Por: Mónica González, miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo, defensora del lector del periódico El Faro, y fundadora del Centro de Investigación e Información Periodística (CIPER), con sede en Santiago de Chile.
La reciente compra de Twitter por el hombre más rico del mundo, Elon Musk, en US$44.000 millones remeció los mercados y capturó la atención de la opinión pública. Y lo que Musk proclamó una vez que cerró el negocio, alimentó una polémica sobre los límites a la libertad de expresión que traería para los más de 217 millones de usuarios de la red social más influyente a nivel global: “La libertad de expresión es el cimiento de la democracia, y Twitter es la plaza digital donde se debaten temas vitales para el futuro de la humanidad”.
Si bien sus palabras hicieron eco durante días, la dimensión de la amenaza que ese negocio, situado en un contexto más amplio, representa para las ya debilitadas democracias -y para el buen periodismo- recién se empieza a desmenuzar. Musk se encargó de enviarles píldoras a los millones de fanáticos de Twitter comprometiéndose a eliminar cualquier tipo de censura o intervención; y al desalojo de los bots al “certificar que todos los usuarios son humanos”. Nada dijo sobre cómo cautelaría el enorme trasvase de datos personales que significa esta última intervención.
Si un empresario paga US$44 mil millones por una plataforma digital que sirve para que millones envíen mensajes cortos que buscan difundir información verdadera y falsa, generar adhesiones y rechazos en temas álgidos y banales, además de compartir experiencias y opiniones con las que se alimenta exposición pública permanente, es porque espera recuperar su inversión y aumentar su rentabilidad. O, algo mucho más importante: multiplicar su influencia.
Y es ahí que se requiere insertar a Elon Musk y su nueva compra en el mapa del poder real.
Cuando en enero pasado irrumpieron algunos estudios que dieron cuenta que la pequeña elite de los súper ricos del mundo, el 0,1% del 0,1% de la población, había terminado el año 2021 con las mayores ganancias en mucho tiempo, hubo estupor. La indignación emergió cuando se hizo la siguiente conexión: al mismo tiempo que el patrimonio de las 20 mayores fortunas del mundo creció en total casi más del 30%: US$500.000 millones (440.000 millones de euros), la gran mayoría de la población se empobreció aceleradamente en los dos últimos años.
Lo importante para analizar los efectos de este fenómeno para las democracias, el buen periodismo y la ética son los nombres que ocupan el pódium de los más ricos del planeta, nómina que ha experimentado cambios. El cetro lo ostenta ahora Elon Musk, fundador de Tesla, que con sus coches eléctricos logró trepar 50% en su cotización bursátil. También participa del negocio de la inteligencia artificial y la neuro tecnología (Neuralink Corporation) y de las infraestructuras (The Boring Company), además de ser consejero de la aeronáutica SpaceX, y su impactante plan de viajes espaciales privados. Su última compra: Twitter, la que dejará de cotizar en Bolsa por decisión de su nuevo dueño.
En segundo lugar, Jeff Bezos, fundador y propietario del 10% de Amazon, quien desde agosto de 2013 es dueño del influyente diario estadounidense The Washington Post (lo compró en US$250 millones). En cuarto lugar, encontramos a Bill Gates, el empresario informático que junto a Paul Allen creó y fundó la empresa Microsoft y el sistema operativo para computadoras Windows. Quien subió al quinto lugar de los más ricos es el ingeniero en computación y empresario estadounidense Larry Page, quien junto a Sergey Brin fundaron Google. Page es CEO de Alphabet, macroempresa de software y centros de datos que incluye a Google y otras del rubro. Su socio Brin se ubicó en el séptimo lugar.
Mark Zuckerberg no está en el “top ten”, pero sin duda es uno de los hombres más ricos del planeta. Ingresó a la exclusiva elite a los 23 años de la mano de su exitosa creación: Facebook, para luego tomar el control de Instagram y WhatsApp y crear un monopolio de comunicación digital sin competencia.
La nueva forma de asaltar el poder
Si algo sabemos -por ahora- es que no hay espacio ni para la acción de guerrillas ni para que soldados le declaren la guerra a su pueblo y a los gobiernos por muy corruptos e ineptos que sean. La forma de influir para tomar el control del poder es mucho más sencilla y sofisticada a la vez (y también incluye represión y violencia social). Y una de esas vías es el poder de las multinacionales y las mayores fortunas a nivel global; y las redes sociales.
Es la concentración del poder económico global en el mundo de las comunicaciones la que está por encima de cualquier institución democrática, de cualquier país. De una u otra manera están fijando los límites de la libertad de expresión, deciden qué hacer o no hacer con la diseminación de información falsa y odiosa, y también controlan el uso de datos personales, la esencia del nuevo poder total que puede influir en forma decisiva en las elecciones de los países. A pesar de que desde hace al menos cinco años existen estudios de expertos que indican que estas plataformas digitales podrían actuar para morigerar la polarización, nada se hace.
Resguardar los intereses de los dueños y controladores de las multinacionales, obviando la dramática situación que enfrenta la mayoría de la población mundial, ya es una tendencia. Y podría agravarse. Porque mantener el statu quo traerá consecuencias.
En efecto, si el estudio del Banco Mundial había previsto que 198 millones de personas podrían caer en la pobreza extrema a fines de 2022, la ONG española Oxfam Intermón actualizó en abril esos estudios y concluyó que 260 millones más podrían quedar viviendo con menos de US$1,9 al día en la misma fecha. El mayor aumento de niveles de pobreza y de sufrimiento de la humanidad del que se tiene constancia, como dijo el director de Oxfam, Franc Cortada. En su origen: covid-19, aumento de las desigualdades a nivel global e incremento desorbitado de los precios de alimentos, todo ello exacerbado por la guerra en Ucrania.
Para salvar vidas tanto el Banco Mundial, la Cepal, la OCDE, como expertos tributarios de un amplio abanico, indican que urge subir los impuestos de los más ricos en cada país y tomar medidas para impedir la evasión de utilidades a paraísos fiscales. Especialmente la evasión de las multinacionales. Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) indica que entre 1985 y 2019 la tasa promedio del impuesto a empresas en el mundo cayó del 49% al 23%. Y el mismo FMI calculó las utilidades de las multinacionales: US$7,9 billones, lo que equivale al 9,2% del PIB mundial. Entre US$4,8 y US$5,5 billones anuales son “ganancias excesivas”, van directo a las cuentas de los dueños de las multinacionales.
Ese enorme poder económico concentra también poder político y moldea la discusión pública. Es así como vemos repetirse en los medios de comunicación y redes sociales a distintos expertos que “rechazan” el impuesto a los superricos y a las multinacionales bajo la excusa de que ahuyentan la inversión y los capitales.
Algo que se grafica en la actitud que adoptó Elon Musk el año pasado frente a lo que escribió en Twitter el senador estadounidense Bernie Sanders (80 años), representante demócrata del Estado de Vermont: “Debemos exigir a los extremadamente ricos que paguen su parte justa de impuestos”. La respuesta de Musk, al sentirse interpelado, no tardó: “Me pasa todo el rato que olvido que sigues vivo”, leyeron sus más de 83 millones de seguidores.
Lazos estrechos con el señor de la guerra
En su último ranking de la libertad de prensa en el mundo (3 abril 2022), Reporteros sin Fronteras (RSF) alertó sobre la polarización alimentada por los circuitos de desinformación en las sociedades democráticas, la que hemos llamado “industria de noticias falsas”; y el “control de los medios” en los regímenes autoritarios. En ambos casos se atenta contra el derecho de los ciudadanos al acceso a la buena y oportuna información que, en tiempos de pandemia, autoritarismos y crisis social y económica aguda, puede salvar vidas.
Respecto de América Latina, RSF advirtió que los periodistas siguen informando en un entorno “cada vez más venenoso y tóxico”. “Los ataques públicos, cada vez más visibles y virulentos, socavan la profesión y fomentan los procedimientos judiciales abusivos, las campañas de difamación e intimidación -sobre todo contra las mujeres- y el acoso en línea a periodistas críticos”, acotó. Cómo no masticar la indignación si en México acaban de asesinar al noveno periodista en lo que va corrido de 2022: Luis Enrique Ramírez Ramos, fundador y director del portal Fuentes Fidedignas, en Culiacán.
Reporteros sin Fronteras también alertó de la degradación de las condiciones de trabajo para los periodistas de Brasil, El Salvador, Venezuela, Nicaragua y Cuba por la “retórica anti mediática de los discursos estigmatizantes de los políticos que alimenta la desconfianza en la prensa”. Entre los países en situación “problemática” aparecen Brasil, Ecuador y Chile donde el “periodismo investigativo está perdiendo terreno y los ataques contra periodistas aumentan”.
RSF no se equivocó. En Chile, la conmemoración del Día del Trabajador marcó un hito. Mientras las columnas de trabajadores se desplegaban sin incidentes por la principal avenida de la capital, en el extremo sur de esa avenida un grupo de sujetos disparó contra tres periodistas. Francisca Sandoval, de Canal 3 TV de La Victoria, falleció tras estar hospitalizada más de diez días. Los autores: soldados del crimen organizado que controla la venta de contrabando y el tráfico de inmigrantes, armas y droga en las calles de un barrio popular (Estación Central).
Las razones de estos ataques están claras. Se quiere impedir que el buen periodismo siga la huella de la colusión de políticos, fiscales y jueces con el poder real de las multinacionales y devele a los protagonistas de la corrupción.
Un ejemplo claro de esa colusión se da en estos precisos momentos en Europa. La invasión de Ucrania ordenada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dejó expuesta la red de importantes políticos que ha ido capturando Putin para que sean directores de las principales empresas de su país, con millonarios sueldos.
El caso más grave es Gerhard Schröder, canciller socialdemócrata de Alemania entre 1998 y 2005. En su gobierno, Schröder privilegió la importación de gas ruso para el abastecimiento energético de su país. Acordó con Putin la construcción del gasoducto Nord Stream, que se inició en abril de 2005, solo meses antes de la derrota electoral del canciller alemán. Semanas después, Schröder pasó a ocupar la presidencia del consejo de administración del gasoducto germano-ruso Nord Stream AG (entró en funcionamiento en 2011). Pero hubo más: en 2017 fue nombrado presidente del Consejo de Administración de Rosneft, empresa estatal rusa de petróleo y recientemente aceptó ser miembro de la junta directiva del gigante ruso Gazprom, a partir de junio próximo
La dependencia de Alemania del gas ruso hizo crisis con las medidas de castigo a Rusia que impuso la Unión Europea por la invasión de Ucrania. En ese momento, estaba lista la licencia para que entrara en funcionamiento Nord Stream II. Al día siguiente de la invasión, la licencia fue bloqueada por decisión del socialdemócrata Olaf Scholz. En entrevista con The New York Times, el excanciller Schröder dijo: “Hice lo que podía. Al menos una de las partes confía en mí”. Según el mismo diario estadounidense, cuando era canciller de Alemania, Schröder recibía un sueldo de US$9 mil mensuales. Ahora recibe US$1 millón al año por su participación en directorios de empresas rusas.
Otra pieza en el puzle europeo del poder de Vladimir Putin ha sido el ex primer ministro francés François Fillon (2007-2012). Desde el año 2021 integró el Consejo de Administración de la Petroquímica Sibur, propiedad de los oligarcas rusos Leonid Mikhelson y Gennady Timchenko, ambos cercanos a Putin. Luego de la invasión rusa a Ucrania, Fillon anunció su dimisión al consejo de Sibur. Esta nómina también incluye a la excandidata presidencial de extrema derecha francesa, Marine Le Pen, quien logró hace pocos días un histórico 41,5% de los votos.
Todas estas redes han sido develadas por el buen periodismo, incluyendo los préstamos que recibió Le Pen de bancos rusos y húngaros (del presidente ultranacionalista y amigo de Putin, Víktor Orbán). Entramado de ultranacionalistas conservadores que también incluyó a Donald Trump, usuario obsesivo de Twitter mientras fue presidente de Estados Unidos. A través de su cuenta difundía ataques a sus opositores e información falsa con la que intentó desestabilizar en forma permanente la democracia de su país. Como la que transmitió a fines de diciembre de 2020 y principios de enero de 2021 intentado demostrar que su derrota en la elección presidencial había sido fruto de un fraude. El 6 de enero de 2021 un grupo de sus partidarios se tomó por la fuerza el Capitolio. Querían interrumpir la certificación del triunfo de Biden. Su cuenta en Twitter fue cerrada.
Elon Musk ha dicho que en Twitter bajo su mando no habrá censura ni intervención. Donald Trump y su grupo de superricos se preparan para ganar la mayoría del Congreso de Estados Unidos en las elecciones de noviembre. Está por verse cómo usarán la plataforma de Twitter.
Por ahora, una de las filósofas más influyentes del mundo, Judith Butler, expresa su preocupación por cómo se debilita aceleradamente la democracia en Estados Unidos y en el mundo: “Trump sigue esforzándose al máximo para destruir lo que queda de democracia en Estados Unidos. Tengo temor a la continua irrupción de milicias fascistas y racistas, y a la falta de coraje de los liberales para defender los ideales democráticos”. Y acotó: “Veo más autoritarismo y fascismo que populismo. No creo que el ‘populismo’ pueda describir correctamente las formas de racismo contra los indígenas, negros y morenos, inmigrantes en los EE.UU. y en Europa, por ejemplo. Entiendo que el neoliberalismo ha producido poblaciones prescindibles, pero no es solo una política económica. Es también una forma de destruir los cimientos de la vida democrática, la posibilidad de trabajar juntos para proveer y apoyarnos unos a otros. En cambio, vemos corporaciones que obtienen ganancias obscenas mientras que los trabajadores son abandonados”.
Esas corporaciones que obtienen “ganancias obscenas” hoy controlan plataformas de redes sociales por donde circula profusamente la información que alimenta a millones y millones de ciudadanos. Ya en agosto de 2020 el diario estadounidense The New York Times alertaba: “El dominio de los negocios por las nuevas tecnologías alcanza nuevas alturas. A medida que la economía se contrae y muchas empresas luchan por sobrevivir, las empresas tecnológicas más grandes están acumulando riqueza e influencia de formas que no se habían visto en décadas”.