Aquí nunca pasa nada…

Aquí nunca pasa nada…

María Luz Nóchez

El demogorgon es real. En San Basilio de Palenque, un pueblo ubicado a las afueras de Cartagena, dan fe de su existencia. Es más, a Antonio Mejía lo rebautizaron como Toño Mohana después de ser raptado por el espíritu a los siete años. Los frikis dirán que es una conclusión forzada, porque la representación del mito palenquero no es exactamente un monstruo y su aparición tampoco representa una escena de terror, pero en esencia la premisa coincide con la descrita en la mitología griega.

Se trata de un entusiasmo o espíritu maligno que ronda el arroyo y la ciénaga de Palotá y vive en un mundo paralelo: el Palenque al revés, y habita en el interior de un hueco de piedra, que funciona como portal. Alimenta a sus víctimas, o al menos lo intenta; aceptar la comida sin sal que ofrece es una manera de domesticarlas e implica que no puedes salir de ahí. Sus víctimas, hasta la fecha, han sido dos: un niño -Toño, quien reapareció a los dos días-, y una joven de edad indefinida -Catalina Luango-, quien tras ser capturada por el Mohán se perdió, básicamente, para siempre.

Los palenqueros volvieron a verla en dos ocasiones, se apareció llorando para el lumbalú (ritual funerario) de su padre y su tía. La ataron en la iglesia con la esperanza de exorcizarla, pero, como ella misma logró articular en evidente estado de enajenación: “Chimbumbe a tra gá a mi a la mitad”, que en español quiere decir «me perdí entre las aguas de la ciénaga».

La vida en San Basilio de Palenque es tan rutinaria que cabe en cuatro palabras: “aquí nunca pasa nada”, así lo asegura Luis Chávez, mejor conocido como Azul, uno de los encargados de documentar la vida en este lugar. Los palenqueros son una pequeña gran familia de aproximadamente 3 mil 500 personas a las que lo único que les aterra es la posibilidad de que se los lleve el Mohán. El arroyo es uno de los principales proveedores de diversión para los chicos que pueden estar por horas lanzándose desnudos desde una piedra que les sirve como trampolín. Caída la tarde, sin embargo, tienen que buscar entretenimiento lejos de la quebrada: permanecer en ella es servirse en bandeja de plata al Mohán.

El demogorgon palenquero no se ve como una criatura exótica, ni siquiera llega a fauno. Es más bien una especie de Mystique: toma la apariencia de un ser querido de la víctima. Pero, cuidado, sus pies están al revés.

Toño ahora está en la mediana edad y lleva una vida tan normal como la de los demás. Y aunque el mote Mohana reemplazó a Mejía como su apellido, no es una historia que le guste repetir. Se excusa de no poder dar la entrevista y manda a decir que está afónico y no puede hablar. Acto seguido, se lleva un boli o congelada (charamusca) a la boca.

Hace más de 50 años, al despistado de quien entonces solo era Antonio Mejía, el juego hizo que se le pasara la hora. Iba de camino para su casa cuando se encontró a su tío. Confianzudo como solo se puede ser ante la presencia de un familiar, lo siguió en su camino. Para cuando al niño el recorrido se le hizo inusual y reparó en la antinatural forma de los pies de su tío, fue demasiado tarde.

Las malas noticias, como el chisme, vuelan rápido. La ventaja de que en este palenque nunca pase nada es que cuando algo excepcional como esto sucede, todos se enteran. Sobre la mala pasada de Toño cuando niño hay desde noticias en periódicos disponibles para leerse en internet desde cualquier parte del mundo, hasta un corto documental.

Tomando en cuenta que una de las riquezas de la tradición oral es que se nutre de los recuerdos y la memoria de quien cuenta la historia, la fuente idónea para reconstruir el suceso es Florentino Estrada Valdés, el curandero. A él, Toño le debe dos cosas: que lo sacara del pasmo en el que regresó tras huir del Palenque al revés y el mote de Toño Mohana, que no importa cuántas veces se haya bañado en el arroyo a lo largo de estos años, no hay nada que pueda hacer para lavárselo. “Cuando regresó, venía como dormido y todo pellizcao. No decía nada”, asegura el curandero.

Caliente, como hirviendo en fiebre, y lleno de moretes, Toño encontró su camino a casa. Nadie se atrevía a tocarlo por temor a que hacerlo fuera echarse la mala suerte de ser el próximo a ser cazado por el Mohán. “Tráiganmelo a mí”, dijo Florentino, como el superpoderoso curandero que es. En San Basilio, no hay fármaco que logre lo que las hierbas de su huerto. Estrada preparó un menjurje, uno de esos que sus clientes aseguran que hasta curan el cáncer, y, santo remedio, Toño se echó a dormir y despertó como si todo hubiera sido un letargo al que entró y salió por el agua.

Desde lo de Toño, el Mohán no ha vuelto a cazar a nadie. Las medidas preventivas de los palenqueros parecen estar funcionando. Un arroyo vacío a las 4 de la tarde da fe de ello. Eso o al Mohán también se le antoja aburrido este pueblo y ha decidido no aparecerse ni para darles de qué hablar.

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