En la cobertura de un atentado terrorista, ¿es ético publicar fotografías de escenas sangrientas y personas gravemente heridas, sin ninguna clase de censura?
Respuesta:
Basta examinar los motivos que se alegan para hacer esta clase de publicaciones:
- ¿Las publicaría usted para enriquecer la información? La verdad es que no agregan ninguna información valiosa; en cambio, obstaculizan la comprensión del hecho porque sobreponen la curiosidad o el sentimiento a la acción inteligente de acercarse al hecho para interpretarlo y comprenderlo.
- También se decide publicar este material porque se presume que es lo que el lector quiere ver. Y es cierto, es lo que muchos lectores quieren ver, pero usted no está obligado a atender ese reclamo; ningún periodista puede guiarse por ese criterio. El periodista está para ofrecer información que, según su criterio o el de la sala de redacción, sirve al bien público.
- Hablar de lo que quiere el lector lleva a la intención más común y cercana a lo real: se atiende al reclamo del lector porque así se incrementan las cifras de sintonía o de ventas, que es tanto como degradar el periodismo a la sola función de negocio, y la información a mercancía. Dos criterios que la ética de la profesión rechaza.
Examinados estos tres motivos es posible concluir que no hay un solo motivo sano para publicar esta clase de imágenes.
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Documentación
Aparece como prudente la práctica de no revelar los nombres de los muertos en accidentes hasta no haber notificado oficialmente a sus familiares más cercanos. Con esto se evita el dolor excesivo que significa para un familiar enterarse a través de los medios de comunicación de la muerte de un ser querido. Además, hay que evitar todo sensacionalismo; es decir, exagerar el valor de la noticia, por ejemplo el dramatismo de los últimos momentos, las heridas o la sangre. La divulgación de estos detalles haría caer al periodista en la morbosidad y, por lo mismo, no cumple debidamente con el deber de entregar la información que el público tiene derecho a conocer. Nadie tiene derecho a ver en las primeras planas de un periódico o en las pantallas miembros despedazados o restos humeantes; ello no aporta nada a la información misma pero sí puede constituir una forma de sensacionalismo, que lo único que pretende es vender más periódicos u obtener más sintonía.
Finalmente hay que revisar el caso de los homicidios, por tratarse de delitos que son fundamentalmente públicos. En este caso debe entregarse el máximo de información posible, aunque con respeto al dolor de los familiares y amigos de la víctima, a fin de no provocar más dolor que el que la misma muerte ha causado. Asimismo, la investigación policial y judicial del delito debe ser conocida por la sociedad, pero siempre evitando entorpecer el trabajo de jueces y policías, sin especulaciones que vayan más allá de los hechos mismos y, sobre todo, sin imputaciones que puedan transformarse, a su vez, en delitos contra la honra. Quienes aparecen inculpados en algún momento de la investigación tienen derecho a la defensa y a ser considerados inocentes hasta la sentencia definitiva, por lo que su honor debe ser protegido. En la legislación existe, precisamente, el delito de calumnia como atentado contra el honor y que consiste en la imputación falsa de un delito. Los periodistas deben cuidar su información a fin de no cometer este tipo de actos ilícitos.
Mario Urzúa Aracena en Periodismo y ética: dos temas actuales. Centro de estudios Bicentenario, Santiago de Chile. 2005. P. 60. 61.