Discurso pronunciado por Javier Darío Restrepo durante la conferencia '¿Hacia dónde va el periodismo?', el 28 de junio de 2005, en Bogotá, Colombia.
Zlatko Dizdarevic supo que su periódico era más necesario que el pan el día en que los guerreros lo incendiaron. Liberación era el único periódico que se publicaba en Sarajevo, y a pesar de la destrucción total de sus equipos e instalaciones, al día siguiente del incendio circuló como de costumbre y aunque los ejemplares se vendieron al doble de su precio, la edición se agotó en manos de lectores que apenas si tenían el dinero suficiente para comprar pan. ¿Y cómo se explica que un periódico pueda llegar a ser más necesario que el pan? le pregunté a Zlatko. El me respondió con la misma seguridad con que se formulan los axiomas o las verdades rubricadas por la experiencia: “porque en las crisis la gente puede vivir sin pan, pero no sin esperanza".
Esta es una historia que en los talleres de ética se escucha y se comenta con emoción porque tiene la fuerza de una revelación: un periódico llega a ser más útil que el pan cuando se convierte en un viático de esperanza para gente que sufre en las crisis.
Y por desmesurada que parezca, es una aspiración que está en la misma linea de las que han inspirado a los promotores de cambios en el periodismo en los últimos 50 años. Recuerdo a Neale Copple con su propuesta de profundidad y de análisis en los años 60; en esa década llegó también a las redacciones el proyecto revolucionario del Nuevo Periodismo, con precursores como Tom Wolfe, y en los años 70 Philip Meyer, con su Periodismo de Precisión, ahondó aún más en la necesidad de acortar las distancias que alejan al periodista de la realidad. Al lector había que darle más realidad que papel y tinta, y técnicas como la del análisis, o las de la narrativa, o las de la informática logran ese acercamiento. Las propuestas de los años 80 y 90 fueron las del Periodismo Cívico y las del Periodismo de Servicio en las que predomina, sobre lo técnico, una nueva mirada sobre la intencionalidad de la actitud periodística. El proyecto de Geraldinho Vieira en Cartagena, el año 2000, recogió esa revisión de las intencionalidades y las convirtió en un Periodismo de Propuesta.
A la zaga de estas iniciativas de cambio han marchado las universidades, las redacciones de los medios y los centros de estudios, que han investigado y promovido la renovación de técnicas y de contenidos en un proceso de constante desarrollo de una profesión que nunca ha estado conforme con la versión que ofrece de la realidad. A través de estos cambios de técnicas y de actitudes, siempre estuvo la motivación del acercamiento y conquista de la realidad, como si esta fuera la liebre huidiza de unos impacientes cazadores.
En esa cacería de la realidad andábamos al comenzar el siglo XXI, que se precipitó sobre los medios de comunicación como las aguas del tsunami, con el oleaje de tormenta de las catástrofes del hombre y de la naturaleza. El comienzo de algunos talleres de ética se hizo en este nuevo siglo con el ejercicio inicial de trazar el mapa de las tormentas políticas del continente, tal como las veían en sus países los periodistas participantes. Aunque lo quisiera, el periodismo no podía eludir la fragorosa realidad de las crisis intensificadas en el comienzo del siglo nuevo. Y no la eludió. Se enfrentó a ella con sus herramientas tradicionales y, en algún caso, con nuevas propuestas como la del periódico que después del 11 de septiembre convocó a sus redactores para hacer algo distinto: investigar las consecuencias previsibles del atentado en todos los órdenes.
Los 400 periodistas de 12 países que participaron en el taller virtual dictado desde el Tecnológico de Monterrey en 2003, en alguno de los ejercicios revivieron una de las tareas que con mayor frecuencia han tenido que asumir en estos años: el cubrimiento periodístico de una inundación. Es una catástrofe natural que, a fuerza de repetirse, ha creado en poblaciones y autoridades un reflejo condicionado de resignación y pasividad. También aparece esa actitud en los medios que año tras año repiten las informaciones de la vez anterior: número de muertos y desaparecidos, cifras de pérdidas, ayudas recibidas y testimonios lacrimosos de los damnificados. ¿Puede hacerse algo distinto? fue la pregunta provocadora del ejercicio, que concluyó con la propuesta de reemplazar el punto final aconsejado por la rutina, con un punto y aparte, de modo que una vez concluidas las tareas de investigación de los datos de la catástrofe, comenzara la averiguación de las causas y, tras estas, la búsqueda de las propuestas para evitar la repetición del desastre y para cambiar la suerte de los damnificados.
A primera vista toda la novedad consiste en agregar al relato dos o tres párrafos que imponen un trabajo suplementario de búsqueda de otras fuentes y de investigación, con ellas, de causas y propuestas. Pero cuando se miran los distintos efectos de la crónica de la inundación, esa en que el periodista notifica que así sucedió y que aquí nada hay que hacer y sumerge al lector en la pasividad y en la resignación; y la crónica de la propuesta que logra el efecto contrario, porque alerta sobre tareas por hacer y posibilidades por explorar, es evidente que hay dos formas de contar la misma historia y de hacer periodismo: uno que genera pasividad y otro que invita a la acción.
Pero no es solo la forma de contar ni asunto de párrafos de más o de menos. Se cuenta de otra manera porque tiene en cuenta un elemento de la realidad que poco cuenta y se cuenta, puesto que es invisible. Estoy hablando de lo posible, esa parte de la realidad que tiene que ser visibilizada para que el periodista llegue a un conocimiento integral de lo real. Escribió sobre esto Edgar Morin: “lo que importa es ser realista en el sentido complejo: comprender la incertidumbre de lo real, saber que hay un posible aún invisible en lo real.” Regresamos así al mismo tema que ha motivado las propuestas de cambio del último medio siglo: el acercamiento a lo real y su captura – como una pieza de cacería- en el trabajo periodístico.
En los talleres de la Fundación también ha estado presente: sus ejercicios, sus reflexiones, la exploración por entre la maraña de las experiencias de los talleristas, los trabajos de grupo, han sido tareas emprendidas para acercar a los periodistas a lo real. Y hay que admitir que los horizontes del periodismo se han ensanchado como consecuencia de esa encarnizada cacería de lo real.
Si lo posible es esa parte invisibilizada de lo real, el próximo paso de progreso de la profesión es el periodismo de lo posible, porque en él se potencian todos los avances anteriores y porque desde él se le da impulso a ese periodismo más necesario que el pan, por su contenido de esperanza. El efecto, lo posible conduce a la propuesta y ésta a la esperanza.
Comenzamos a entrever este periodismo de lo posible a través de ejercicios en los que los participantes en los talleres pusieron en juego su creatividad y su experiencia; fue el caso del enfrentamiento entre el poder de la bomba de un terrorista y el poder de la palabra – la frágil y efímera palabra del periodista- Ante un terrorista que con su bomba se propone difundir el miedo, la desconfianza y la admiración aterrorizada por la aparición de un nuevo poder, ¿es posible que la palabra del periodista genere serenidad, confianza y rechazo del nuevo poder? En varios talleres hice ese ejercicio, en todos se comprobó que un periodismo pasivo y rutinario le da la razón a la señora Tatcher, de quien es la afirmación sobre la simbiosis entre terroristas y periodistas; y se descubrió que un periodismo activo y de propuesta tiene técnicas y recursos para enfrentar con eficacia la palabra a las bombas.
Si se llega a la convicción sobre ese poder, se puede dar un segundo paso con el ejercicio elemental de encontrar los enfoques posibles de una noticia. Variados enfoques que permiten comprobar que los textos periodísticos no reflejan la realidad como es sino como la vemos; esto, sin embargo es inexacto porque no contamos lo que vemos sino lo que queremos ver, o lo que nos han ordenado ver. A pesar de todas las proclamaciones de objetividad, los medios crean sus realidades, porque tienen poder para hacerlo.
Todas las técnicas del periodismo de profundidad, de la investigación, del relato, o las de la informática, parecen perder su potencial renovador cuando desembocan en el torrente de las decisiones editoriales. Son esas decisiones, sin embargo, las que pueden maximizar ese potencial, tal como lo demostraron el Periodismo de Servicio, el Periodismo Cívico y el de Propuesta. A los avances técnicos tienen que seguir unas soluciones éticas. ¿De qué le valen al periodismo todos los avances de la tecnología si al fin pierde su norte? Lo anotó con su habitual agudeza Tomás Eloy Martínez: “el lenguaje del periodismo futuro, escribió, es ante todo solución ética. El periodista no es un agente pasivo que observa la verdad. En el gran periodismo se deben descubrir los modelos de realidad que se avecinan.”
El problema no es lo que haremos con internet ni con el desarrollo de las tecnologías del conocimiento, nuestro asunto es el para qué de esos instrumentos. El periodismo de propuesta, según la formulación de Vieira, une a los desarrollos técnicos de la investigación y la prospectiva aplicados a la elaboración de la información, el componente ético de la voluntad de ofrecer con la noticia, una proyección de futuro, una visión amplia, liberada de las estrecheces de lo inmediato, con claves para desatar los nudos de las crisis.
Su larga experiencia periodística y su indudable autoridad le permitieron escribir a Ryszard Kapuscinski:: “ el periodismo no cabe en la fórmula de la noticia periodística sino que abarca esa parte del oficio que trata de profundizar en nuestro conocimiento del mundo para hacerlo más rico y pleno.” El periodismo, según esto, tiene que romper sus raíces con el presente para ir más allá, al futuro, por el camino que traza la propuesta. Es, como ustedes pueden verlo, un desarrollo técnico que aplica los aportes de la metodología de investigación, el uso de los géneros y de las posibilidades de la narrativa, el manejo de la informática, puestos al servicio de una voluntad expresa de convertir la información en un instrumento de cambio; que es la conclusión de Gabriel García Márquez: “ debemos ser conscientes de que los periodistas tenemos el poder y las armas para cambiar algo todos los días.”
El pensamiento de estos tres monstruos sagrados del periodismo de hoy deja abierto el camino para agregar que la pasión por la realidad, que ha inspirado todos los avances de la profesión, es la misma que ahora, frente a esa parte no visible de la realidad que es lo posible, está estimulando la iniciativa de un periodismo de propuesta a sabiendas de que cuando hay propuesta, hay esperanza;
Por tanto, un periodismo que aplica sus avances técnicos al hallazgo de propuestas es un periodismo que descubre y destaca todo el potencial de esperanza que duerme en la palabra y en la noticia. Digo “duerme” porque hasta ahora se ha manejado con una mayor e inconsciente eficacia su potencial de desesperanza.
Una participante en el taller virtual de Monterrey, la periodista mejicana Marcela Turati, ganadora del premio Nuevo Periodismo del año pasado, con estas ideas en mente viajó a Brasil y Argentina para seguirles la pista a los nuevos modos de informar. Concluida su gira me escribe: “hay un consenso en que las notas de denuncia deben estar acompañadas de soluciones. La idea está marcando una tendencia en la nueva generación. De Méjico puedo contarle que un grupo de periodistas jóvenes intenta sumarse a este tipo de periodismo.”
También en periodismo somos herederos del pasado y responsables del futuro. Hoy sentimos el peso de la desesperanza y resignación que han retardado el paso de nuestras sociedades; al mismo tiempo se nos revela el excitante desafío de cambiar esa carga por la influencia liberadora de la fe en lo posible, que es el nombre de la esperanza. El día en que esto suceda, los periódicos se habrán vuelto más necesarios que el pan.
Javier Darío Restrepo
28 de agosto, 2005.