“La mayoría de líderes aquí estamos solos. Cuando hay problemas, todo el mundo se abre”. Así resumió hace poco un líder rural la desesperanza que crece en su comunidad, pero que probablemente representa a quienes defienden causas colectivas en cualquier otro lugar del país.
Estábamos en una reunión para planear la acción de tutela que buscaría defender uno de los tantos derechos que se le niega diariamente a esta población. Pero el encuentro se convirtió en un espacio de catarsis sobre lo inseguros que se sienten: “Los grupos armados se volvieron a tomar la zona”, decía uno. “Hay que ver qué hacemos porque mártires es lo que tenemos”, advertía otro. “Estamos en la misma violencia pero peor”, fue la conclusión.
Quienes veníamos de las ciudades solo escuchábamos. Yo estaba ahí para definir con ellos un plan de comunicaciones (artículos, videos, alianzas con medios...eso llevaba en la propuesta) para hacer visible la tutela y la causa que ellos lideran desde hace años. Pero mientras los escuchaba, volvían a mí una serie de dilemas que vienen rondándome desde hace meses y que podrían resumirse en “¿esto los ayudaría o los terminaría exponiendo a más riesgos?”
Entonces empecé a poner en duda varias prácticas que damos por sentadas en el ejercicio del periodismo. La primera, que humanizar las historias es la mejor alternativa porque, al ponerles rostro y nombre, podemos generar empatía entre la audiencia. Sigo creyendo eso pero, ¿qué pasa si esa empatía se logra a costa de exponer más a los líderes amenazados? ¿Esa exposición ayuda o perjudica más? “Nos ayudaría más que investigaran a los malos y no que nos mostraran a nosotros”, me dijo otro líder hace unos días. Tampoco sé si esa sea la respuesta (aquí solo dejo preguntas).
La segunda, que la decisión sobre qué tanta visibilidad debería tener una fuente amenazada está en manos de ella. Los periodistas solemos preguntarles a los entrevistados si aceptan revelar su identidad en una historia y damos el asunto por resuelto. ¿Es suficiente este trámite? ¿Toda la responsabilidad debería quedar del lado del líder que se queda poniendo el pellejo y nos “abrimos” tranquilos? No estoy tan segura.
La historia de Karina García
Algunas de estas preguntas empecé a hacérmelas el año pasado, cuando a los asesinatos de líderes y excombatientes se sumaron los de candidatos a las elecciones regionales y las cifras se desbordaron. Hubo uno en particular que me hizo plantearme el rol del periodismo para prevenir estos horrores: el de Karina García, candidata a la alcaldía de Suárez (Cauca), a quien mataron junto con su mamá y otras tres personas días después de haber publicado un video en el que denunciaba ataques contra su campaña. Terminaba diciendo “no esperemos que haya hechos que lamentar”.
El video de Karina, junto con la desgarradora foto de una mujer llorando abrazada a una de sus vallas, circuló en medios nacionales e internacionales cuando se conoció el asesinato. ¿Qué habría pasado si el video se hubiera hecho viral antes de que hubiera “hechos que lamentar”? ¿Habría servido de algo si los medios hubieran contado masivamente su historia?
El periodismo nacional se enfrenta a un panorama extraño para el que no estaba preparado. Mientras el Gobierno y las Farc negociaban en La Habana, nos entrenamos para cubrir la paz después de años contando la guerra, pero lo que tenemos no es precisamente eso. Los desplazamientos, las amenazas y los asesinatos siguen siendo noticia en paralelo con las historias de búsqueda de la verdad y los avances atropellados de la justicia transicional.
¿Cómo cubrimos estas dos realidades sin enloquecer en el intento? Aunque varios medios nacionales y corresponsales extranjeros hacen valiosos esfuerzos por lograrlo, es una discusión que no se ha planteado abiertamente entre periodistas, editores, directores de medios y organizaciones de periodismo.
En Colombia hay una oferta riquísima de talleres, seminarios y debates sobre la cobertura de temas que presentan retos para el periodismo actual: la migración, la protesta social y, más recientemente, la salud pública. Pero la cobertura de los líderes en riesgo, de un conflicto que se manifiesta de nuevas formas, de comunidades que vuelven a sentir el mismo miedo con actores que han mutado, no parece estar en esa agenda de discusión.
Es hora de que empecemos a plantearnos estos dilemas a ver si resolvemos entre todos algunos de ellos -entre todos incluyendo a los líderes, que son quienes se ven afectados para bien o para mal por nuestras coberturas-. A ver si encontramos alguna manera de que el periodismo ayude a prevenir y no solo a narrar muertes. No podemos resignarnos a ser contadores de muertos y autores de obituarios.
*Periodista en Dejusticia
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