La conversación sobre drogas declaradas ilícitas, narcotráfico o seguridad parece ser entre y sobre hombres. Los ‘narcos’ que llenan los titulares son varones, y también lo son quienes los investigan y capturan. Incluso, quienes opinan en los medios de comunicación sobre el tema, también son hombres. Pero quienes llenan las cárceles por delitos relacionados con drogas son las mujeres. Ellas son, casi siempre, el eslabón más débil e invisible dentro de la cadena que acapara las agendas de seguridad, y no de salud, de los países de América.
La propuesta de Catalina Gil Pinzón, consultora independiente en temas de política de drogas, seguridad, narrativas y género, es que los y las periodistas reconozcan las características que crean sesgos y prejuicios, relaciones de poder y desigualdades dentro del mercado de las drogas. De esto se trató la charla ‘Cobertura de temas relacionados a las drogas declaradas ilícitas con enfoque de género’, que dirigió a los y las periodistas que desarrollan investigaciones en el marco de la cuarta edición del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas-FINND-.
Guillermo Garat, director académico del FINND, afirma que esos prejuicios los han puesto a prueba “con gente real, que tiene problemas reales, y que en la mayoría de estos proyectos no tienen que ver con el abuso de estas sustancias ni con las problemáticas sociales que se plantean alrededor de las drogas, sino con la cultura, con la economía, con las problemáticas derivadas de igualdad de género”.
Durante la charla, Gil Pinzón dio tres claves para analizar el papel de las mujeres en la cadena de las drogas y cómo las impacta de forma diferencial la política de drogas. Este, además, es un tema central en varias de las investigaciones que desarrollan periodistas de Perú, Colombia, Guatemala, México, Chile y Brasil. Los proyectos periodísticos, que serán publicados a partir de agosto, abordan temas que van desde relatos de mujeres privadas de la libertad por delitos relacionados con drogas y la atención en salud mental a mujeres consumidoras hasta las memorias del jícuri o peyote en México.
El cultivo: entre el trabajo de cuidado y el trabajo remunerado
Las mujeres también cultivan coca, marihuana y amapola. Y, además de ese trabajo, muchas de ellas tienen una jornada extra en labores de cuidado. Antes de salir al cultivo han tenido que despertar temprano, preparar desayunos para sus familias y enviar a sus hijos al colegio, si están en edad escolar. También deben realizar labores domésticas, preparar el almuerzo y trabajar en el cultivo. Esta doble jornada a menudo las deja sin la posibilidad de participar en espacios de decisión y proyectos gubernamentales o de oenegés.
Catalina Gil explicó este problema a partir de testimonios de mujeres de distintos países que trabajan o viven en zonas de cultivos declarados ilícitos. “Nos decían: es que siempre ponen las reuniones cuando estamos haciendo la comida para que el hombre regrese a la casa, o cuidando al niño”, contó la consultora. Además, persisten las barreras de acceso a la tenencia de la tierra y la violencia patrimonial. “Para muchas mujeres cultivar coca ha significado independencia económica y algunas incluso se han podido separar. Pero en algunos cultivos les pagan a los hombres y él define cuánto le da a la mujer”, explicó Gil Pinzón.
A esto se suma que las consecuencias de los movimientos del mercado afectan de forma diferenciada a las mujeres. Shirley Forero Garcés lo comprobó en su investigación sobre las consecuencias de la crisis de la coca en la región del Guayabero, en Colombia. “Las mujeres han incursionado en este tema de la pasta base, algunas tienen negocios de arepas, lavan ropa, etc, y con la crisis tuvieron que cerrar su negocio. Hay una afectación diferenciada”.
Ante esta realidad, la consultora planteó dos recomendaciones: reconocer las brechas de género existentes, pero también el conocimiento que las cultivadoras tienen sobre el territorio, el trabajo y el negocio. “Pueden ser una fuente para ustedes”, dijo.
Un dato: en el Programa Nacional Integral de Cultivos Ilícitos de Colombia (Pnis) el 46.9% de los integrantes de las familias inscritas son mujeres, y en el 29% de las familias las jefas de hogar son mujeres.
El tráfico: cárceles llenas de mujeres
Los sesgos de género inciden en los papeles que desempeñan las mujeres en el narcotráfico. Se les contrata para cocinar, porque es un rol tradicionalmente asignado a ellas; para transportar sustancias en el cuerpo o para servir de campaneras, porque en muchas ocasiones pasan inadvertidas ante las autoridades; para manipular químicos, porque están asociadas a la delicadeza; o para ser microtraficantes o narcomenudistas, porque son fácilmente reemplazables. Otras son esposas o modelos, y terminan por ser testaferros. O manejan las finanzas por su capacidad de organización.
El papel que se les asigna no es aleatorio, como tampoco lo son las formas violencia que sufren. Catalina Gil afirmó que algunas de estas tienen que ver con que les pagan menos, tienen menor influencia en la toma de decisiones, están expuestas a trata y violencias sexuales y las encarcelan más. “Las mujeres son mucho más encarceladas por estos delitos que los hombres, porque son las que actúan en los eslabones más débiles”, dijo.
Además de estos hechos, los y las periodistas pueden ahondar, por ejemplo, en las consecuencias. “El sistema de cuidado se derrumba cuando las mujeres están en la cárcel, por el sistema patriarcal en el que estamos”, afirmó Gil Pinzón. Otra tarea en el cubrimiento de drogas con enfoque de género tiene que ver con evaluar los matices: si bien las mujeres que llegaron a la cárcel por estos delitos probablemente sufrieron discriminación y sexismo, también tomaron decisiones. Los relatos condescendientes a menudo están incompletos. “A veces nos cuesta ver que las mujeres podemos ser desalmadas, violentas o jefas, porque usualmente hay un sesgo de ver a las mujeres como calmadas, esposas y trofeos”, dijo Catalina Gil.
Un dato: El 87% de las mujeres que están en la cárcel por delitos de drogas en América Latina son cuidadoras de hijos/as o adultos mayores. La mayoría, además, solo llegó a secundaria incompleta en su nivel de escolaridad.
El consumo: sí, las mujeres también consumen
Superar el mito de que las mujeres únicamente son madres, cuidadoras, buenas y sobrias es un reto del periodismo que quiere contar el tema de las drogas en su complejidad. Ellas también consumen drogas, aunque esté mal visto y parezca invisible. Ese tabú hace más difícil narrar esta realidad.
Sin embargo, existen varias posibilidades para abordar este punto. Catalina Gil propuso abordar el consumo no problemático, que contribuye a poner el tema sobre la mesa, pero sin profundizar los estigmas sobre los consumidores. También vale preguntarse por qué en los centros de rehabilitación no hay tantas mujeres. “Muchas sienten que no son espacios seguros para ellas”, explicó la experta, y agregó, “temen pedir ayuda por el rechazo y la posibilidad de que les quiten a sus hijos”.
Este último es el caso de dos mujeres en Perú con las que conversó la periodista Rocío Romero: dos madres de familia que siguen sintiendo miedo, aunque decidieron dar el paso y pedir ayuda. Romero planteó otro abordaje para este punto: las alternativas insuficientes por parte del Estado. En su país encontró que “no hay programas de reducción de daños por el uso de drogas, sino que todo se basa en la abstinencia”. Y eso no funciona.
Un consejo
La agenda de seguridad está masculinizada y también las fuentes que consultan los periodistas. “¿Entonces cuál va primero? No se sabe si los periodistas escogen voces masculinas para opinar sobre el debate de drogas o si los hombres están en espacios más visibles”, se preguntó Gil. El punto es que en el debate siguen haciendo falta mujeres. El consejo: “consulten mujeres. Se pueden demorar más en conseguir voces diversas, pero vale la pena”.
Sobre Catalina Gil Pinzón
Catalina Gil Pinzón es abogada y consultora independiente en temas de política de drogas y seguridad, narrativas y género. Trabajó durante siete años en la Fundación Open Society, donde participó en la creación del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas. Además, ha liderado proyectos para mujeres cultivadoras de cultivos declarados ilícitos. Cree que es necesario cerrar las brechas de género en el debate público y en el sector seguridad.
Sobre el Fondo Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas
El Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas (FINND) es un programa de apoyo y fomento de trabajos periodísticos innovadores, que aborden con rigor, ética y calidad los desafíos, retos y oportunidades relacionados con las políticas de drogas en Latinoamérica. Lo convoca la Fundación Gabo con apoyo de Open Society Foundations (OSF) y es posible gracias a la alianza de la Fundación Gabo con los grupos SURA y Bancolombia, con sus filiales en América Latina.