En este blog crearemos un espacio para reflexionar acerca de los retos y dilemas éticos que las conversaciones del gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, representan para los periodistas que cubren este proceso. La idea es crear un punto de encuentro que nos sirva para lograr una cobertura útil y responsable de una coyuntura que resulta clave para el país.
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Masacre en Tarazá. Asesinada familia indígena. Siete muertos. Niños degollados. Así fueron muchos de los titulares que se leyeron en diversos medios en los primeros días de mayo, cuando saltó la versión de una masacre en el Bajo Cauca antioqueño, cometida, presumiblemente por las FARC.
Como es normal, la noticia capturó la atención de toda la prensa. Una masacre contra civiles, incluidos niños, en medio de un proceso de paz, es un hecho de enorme trascendencia. Ocurría, de haber sido cierta, en una zona donde el conflicto está al rojo vivo. Relativamente cerca de allí, en Santa Rosa de Osos había ocurrido una terrible masacre hace unos meses. Entonces era entendible que todos los medios se desplazaran hasta allí y tuvieran el mayor interés en la noticia.
El problema es que aunque la masacre no estaba confirmada, los titulares ya la daban por hecho. En Twitter se dispararon los comentarios indignados, se pedía que se rompieran los diálogos de La Habana y varios columnistas alcanzaron a contabilizar éste como uno de los hechos que deberían desencadenar una ruptura de las conversaciones entre gobierno y guerrilla.
¿Qué pasó?
Cuenta un periodista de Tarazá que Luis Albeiro González, un indígena de la zona, llegó a la emisora comunitaria de esta localidad con la denuncia de que su familia había sido desaparecida el jueves 4 de mayo. El periodista le comentó que sin una denuncia formal él no podía pasar la información por los micrófonos, por lo que el muchacho cruzó la calle y puso la denuncia formal en la Policía y la Alcaldía. Pero al denunciar ya González hablaba de que habían sido asesinados sus padres y hermanitos. Ahí empezó a regarse la noticia de la masacre y por las contradicciones de González.
El Ministerio de Defensa ordenó que se llegara al sitio de los hechos por lo que se movilizaron unidades de Ejército desde el Nudo de Paramillo, y los cuerpos especializados de la Policía desde Medellín.
González se contradecía todo el tiempo sobre el lugar de los hechos, y sobre su historia personal. La Policía encontraba contradictorio todo lo que decía. Ni su edad se ajustaba a la realidad, ni vivía donde decía vivir, ni siquiera su estado civil era consistente. Decía ser soltero y virgen, pero resultó con esposa e hijos.
Una comadre que tomó contacto con la Policía explicó que la madre del muchacho estaba lejos, en una zona rural de El Bagre, en el Nordeste. Decidieron entonces traerla para tener una prueba fehaciente de que los familiares estaban vivos.
Para entonces la Policía estaba segura de que no existían tales muertes. Pero no así la prensa. Un titular en internet decía: autoridades confirman masacre. Según relatan los oficiales de esa institución, unos miembros de la prensa pensaban que se les estaba ocultando información para no dañar el proceso de paz, y otros que por el contrario, se trataba de un falso positivo para causar una crisis en La Habana.
Cuando llegó la madre, pudo confirmar que su hijo sufre de trastornos mentales. Pero eso no era suficiente. Se necesitaba una certificación profesional que convenciera a todo el país de que si González había armado un alboroto era porque no estaba en sus cabales. Entonces una psiquiatra forense viajó desde Montería hasta Córdoba para examinar al muchacho y dar un parte final sobre su estado mental.
Nunca se supo quién “confirmó” la noticia antes de tiempo, o si los periodistas la dieron por confirmada sólo con la existencia de una denuncia por parte del indígena. La Policía asegura, y periodistas lo confirman, que de esta institución, encargada por lo demás de investigar si había o no masacre, no confirmó nada hasta el final.
Esta historia deja varios interrogantes:
– ¿Buscamos la confirmación de una noticia como esta en la fuente adecuada?
– ¿Titulamos buscando el impacto antes que la precisión?
– ¿Nos preguntamos cuáles podrían ser las consecuencias de un manejo ligero de esta historia?
– ¿Se hizo eco de lo que circulaba en redes sociales?
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