Conversando en Lepetit, el único bar gay que abre todos los días en Cartagena, con Esteban, admite que ha percibido gestos de incomodidad principalmente en la playa y en los taxis de esta ciudad. Sostiene que los taxistas esquivan la mirada y no le hablan cuando ven expresiones de afecto entre parejas del mismo sexo. “Si pudieran creo que le agreden a uno”, sostiene el bogotano.
Todo comenzó al culminar el Cuarto Congreso de la Lengua Española dedicado a García Márquez y que tuvo lugar en Cartagena en marzo de 2007. A Martín siempre le había gustado la lectura a pesar de haber estudiado sólo hasta quinto grado. Leía todo lo que encontraba, principalmente periódicos y revistas, las que les pedía a sus amigos que le enviaran de otras ciudades para él enterarse lo que pasaba más allá de su entorno.
Laura está convencida de que en Cartagena de Indias, la omnipresente cocina peruana encuentra uno de sus más grandes retos en cuanto a la fusión. Y no niega que combinar estos sabores tan disímiles se ha convertido hoy en una especie de obsesión personal.
Cerca de 200 personas, en su mayoría extranjeros, se han congregado en el último piso de este hotel. En una pista de baile de discretas dimensiones, los asistentes se han juntado en parejas. Mano en la cintura, pie derecho adelante. Con pasos muy similares al merengue, cada quien improvisa como puede para disfrutar del jazz de manera diferente: en una danza tan caliente como el calor de la noche cartagenera.
Lo más cercano que tiene la región del Caribe a la nieve polar que se invoca en las populares estampas navideñas son los costales de cal desinfectante con que se cubren las fachadas de Mompox, lo que no impide que el colombiano sueñe. En Cartagena, ciudad que visito antes de partir hacia el Magdalena, alcanzo a ver sobre el tapete plástico de un vendedor ambulante que ofrece a los turistas pulseritas y morrales, una bola de nieve, o ese souvenir tan característicamente gringo que en español nos hemos habituado a llamar "un snowball". Un snowball de Cartagena. La fantasía hecha souvenir.
Yosimar Villareal se levanta, toma una pinza de hierro pulida con perfecta simetría. Corta el filamento que había reducido hace unas horas en un aparato de metal que se asemeja a una máquina de hacer pasta. Duda un segundo, murmura y se queja sin hacerse notar mucho. Vuelve a medir el grosor de su hilo en una placa con diminutos orificios.
El sol calienta fuerte en Mompox. La gente quiere aretes y anillos de filigrana de Mompox. Los turistas compran queso de capa en alguna esquina y se sientan en el centro histórico que es, desde 1995, declarado por la Unesco, patrimonio Mundial de la Humanidad. Las casas blancas de ladrillo mezclado con cal y arena, de ventanas que tienen rejas de hierro devuelven a este pueblo a los tiempos de la Colonia, a sus momentos de prosperidad, si bien algunas se ven desgastadas.
Cartagena lloviendo es otra ciudad, aunque la piel siga siendo un pegote por las explicaciones de la humedad. Las calles se vuelven ríos de aguas estancadas y los aviones se retrasan o, como en el que venía yo, asustan a los pasajeros haciéndoles creer que ya van aterrizar y, en un golpe abrupto, el avión vuelve a montarse en las nubes, el piloto explica que es una maniobra sin peligro y una señora grita que ella no entiende que es un viento de cola, que no se quiere morir.
Una de las cosas que he aprendido a odiar es el ruido. En Bogotá el sonido extremo es visto como un signo de vulgaridad, un rezago de barbarie sin domesticar. Aunque en la capital el colchón sonoro de todos los días es el ruido de un tráfico sofocante, la gente suele ser silenciosa y taciturna, sin mucha propensión a levantar la voz, excepto cuando van a tocarle la puerta a un vecino para pedirle que le baje el volumen a su equipo de sonido.
Los viejos vendedores fueron expulsados del marco de la plaza central y para comienzos del nuevo milenio ya estaban reubicados en el Nuevo Mercado Municipal, en el extremo opuesto de la población, cerca de las casas que no pertenecen al centro histórico y al lado de la nueva carretera que se pavimentó para conectar Mompox con El Banco.