirse de toda responsabilidad en cuanto a la moderación de los contenidos que se publican en su plataforma, estas empresas fingen que no son responsables de buena parte del debate público en diferentes países. Fingen que no son medios de publicación que prestan un servicio público y que por ende deberían estar regulados.
Y tercero: resulta obvio que quien está tomando las decisiones sobre la eliminación de los contenidos son hombres que, como tal, ni siquiera se dan cuenta de que hay un ataque que configura un acto de violencia de género. Lo único que les queda es encogerse de hombros y lamentarse diciendo que “entienden nuestra frustración”.
***
Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la Fundación Gabo y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.