Quizá lo más impactante siempre resulta ser lo cerca que estamos los unos de los otros. Tantas ideas comunes y sentimientos compartidos. Y, ahora, justo ahora, la claustrofobia de la pandemia como punto de encuentro. El tiempo de cada uno de nosotros, relatores culturales, modificado por el confinamiento y las medidas de seguridad que sellaron las puertas de cada uno de los espacios que nos eran familiares hasta el compartir: teatros, salas de conciertos, de cine y de danza, galerías y museos, escenarios multitudinarios de entretenimiento, festivales de literatura. La calle misma como voz. ¿Cómo narrar un evento cultural sin verlo o viéndolo a través de una pantalla? ¿Cómo capturar la experiencia que ya no es? ¿Cómo denunciar la crisis económica por la que atraviesan las artes en este momento preciso en el que los contenidos culturales nos mantienen cuerdos? ¿Cómo ver, también, que el encierro leído por la cultura es el perfecto detonante para que las sociedades se sacudan, incómodas, la onda ultraconservadora que hoy nos invade?
Estas son algunas de las preguntas de lo que va corrido de la primera semana de la Beca Gabo 2020, este año desde la virtualidad y que ha mantenido conectados a periodistas culturales desde Italia, Nigeria, México, Chile, Francia, Puerto Rico, España, Rumania, Eslovaquia, Portugal, Bolivia, Brasil, Estados Unidos y Colombia. El taller Cultural Journalism in the Time of Pandemic está dirigido por el escritor estadounidense Jonathan Levi, y las maestras invitadas, Marta Orrantia y Soraya McDonald, escritoras y periodistas de reconocida trayectoria. Y, como si hubiera sido planeado para sazonar el curso, una pintura que fue pillada por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, apareció en alguna bodega parisina, lo que hizo que Héctor Feliciano, el otro maestro del taller, corriera hacia el cuadro, a pesar de todas las restricciones para viajar, al ser una de las autoridades en la materia por su libro dedicado al tema, El museo desaparecido.
Con la osadía de Feliciano en mente, ese fuego que obliga a seguir la llama y las intuiciones, las propuestas delineadas por los becarios buscan narrar este estado de excepcionalidad que el mundo nos está poniendo en primer plano. La cultura como ejemplo de adaptación al cambio, ya no de resistencia pues ese ha sido, generalmente, su lugar.
Por un lado, la crisis como oportunidad, como el más perfecto y efectivo cliché. Porque ¿cómo no pensar en la creatividad de un grupo de teatro que lleva el espectáculo a la experiencia más íntima posible de este presente, el WhatsApp, para invitarme a vivir la obra ahí, en mi pantalla y mi oído? (Luisa Miguez, Brasil).
Pero, también, el encierro como metáfora para saltarse la censura, legitimar la protesta social y la palabra arriesgada que antes había sido acallada en los tiempos de la “libertad” (Ernesto Garratt, Chile).
O para apuntalar con la valentía de la creación las arremetidas fascistas y racistas de un país que es solo belleza para nuestros ojos pero oculta tensiones sociales que resultan efervescentes y de diálogo necesario dentro de las pocas salas de teatro abiertas en el mundo (Cláudia Marques, Portugal).
Asimismo, las preguntas por el racismo, tan pertinentes en este año de la ebullición del movimiento Black Lives Matter, con la paradoja de cómo una música popular y barrial negra como la champeta (¡con un grupo que se hace llamar El Imperio!) ingresa, por fin, a un teatro que es el palacio de la colonización blanca, pero justo en pandemia, justo sin público. ¿Es una aspiración acceder al legitimador cultural que es este teatro o es una provocación tal como sucedió con el ingreso del arte callejero a los museos? (Teresita Goyeneche, Colombia).
Finalmente, cómo no abordar dos lugares tan radicalmente opuestos aunque formadores del gusto y la cultura: los museos y los memes. Y así, una visita a dos museos para ver cómo se vio, en tiempos de “normalidad”, una exposición de una artista rescatada de la tragedia de ser “la esposa de”, ahora en otro museo, hoy afectado por la pandemia: ¿Cambia la experiencia de la visita?, ¿el extrañamiento que produce su vida y obra resuenan con ese espacio hoy igualmente solitario? (Andrea Aguilar, España).
Y un viaje por el lenguaje del meme, todo un fenómeno cultural que junta la agudeza universal del humor con idiosincrasias propias de algunos países que se burlan tan bien de sus propias tragedias, y que resultan una magnífica fórmula para atacar la nostalgia de quien vive lejos de casa (Marisol Rodríguez, México).
Por otro lado, el confinamiento producido por la pandemia también ha sido explorado por los becarios desde la pregunta de cómo los artistas están lidiando con la imposibilidad del poderse mover. Sea porque el tiempo de los viejos parece estarse apagando (Ana País, Uruguay), porque una mujer trans representa los intersticios de la sociedad en la que convive, el golpe de realidad de la pobreza, el rechazo y la falta de acceso a las artes (Alejandra Rosa, Puerto Rico), porque crear un nuevo disco en medio del encierro ha sido un parto inusual para una artista que ha hecho de su obra un experimento de contacto con el otro, un otro que ya no está (Eva Kopecká, Eslovaquia), o porque es el momento ideal para trastornar las lógicas del mercado del arte al poner a circular la obra libremente y así cuestionar la noción del autor y el individualismo (Cristina Brinza, Rumania).
Pero, por si faltara más, este tiempo está imponiéndole retos adicionales a la disciplina del periodismo, cultural en este caso. ¿Qué pasa cuando los que debemos contar, con los sentidos abiertos, estamos atravesados por el inevitable remolino emocional y vital que el Covid nos impuso? ¿Cómo se afecta mi escritura, desde dónde hablo, cómo lo hago, cómo le hago el quite al agobio o a la falta de fuentes? El relato personal se entrecruza en formatos y géneros, invade y decora la mirada ahora recluida en cuatro paredes.
¿Cómo sobrellevar la ausencia, la soledad, la melancolía de cualquier idea que tengamos del hogar o la brutal pregunta sobre la pertenencia, si el refugio al que acudíamos para calmarnos, las galerías de arte y los museos, nos fue arrebatado? (Mebrak Tareke, Estados Unidos y Etiopía).
Narrar la rotunda experiencia de ser un crítico de cine que, de un día para el otro, ya no puede verlo. No como lo solía hacer, en las premières de los festivales más importantes del mundo, midiendo la temperatura de las reacciones, hablando con el mundo y más. Como él, a todos se nos reconfiguró la idea del tiempo y el espacio. (Arturo Aguilar, México).
Hay un salón virtual, excepcional y que lograron crear unos escritores como resistencia a la pandemia, allí se entienden, conviven, ríen, critican a sus anchas, con sus códigos comunes. Sí, es un lugar inusual, un rescate en medio de este caos. Pero si nació como una cofradía… ¿es una traición contar que existe? ¿Abrírselo al mundo? (Abubakar Ibrahim, Nigeria).
Las serenatas desde la ventana rescatan a los padres hospitalizados, les llevan un poco de alegría en medio de la devastadora soledad impuesta por el contagio. Pero ¿hasta cuándo resistirán los músicos, los actores, los escritores, los bailarines, hoy mendigos de la cultura, esa que todos dicen que alimenta el alma en estos tiempos tristes? Si es tan importante, ¿por qué cierran, precisamente, el Ministerio de Cultura? ¿Qué políticas económicas y filosóficas rodearán a los artistas? (Nathalie Iriarte, Bolivia).
Los maestros fueron sacando lo mejor de cada una de estas ideas en desarrollo, primera y segunda versión de textos que fueron puliendo, preguntando todo lo que todos daban por sentado y que no lo era. Jonathan Levi citó a Boccaccio, para señalar que, aunque extraño el momento, la dificultad ha sido parte constitutiva del universo creativo. También a Italo Calvino, para decirnos que escribir es como el origen del mundo. De ahí sale todo. Marta Orrantia preguntó, siempre preguntó, a dónde queremos llegar con nuestras historias, cuál es la trayectoria de esa flecha que recuperaremos al final y qué metáfora acompaña nuestros relatos. Y Soraya McDonald nos pidió que pensáramos en La metamorfosis de Kafka como un guiño para sentirnos ese Gregorio Samsa que, en medio de este extraño encierro, nos hace mirarnos distinto, qué tanto, cómo y a qué sabe el tiempo nuevo.
En eso vamos. Y lo que falta.