Consultorio Ético de la Fundación Gabo
26 de Septiembre de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

Si el lenguaje de los políticos polariza la situación de conflicto, ¿es ético con el público presentar esas voces de violencia? Y si es así, ¿con qué balancear o cómo presentar esas declaraciones? Son llamados al racismo, al magnicidio, a la guerra civil o al desconocimiento del otro. El lenguaje de los políticos no tiene por qué ser, necesariamente, el de los medios. Estos tienen y mantienen su propio lenguaje no son simples intermediarios que se limitan a transcribir como dóciles y sumisos secretarios de los políticos cuanto ellos digan o piensen son mediadores que conservan un papel activo de promoción de la actitud crítica de los receptores, frente a los contenidos.

Este es un papel que se cumple instintivamente cuando, por ejemplo, el político agravia o calumnia al medio de comunicación o a sus directivos. En esos casos el medio no se limita a transcribir, además explica el contexto del ataque verbal y lo rechaza si se limitara a la reproducción pasiva del contenido ofensivo esto implicaría de algún modo, el consentimiento en el agravio o en la acusación. El que calla, parece consentir, es una sentencia conocida que aquí tendría aplicación. De la misma manera, ante un llamado al racismo, a la violencia, a la guerra civil o a la intolerancia, el medio de comunicación no puede limitarse a una sumisa reproducción del discurso en nombre de la objetividad y la neutralidad.

Hay temas en los que no es posible neutralidad alguna. Asuntos como el secuestro, la violencia, las violaciones, la corrupción, no pueden ser mirados con neutralidad porque se trata de asuntos en los que el que calla otorga. Al informar sobre el hecho, se le debe mostrar al receptor la otra cara del tema a través de reacciones o de posiciones tomadas por otras fuentes. Cuando esto no es posible, sería válido el silencio del medio, que puede ser más elocuente que las publicaciones neutrales pero irreflexivas y casi cómplices de los medios que se limitan a reproducir y a callar.

Documentación.

La relación entre periodismo y ciencia debería restablecerse en lo posible. Creo que deberíamos hacer hincapié en la objetividad del método. Así, en el método científico, nuestra humanidad, nuestros impulsos subjetivos orientados a la decisión de que hay que investigar por medios objetivos.

Bajo esta perspectiva, la imparcialidad y la equidad adquieren nuevo significado. Más que elevados principios son, en realidad técnicas, mecanismos que guían a los periodistas en el desarrollo y verificación de su trabajo. Jamás hay que perseguirlos por sí mismos ni invocarlos como objetivos del periodismo. Su valor consiste en acercarnos a una verificación más concienzuda y a una versión más fidedigna de los hechos.

La equidad puede llevar a la distorsión. Si por ejemplo, un porcentaje abrumador de científicos creen que el calentamiento global es un hecho probado o que cierto tratamiento médico es evidentemente el más seguro, flaco favor hacemos a los ciudadanos y a la verdad si damos la impresión de que el debate científico está equilibrado. Por desgracia, en periodismo se malinterpreta el concepto de equidad con demasiada frecuencia, como si se tratara de conseguir una especie de equilibrio matemático, como si un buen artículo fuera aquél en el que hay el mismo número de declaraciones por una y otra parte. Además, como los periodistas sabemos muy bien, es frecuente que en una historia haya más de dos partes. Y a veces, concederles la misma importancia no constituye un fiel reflejo de la realidad.

La imparcialidad, a su vez, también se puede malinterpretar si se considera un objetivo en sí misma. La imparcialidad debería significar que el periodista es fiel a los hechos y a la comprensión que el ciudadano puede tener de ellos y no debería significar: "¿estoy siendo imparcial con mis fuentes para que ninguna de ellas se sienta agraviada?" Tampoco debería implicar que el periodista se pregunte "¿y mi artículo parece imparcial?" Estas son valoraciones sujetivas que pueden apartar al periodista de la necesidad de hacer cuanto sea posible para verificar su trabajo.

Bill Kovach y Tom Rosenstiel.
Los Elementos del Periodismo. Ediciones El País. Bogotá, 2004. P. 108-109.

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