Tuve el privilegio del participar como relator la semana pasada en el XIII Encuentro de Directores de Medios que anualmente organiza la FNPI, uno de los pocos espacios donde directores y editores de medios nacionales y regionales pueden sentarse a discutir sobre temas que les conciernen a todos los periodistas del país.
El tema central del encuentro fue el proceso de paz que el Gobierno colombiano lleva a cabo con la guerrilla de las FARC en La Habana. Se contó con la presencia de Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para la Paz; y Humberto de la Calle, jefe de la delegación del Gobierno para la mesa de negociación.
Aunque se habló de temas muy importantes para mejorar el cubrimiento que los medios de comunicación están haciendo del histórico proceso que se lleva a cabo en Cuba, hay uno que quiero resaltar en este espacio. Se trata de la inconveniencia de usar la palabra posconflicto.
Fue Wilber Raillo Pitalúa, director del noticiero de Telemedellín, quien puso el asunto sobre la mesa, al recordar que usar mejor el término posacuerdo es la recomendación que le habían hecho recientemente representantes de la Red de Universidades Por La Paz (REDUNIPAZ).
Si le prestamos un momento para meditarlo, la recomendación tiene toda la razón de ser. Posconflicto es un término inadecuado para referirse a lo que sucederá una vez se firmen los acuerdos entre un grupo guerrillero y el gobierno de turno en La Habana. La firma de ese acuerdo no significará para nada el fin del conflicto armado que vive Colombia, pues persistirá la existencia de otros grupos guerrilleros, paramilitares y bandas delincuenciales que alimentados todos por el dineros del narcotráfico, seguirán haciendo presencia en las zonas del país donde el Estado sea débil.
Que periodistas y medios de comunicación hablemos de posconflicto al referirnos a las consecuencias de la negociación con las FARC es magnificar las dimensiones del acuerdo al que se llegue. Así como todos los problemas de Colombia no se acabaron con la muerte de Pablo Escobar y no se solucionarán con los lingotes de oro que se rescaten del Galeón San José, tampoco podemos esperar que la firma de la paz con un grupo rebelde termine con las inequidades que han permitido la existencia de la guerrilla más antigua del mundo en nuestro país.
Bien lo dice el maestro Javier Darío Restrepo en una respuesta del Consultorio Ético que le hicieron a propósito de la controvertida campaña #SoyCapaz, “así como no se puede ser neutral ante valores como la verdad, la justicia, la tolerancia o el amor, tampoco cabe neutralidad frente a la paz que es la máxima aspiración de una sociedad, sobre todo cuando ha sido largamente castigada por la violencia”.
Una cosa es periodismo por la paz, y otra el periodismo por el proceso de paz. Los periodistas debemos apoyar la causa de la paz, pero no podemos convertirnos en voceros o partidarios del proceso de paz. Debemos informar al país sobre el mismo de la forma más objetiva posible, y esto implica cuestionar y mantener distancia respecto a las declaraciones y avances que se produzcan. Al usar la palabra posconflicto estamos dejando de hablar como periodistas y empezamos a parecernos más a los voceros del proceso.
Así que, ahora que se ha anunciado un acuerdo en el delicado punto de las víctimas, calificado como un hito que hace irreversibles los avances en el proceso de La Habana, no hablemos más de posconflicto y comencemos a utilizar el término más adecuado: posacuerdo.
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