No sabría decir cuáles son los mayores dilemas de nuestra profesión, pero tengo la certeza de haber arañado la superficie del más actual. Y comenzar este texto con esas líneas cargadas de inseguridad no es falsa humildad. Es, ante todo, un testimonio de la conciencia de que los dilemas periodísticos más actuales son eso mismo: dilemas. Intentar resolverlos es, en todos los casos, solo algo que se intenta. Únicamente el debate, y después el distanciamiento, son capaces de mejorar las respuestas.
En una época de opiniones inmediatas —y apasionadas— acerca de todo, una época en que los periodistas, para sobrevivir, necesitan destacarse del rebaño, me pareció conveniente retrasar mi lead y reafirmar ese aspecto ineludible de un dilema.
Pues ahí vamos: ¿Cómo informar sobre el discurso de odio y la desinformación? Escribo en respuesta a uno de los últimos textos de este blog, presentando un ejemplo distinto.
El debate no termina aquí. Pero considero importante plantear una opinión divergente: ¿Será que, al revés de lo que diría un manual de buenas prácticas periodísticas, ignorar no es el mejor camino? ¿Será que lo absurdo de ciertas declaraciones machistas, homofóbicas, racistas o mentirosas está estimulando a los periodistas a convertir en noticia el estupor, y solo el estupor? ¿Será que los medios de comunicación, al destacar el odio en sus noticiarios, están realmente iluminando las sombras o, al contrario, se están beneficiando directamente de la audiencia del absurdo del momento, utilizando su misión civilizadora solo como justificación?
Ya está claro, por el tono de mis preguntas, que me inclino por responder afirmativamente a todas ellas. Hay casos y casos, claro, siempre es así. El mío incluso. Desde 2013, juntamente con un grupo de documentalistas independientes, he estado cubriendo los enfrentamientos que ha habido en el Congreso brasileño a raíz del crecimiento de la bancada evangélica, en un largometraje finalista del Premio Gabo 2017 titulado Entre os Homens de Bem.
El documental está repleto de declaraciones absurdas: «Hay, sí, ahora mismo una dictadura gay en el país» es una de las más evidentes, una frase de un diputado brasileño que en muchas ocasiones provocaba risa en los oyentes, o abucheos. Y él seguía: «Es un movimiento mundial, viene de la ONU. Parece una teoría conspirativa, pero no lo es».
En otra escena se discute un proyecto de ley que orienta las políticas educativas contra la discriminación. Los diputados alineados con los movimientos religiosos, los evangélicos y la derecha católica, tienen mayoría para alterar el contenido del texto y retirar las palabras «género y orientación sexual». «No se puede ir en contra de ciertas características dadas por el Creador», argumenta un diputado.
Quien vea el documental poniendo mucha atención percibirá un elemento en común que tienen esas escenas: un leve movimiento de la boca, tal vez una sonrisa contenida, que parece delatar que ellos no creen del todo en lo que acaban de decir, pero son conscientes del impacto que están teniendo.
El aderezo
Vi una vez a un polémico personaje del sistema financiero brasileño explicar, ante un público de periodistas, que llegó a entender mejor su relación con los medios de comunicación al hacer una analogía con la comida: según él, los periodistas no son nutricionistas, no están necesariamente interesados en la calidad de un plato, sino en su aderezo.
Cuando ciertos personajes homofóbicos o racistas se dieron cuenta de que ofreciendo aderezo lograrían titulares, comenzaron a circular con desenvoltura por el espacio público.
Para el documental, que era una crónica del aumento de los conservadores en el Congreso brasileño, era indispensable mostrar la radicalización —e infantilización— de los discursos. Pero eran declaraciones insertas en casi dos horas de contexto y contraargumentos. No me parece que sea la línea adoptada por el noticiero diario, por más que sus justificaciones sean que «no se puede ignorar» y que «una sociedad bien informada no acepta mentiras».
La proyección de los discursos del absurdo convirtió a ciertas figuras antes inexpresivas y sin mucha actividad parlamentaria en campeones de votos en Brasil. Sí, estamos viviendo una crisis de representación. Sí, la política tradicional está en jaque. Pero como periodistas, no podemos eludir nuestra parte de responsabilidad.
Se ha vuelto habitual informar de iniciativas como el proyecto de ley en favor del «día del orgullo heterosexual» e incluso de discursos sobre una presunta heterofobia, como si los heterosexuales formasen parte de una minoría sofocada, acorralada y potencialmente víctima de prejuicios.
Se trata de proyectos sin un verdadero propósito, como no sea llamar la atención de la prensa: no se someterán a votación plenaria, no forman parte del programa articulado de las bancadas ni de la agenda de la sociedad civil organizada. En el Congreso hay otros miles de proyectos elaborados de manera individual o minoritaria que tampoco se someterán nunca a votación ni serán nunca noticia; algunos incluso merecerían serlo. Entonces, ¿por qué morder el cebo? ¿Solo porque tiene aderezo?
Promoviendo lo absurdo
Por otro lado, para las declaraciones que se vuelven noticia el banquete es aún más abundante. Hoy en día a cada hora millones de personas se manifiestan públicamente. Un periodista que desee hacer frente a un absurdo o a una información errónea tiene que ser lo suficientemente honesto para reconocer que quiere —o necesita— lidiar con el público de esa polémica.
Claire Wardle, respetada fact checker inglesa, estuvo en Brasil para el Festival 3i (de periodismo innovador, independiente e inspirador). Y contó que uno de sus grandes retos era determinar el momento idóneo en que hacer frente a un rumor, una mentira o una información falsa: ni demasiado pronto, para que el fact checking no termine promoviendo el absurdo, ni demasiado tarde, cuando el fact checking ya no va a alterar en modo alguno sus repercusiones.
Nuestras prácticas deben revisarse a la luz de los nuevos dilemas de la comunicación. Si los fotoperiodistas están siempre preguntándose si deben o no hacer clic, ¿por qué nosotros no podríamos simplemente ignorar un absurdo en casos en que su único objetivo es satisfacer el apetito del público polarizado? Me parece que, antes de reflexionar sobre su crisis de propósitos, a los medios de comunicación les interesa resolver su crisis de atención, y de repercusión.
Siempre se podrá alegar que hay imágenes fuertes que alteran la percepción de la sociedad, movilizan y transforman. Pero es igualmente cierto que un exceso de imágenes fuertes insensibiliza, ahuyenta, banaliza. Da la impresión de que lo mismo está sucediendo con los absurdos y las declaraciones polémicas. Luego el público necesitará más polémica, porque las anteriores no bastarán. A menos que alguien resuelva no hacer clic.
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Las opiniones expresadas en nuestra sección de blogs reflejan el punto de vista de los autores invitados, y no representan la posición de la FNPI y los patrocinadores de este proyecto respecto a los temas aquí abordados.
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Este texto fue originalmente escrito en portugués y traducido por la FNPI. Puede leer la versión original aquí abajo.
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Temperado ou nutritivo?
Uma provocação aos jornalistas em tempos de absurdos.
Não saberia dizer quais são os maiores dilemas do nosso ofício, mas estou certo de ter arranhado a superfície do mais atual. E começar esse texto com essas linhas carregadas de insegurança não é falsa humildade. É, antes de tudo, um registro da consciência de que os dilemas jornalísticos mais atuais são assim mesmo: dilemas. Tentar responde-los é sempre só uma tentativa. Só o debate, e depois o distanciamento, serão capazes de aprimorar as respostas.
Numa época de opiniões imediatas - e apaixonadas – para tudo, época de jornalistas precisando, para sobreviver, buscar um destaque na manada, me pareceu relevante atrasar meu lead e reafirmar esse traço incontornável de um dilema.
Vamos a ele: como reportar o discurso de ódio e a desinformação? Dialogo diretamente com um dos últimos textos desse blog, trazendo um exemplo diverso.
O debate não se encerra aqui. Mas acho importante abrir a divergência: será que, ao contrário do que diria o manual da boa prática jornalística, ignorar não seja o melhor caminho? Será que o absurdo de certas declarações machistas, homofóbicas, racistas, ou mentirosas, não estão movendo os jornalistas a tornarem notícia o espanto, e só o espanto? Será que os meios de comunicação, quando destacam o ódio em seus noticiários, estão realmente jogando luz às sombras ou, ao contrário, estão se beneficiando diretamente da audiência do absurdo da vez, usando a "missão civilizatória" somente como justificativa?
Já está claro, pelo tom das minhas perguntas, que estou me inclinando a responder positivamente a todas elas. Há casos e casos, claro, sempre há. O meu, inclusive. Desde 2013, eu e uma equipe de documentaristas independentes acompanhamos os embates dentro do Congresso brasileiro com o crescimento da bancada evangélica, no longa-metragem chamado "Entre os Homens de Bem".
O documentário está recheado de depoimentos absurdos: "Há, sim, uma ditadura gay em curso no país" é um dos mais evidentes, uma frase de um deputado brasileiro que em muitas ocasiões causava riso nas plateias, ou vaias. E ele prosseguia "é um movimento mundial, vem da ONU para cá. Parece teoria da conspiração, mas não é".
Em outra passagem, discute-se um projeto de lei que orienta políticas educacionais contra a discriminação. Deputados alinhados aos movimentos religiosos, os evangélicos e a direita católica, tem maioria para alterar o teor do texto e retirar as palavras “gênero e orientação sexual”. “Não se pode ir contra uma condição que foi dada pelo Criador”, argumenta um deputado.
Quem vê o documentário com redobrada atenção perceberá um ponto em comum entre esses momentos: um leve movimento de boca, talvez um sorriso contido, que parece denunciar a consciência de que eles não acreditam totalmente naquilo que acabam de dizer, mas sabem do impacto que estão causando.
Vi uma vez um polêmico personagem do sistema financeiro brasileiro explicar, para uma plateia de jornalistas, que passou a entender melhor sua relação com os meios de comunicação fazendo uma analogia com a comida: jornalistas não seriam nutricionistas, não estariam necessariamente interessados na qualidade de um prato, mas no seu tempero.
Quando personagens homofóbicos ou racistas perceberam que fornecendo tempero ganhariam manchetes, passaram a circular com desenvoltura pelo espaço público.
Para o documentário, que registrava o crescimento dos conservadores no Congresso brasileiro, era obrigatório mostrar a radicalização – e a infantilização – dos discursos. Mas eram declarações inseridas em quase duas horas de contexto e contra-argumentação. Não me parece ser o caminho adotado pelo noticiário diário, por mais que sua justificativas sejam que “não se pode ignorar” e “uma sociedade bem informada não aceita mentiras”.
A projeção dos discursos do absurdo tornou certas figuras antes inexpressivas e sem grandes atuações parlamentares em campeões de votos no Brasil. Sim, vivemos uma crise de representação. Sim, a política tradicional está em xeque. Mas, como jornalistas, não podemos fugir da nossa parcela de responsabilidade.
Tornou-se corriqueiro noticiar iniciativas como o projeto de lei pelo “dia do orgulho heterossexual” e até mesmo discursos sobre uma suposta “heterofobia”, como se heterossexuais fizessem parte de uma minoria constrangida, acuada e potencialmente vítima de preconceitos.
São projetos sem muito propósito real, a não ser o de chamar a atenção da imprensa: não irão à votação em plenário, não fazem parte de articulação de bancadas e nem da agenda da sociedade civil organizada. Há milhares de outros projetos produzidos de maneira individual ou minoritária no Congresso, que também nunca irão à votação, e tampouco nunca serão notícia - alguns até mereceriam. Ora, por que morder a isca? Só porque ela é temperada?
Para as declarações que viram notícia, então, o banquete é ainda mais farto. Há milhões de pessoas se manifestando publicamente a cada hora nos dias de hoje. Ainda que um jornalista deseje enfrentar um absurdo ou uma desinformação, ele precisa ser suficientemente honesto para admitir que quer - ou precisa - surfar a audiência daquela polêmica.
Claire Wardle, respeitada fact checker inglesa, esteve no Brasil para o Festival 3i (de jornalismo inovador, independente e inspirador). Ela narrou que um dos seus grandes desafios era decidir o momento exato de enfrentamento de um boato, uma mentira ou desinformação: nem muito cedo, para que o fact-checking não se torne um impulsionador daquele absurdo, nem muito tarde, quando o fact-checking já não faria diferença alguma na sua repercussão.
Nossa prática precisa ser revista diante de novos dilemas da comunicação. Se os fotojornalistas estão sempre se questionando se devem dar o click, por que nós não poderíamos simplesmente ignorar um absurdo, se ele é exclusivamente destinado a alimentar o apetite da plateia polarizada? Antes de refletir sobre sua crise de propósitos, me parece que os meios de comunicação querem resolver sua crise de atenção - e de repercussão.
Sempre se poderá dizer que há imagens fortes que mudam a percepção da sociedade, mobilizam e transformam. Mas é igualmente verdadeiro que um excesso de imagens fortes insensibiliza, afasta, banaliza. Parece que o mesmo está acontecendo com os absurdos e as declarações “polêmicas”. Logo o público precisará de mais polêmica, porque as anteriores já não bastam. A menos que alguém resolva não dar o click.