Entrevista originalmente publicada por Correo del Caroní. Reproducida con autorización de su autor.
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Emilio es su nieto. Su abuelo le ha escrito un libro. Ya es adolescente, pero la paternidad del maestro encuentra el tiempo para ayudarle a hacer tareas, a cuidarlo, a patrocinar onces (como le dicen en Colombia a la merienda) y a estimular a la mamá para que lo siga haciendo muy bien. El libro está próximo a salir; son datos hechos reflexiones. Es información. Es precisión con certeza, con sentido del bien y con autoridad. Las cartas buscan despertar la autonomía de Emilio. Es periodismo.
Para este maestro, el conocimiento es un motivo de generosidad. No basta con saber datos, si no se informan y bien. No basta con informar, si no se apunta al bien. No es difícil, por tanto, entender el silogismo de su espíritu. Está trabajando en tres libros. Para el momento de la conversa, tenía dos semanas de haber llegado de la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, en Guatemala. Tiene columnas en un puñado de medios colombianos. Dirige la revista católica Vida nueva. Este exsacerdote tiene 83 años. Prepara conferencias. Es padre. Es abuelo. Y cree en el periodismo.
Este oficio y la ética parecen dos ramas lejanas que pueden pasar por ajenas entre sí. Es una falacia. Pensar así es letal para una sociedad y para el oficio en sí. En Iberoamérica, este desmitificador desafía a ultranza esta separación. No es una visión, es la inspiración primaria y última del periodismo: generar libertad.
Como si se tratase de la visión aristotélica de la justicia (el punto medio de una recta), en un barrio de clase media de la Bogotá de otrora, su casa se convirtió en un ágora, la plaza de los antiguos griegos para disertar y disfrutar de la razón, de la política, de la economía y de la pedagogía. Con sabor a interioridad agustiniana, con talante categórico kantiano y con amor paternal y socrático, el director del Consultorio Ético de la Fundación Nuevo Periodismo, Javier Darío Restrepo, abrió las puertas de su apartamento a Correo del Caroní y accedió a la invitación de filosofar sobre el periodismo.
Empecemos por los abstractos: ¿qué es el periodismo?
Es un servicio público a través de la información. Y parece muy elemental, sin embargo es algo fundamental y que generalmente no se tiene claro. Siempre piensan que es un negocio particular entregar noticias, cobrar por eso y punto. No. No es sólo entregar noticias: es un servicio público, que se presta y que es indispensable para crear libertad.
Te lo explico: sabía que ibas a preguntar de nuevo. Tú, para que puedas ser libre, tienes que tomar decisiones, pero tú no puedes tomar decisiones, si no estás bien informado sobre lo que vas a decidir. Nosotros proporcionamos esa información para que la gente pueda tomar decisiones y ser libre.
¿Somos proveedores de libertad?
Nosotros estamos en el origen de la libertad de las personas y de la sociedad. Ese es otro punto que el periodista no tiene en cuenta. Cuando un periodista no tiene en cuenta eso, uno se da cuenta de que el cuento ese del cuarto poder no tiene mayor importancia. Más bien es paja. Pero esto sí es lo real: nosotros estamos en el origen de la libertad de la sociedad, porque le damos conocimiento suficiente para que puedan decidir. Cuando no tienen conocimiento y deciden sin conocimiento, la gente comienza a ser manipulada.
Es crucial la primera definición: somos prestadores de un servicio público. ¿Hay entonces un choque entre el comercio legítimo y legal de la información con que sea un servicio público?
A veces se cambian las prioridades y ‘vamos a dar información para que nos paguen y tener plata’. No. La prioridad es otra: vamos a tener plata para dar una buena información. La gestión económica de la empresa está subordinada al bien principal: dar información.
¿Por qué? Porque la información no puede ser un bien particular. La información por su naturaleza es un bien público. Todo lo que las empresas particulares (los medios) pueden hacer es crear una infraestructura para proporcionar información, que cobran por eso, porque es natural que necesiten el dinero para sostener.
Ahí es donde nace la necesidad de una prioridad muy clara. A veces se cambian las prioridades y “vamos a dar información para que nos paguen y tener plata”. No. La prioridad es otra: vamos a tener plata para dar una buena información.
La gestión económica de la empresa está subordinada al bien principal: dar información.
Uno de los grandes debates que hay en la academia, incluso en los foros de la Red de Ética Segura (FNPI), es que debe cambiar el modelo económico de los medios de comunicación. La tendencia ahora es estimular que los lectores paguen directamente por la información. ¿Fue desacertado apuntar hace décadas a la publicidad para generar rentabilidad en los medios?
Sí. La solución que se le dio a la subsistencia económica de los medios fue una solución que al principio no tuvo en cuenta que con eso se estaba poniendo en tela de juicio la credibilidad de los medios de comunicación.
Esa credibilidad desaparece cuando la gente comienza a preguntarse al leer una información: “¿Quién le pagó a este?”. Esa pregunta echa abajo toda credibilidad. Y uno como medio de comunicación, si no le creen no se justifica que exista. Uno está trabajando para que le crean.
A veces el periodista cree que el trabajo termina cuando consigue la noticia y resulta que apenas está comenzando su trabajo. Después de conseguir la noticia tiene que ver cómo la presenta y ese cómo la presenta está determinado por si esa forma de presentarlo es creíble o no.
Por eso leyes tan elementales como usted hace su noticia, pero dígale al lector, al oyente, al televidente de dónde obtuvo esa noticia. Usted tiene que contar cuáles son sus fuentes. Si usted cuenta las cosas sin decir cuál es la fuente, la gente tiene todo el derecho de decir “este tipo se está inventando eso”. Me refiero a que la gente tiene que saber de dónde procede. Esta información proviene del Ministerio de Defensa, que es del Banco de la República. ¿Quién dentro del Banco de la República te lo dijo? Ya eso es parte de tu secreto (profesional). Pero la gente debe tener una idea de dónde vienen las informaciones.
¿El periodismo debe desaparecer como carrera?
Si la academia persiste en enseñar solo cosas, pronto perderá su razón de ser. La academia tiene que enseñar a ser personas, valores personales propios de la profesión, que es lo que no está haciendo. Te enseña a redactar, a manejar lo electrónico y demás, pero ¿te está enseñando a ser creíble? ¿Te está enseñando a ser independiente? ¿Te está enseñando a estar comprometido con la verdad? Tiene allí unas clasecitas de ética, que generalmente dicta un profesor con un librito. La ética no se enseña, se comparte, que es algo completamente distinto del método tradicional de enseñar cualquier disciplina.
Surgen dos planteamientos. Uno: ¿cómo combatir esa neutralidad de la academia, ese sinsabor, esa pedagogía errónea del periodismo y de la ética?
La academia tiene que estar dándose cuenta del fracaso de su metodología. Sobre todo cuando examina la crisis del periodismo actual. En el origen de esa crisis está una mala enseñanza, una mala orientación, que viene desde la academia. Uno conversa con los muchachos que están terminando y su gran ilusión es llegar a ser famosos, en primer lugar, y ricos, en segundo lugar.
Su gran ilusión no es como decía Gabriel García Márquez “cambiar algo todos los días”, ¿no? Les basta con echar el cuentecito.
Yo acabo de estar con la gente de la SIP. Ellos me pidieron que les explicara cómo se está informando acerca de la corrupción. Y en la entrada de mi texto, yo les hago dos comprobaciones: el de la corrupción es el tema más frecuente tocado por la prensa y eso se puede probar con estadísticas, todos los días.
La otra comprobación: la corrupción en los últimos años no se ha detenido, sino siempre está en ascenso. Frente a esos dos hechos viene la pregunta: ¿Para qué está sirviendo nuestra información? Nos estamos limitando a contar el cuentico de la corrupción y uno no es periodista solo para contar el cuentico. Sino que contando el cuento: influir para que las cosas cambien. Esa segunda parte no se está dando.
Dos: ¿cómo combatir ese relativismo de los medios?
Cuándo tú hablas de relativismo, ¿a qué te refieres?
A quedarse en lo inmediato y al temor de asumir una postura en contra de la corrupción.
Ah, al distanciamiento. Allí hay dos cosas: hay una enseñanza tradicional equivocada acerca de la objetividad. Te dicen que eres objetivo. Tú estás como en una tribuna desde donde se ve desfilar a toda la humanidad y en esa tribuna no te untas de nada si te limitas a contar lo que está pasando. Durante muchos años y a través de muchas generaciones esa fue la idea que dio la universidad y es una idea equivocada.
Periodista es alguien que tiene que influir en la historia. Entonces el miedo a que te digan que te metiste en el asunto, que te parcializaste, te está convirtiendo en un ausente, en una persona que cuenta las cosas a la distancia.
Y resulta que el periodismo es, ante todo, una influencia en la vida de la sociedad a través de la información.
¿Cómo inculcarles eso a los estudiantes cuando uno: las motivaciones principales es ser famoso y ser rico; dos, la academia se mantiene distanciada; tres: hay profesores que han ejercido el periodismo y desestimulan al estudiante sistemáticamente por una mala experiencia, están involucrados en casos de corrupción o por su desesperanza?
La universidad necesita un contacto mayor con el periodismo. Es absurdo, pero no tiene contacto. De pronto algunos profesores son periodistas, pero no hay ese contacto con el ejercicio de la profesión.
¿Es miedo?
Una de las preguntas que ha quedado sin respuesta es: ¿hasta qué punto el periodista se puede comprometer con los hechos? Para mucha gente comprometerse con los hechos significa yo soy santista, yo soy uribista. No: eso no es compromiso. El compromiso con la realidad es esa voluntad de cambiar las cosas a través de mi ejercicio profesional.
Yo como periodista tengo la obligación de promover un pensamiento, una reflexión. ¿En qué universidad se está enseñando eso? Hay una cosa fundamental y es mi papel social como periodista.
¿Por qué ha costado tanto asumir ese papel?
Métete en la cabeza de un periodista de un muchacho que sale de la universidad a buscar empleo. ¿Qué está buscando? Ganar platica, porque la necesita y se queda en eso. Entonces comienza a mirar a la profesión la manera de sostenerse. No se le ocurre que está cumpliendo una función para con toda la sociedad, porque nadie se lo ha dicho. Entonces de lo que se trata es de afinar la identidad profesional.
Mira, llevo cantidad de años respondiendo preguntas sobre asuntos éticos de los periodistas y he llegado a la conclusión de que la mayoría de los problemas éticos de los periodistas procede de una débil identidad profesional. No saben para qué están.
Aquí la (universidad) Javeriana y una fundación alemana, Konrad Adenauer, hicieron una encuesta en todo el país. Hicieron esta pregunta: ¿usted para qué es periodista? Me has de creer que 30 por ciento de las respuestas no sabía para qué eran periodistas y dejaron la respuesta en blanco. Eso es gravísimo: gente recién salida de la universidad y no saben para qué son periodistas.
¿Cómo se construye la ética del periodista?
Lo primero que hay que construir es la sensibilidad. La ética no es un asunto de conocimientos. Es asunto de sensibilidad ante lo correcto y ante lo incorrecto. Justamente cuando uno estudia el tema de la corrupción, la corrupción comienza cuando la persona no distingue entre el bien y el mal.
Tú llamas a estos sinvergüenzas que han estado recibiendo plata de la compañía brasilera y los tipos te defienden como lo más normal del caso: “Pero yo estaba aprovechando una oportunidad, yo estaba vendiéndole unos servicios a unos señores que buscaban un contrato”. No logran entender dónde está el bien y dónde está el mal.
Te cuento un episodio que te ilustra esto. En el Instituto de Bienestar Familiar ha estado recibiendo a niños que desde muy pequeños han estado en la guerrilla. Tomaron un grupo grande de chinos (niños), como 200, para ayudarles a reincorporarse a la sociedad. Han hecho un estudio en los niños y lo que más les alarmó fue que esos niños no saben distinguir entre el bien o el mal: si matar es bueno o es malo. Si alguna vez les tocó matar, lo hicieron, porque era bueno obedecer las órdenes que les daban las autoridades.
Entonces me preguntas cuándo comienza el conocimiento de lo ético, cuándo se distingue. ¿Eso quién lo da? En toda persona normal, eso se aprende en el hogar. Y no se aprende con discursos: se aprende con el ejemplo de los padres.
Cuando no hay hogar, ahí tienes el problema de la gente que no sabe qué es lo bueno y qué es lo malo.
En su ejercicio y análisis diario de leer periódicos y de ver noticias ¿no le genera melancolía ser reportero?
No, porque tengo otra ocupación.
¿Cómo es su vida nueva?
En este momento, estoy tocando ese tema (en la revista Vida nueva) y estoy reuniendo materiales para demostrar que esta es una civilización fracasada. Todos los años de historia recuerdan Liberté, Égalité, Fraternité. Haga el balance hoy ¿dónde están la libertad, la fraternidad y la igualdad? Después: ¡una gran conquista! La proclamación de los derechos humanos. A ver ¿dónde están? ¿Qué pasa con eso?
Y luego miras tú los titulares de prensa y resulta que el mundo ya perdió la memoria de que los seres humanos teníamos inteligencia y que con inteligencia podíamos resolver los problemas y no, hay que resolverlos con bombas. Ya hoy hay el temor de que se pueda desatar otra vez una guerra nuclear, porque la lógica de los discursos de los presidentes es acabar con bombas los conflictos. Estamos ante el fracaso de una civilización.
¿Cómo superar ese fracaso? Y resulta que la mayoría de las veces, si no la totalidad, nosotros remitimos los fracasos a los políticos. No nos hemos convencido de que los políticos constituyen una clase impotente para cambiar la historia o para cambiarla para bien, entonces la humanidad debe aprender a dejar de depender de la clase política o crear una clase política distinta. Y eso es tamaño empeño.
¿Cómo ve el periodismo en Venezuela?
Yo estuve varias veces en Venezuela. Y lo que había entonces no es lo que hay hoy, según presiento, porque hace tiempo no voy a Venezuela. Pero está en un momento bien difícil, si uno hace periodismo sin libertad es como si lo pusieran a caminar sin piernas.
Me parece que es el gran problema, que es un problema que el periodista venezolano puede resolver y sé que muchos lo están resolviendo con mucho coraje y sobre todo con mucho sentido del bien común. Tener ese sentido del bien común significa entrar en un conflicto muy radical.
Yo admiro a quienes a pesar de todas esas condiciones sigue haciendo un periodismo decente, porque hay otro periodismo que se acomoda. El periodismo no está hecho para acomodarse. El periodismo es eso que siempre tiene que estar en vía contraria.
A veces yo creo que el periodismo está hecho con la misma redacción de las bienaventuranzas: bienaventurados los pobres, como llevando la contraria; bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen hambre... Pero ¿cómo se le ocurre decir que bienaventurado es alguien que tiene hambre? Es justamente ir en contra del impulso de la carne y el estímulo de las fuerzas del espíritu. Si el periodismo se hace sin espíritu se convierte en una vulgaridad de papel que cuenta cuenticos, pero que no transforma nada.
Empezamos precisamente con ese tema: algo que transforme. Si no transforma, la gente lee nuestros periódicos y se duerme leyéndolos de lo monótonos y cansones que son.
Hay uno de esos libros que tengo ahí: Periodismo de servicio, que tiene un final de capítulo formidable, “¿cuál es el buen periodismo? Que cuando terminan de leer tu periódico las personas se sienten mejores personas”. Esa es la característica, el síntoma de un buen periódico o de un buen noticiero, que la gente vea aquello y se sienta mejor persona. Si por el contrario se duerme y no le encuentra ninguna utilidad y no le sirven, sino para envolver aguacates es un periodismo que no vale la pena. Creo que hay demasiado periódico para envolver aguacates.
¿Qué es el bien? ¿Cómo discernir en una sociedad con tantos distractores?
Comenta Savater: comenzamos a ser éticos cuando tenemos la percepción del otro. Viene tu pregunta: ¿cómo hacer? Tener la percepción del otro, que es lo primero que enseñan los padres.
La única azotaina que me dio mi padre fue porque una vez le pegué a mi hermana menor. Entonces, llegó por la noche, la mamá le contó: “La niña está llorando, porque Javier le pegó”. Me llamó aparte: “A las mujeres nunca se les pega”... Ya tenía la correa en la mano y dele pues al tipo para que no se le olvidara nunca esa lección: “A las mujeres nunca se les pega. Y sin son pequeñas: menos. Y si es su hermana: mucho menos”.
Percepción del otro. Descartar en la relación del otro el uso de la fuerza y de la violencia, una lección ética. Siempre la percepción de lo ético está unida a la relación con el otro. Ese sería el comienzo.
Suena tan utópico y complejo que me acuerda de Tomás Eloy Martínez. ¿Entonces el periodista es un gran defensor de la utopía?
Me acuerdo de un taller con unos periodistas argentinos. Ellos mismos se propusieron como resultado del taller el borrador de un código de ética para los periodistas argentinos. Ya el último día lo tenían listo, lo leyeron y todos los artículos que habían puesto comenzaban con el no: “No se debe hacer tal cosa”, “no tal otra”.
Terminaron la lectura y les dije: “Les voy a sugerir un ejercicio suplementario: eso que ustedes acaban de redactar, pónganlo en positivo y que no haya ningún no, sino que todo sea positivo”. Y de ahí resultó un código, que tres años después, ya ellos aprobaron y en la sesión me pidieron que les hiciera un discursito, una conferencia. Y mi discurso, entonces, fue: “Eso que ustedes acaban de aprobar es una utopía, lo cual significa que ustedes les perdieron el miedo a las utopías”.
La gente que tiene miedo a las utopías se subestima como seres humanos. Uno nació para hacer lo imposible y cada vez que se acerca a eso, uno siente la felicidad de ser humano. Los códigos de ética son utopías. Si un código de ética fuera de unas cositas fáciles de hacer no tendría ninguna justificación.
El código de ética tiene que estar recordándole a uno que la vocación de todo ser humano es conquistar lo posible y mirar siempre otros posibles, de modo que la vida se le va a uno en una tensión constante de estar superando metas. Los códigos de ética proponen metas y en ese sentido son utopías.
Ser periodista requiere, entonces, de mucha espiritualidad.
Necesariamente la utopía tiene un estado de tensión del espíritu. Y el espíritu es quien da el alimento para eso. Es la gasolina.
Eso debe generar mucho miedo, mucha angustia.
Le genera miedo a la gente que no tiene esperanza. Hay una de las propuestas que generalmente hago en los talleres: hay que hacer periodismo de esperanza. Tenemos un periodismo que achata el ánimo de la gente: es el periodismo que muestra que todo está mal, que no hay nada que hacer, que qué vaina haber nacido.
Reconstruir la sociedad: una utopía posible.
Es una utopía y es posible. Solo que requiere de paciencia y de tiempo.
Uno como periodista siempre que encuentra un uso de armas registra eso con indignación, con rabia y con mucho dolor de ver que son pasos atrás del ser humano. El periodismo tiene que ser eso: enseñar sensatez.
Por el contrario, cuando ve que también los hay esos ejemplos de avances de comunidades hacia la solución racional de los conflictos, ahí siente uno que la humanidad, en ese momento, dio un paso adelante. Eso es lo que uno tiene que hacer como periodista: estar registrando con dolor lo uno; con alegría y entusiasmo, lo otro.
Eso es definitivamente eliminar el mito de la distancia.
Ah no, es que es un mito y es un mito que le ha hecho mucho daño al periodismo.