¿Cómo debe tratarse la información que revela o expone deficiencias del público frente a principios fundamentales de la democracia?
¿Cómo tratar al ciudadano lector que denigra de los principios democráticos? ¿Se impone el principio de la defensa de la democracia sobre el derecho del individuo? Es inevitable hacer pedagogía cuando se informa sobre los hechos diarios. Puede ser una pedagogía deliberada, en el caso del periodista que selecciona los hechos con la intención precisa de abrir los ojos y la mente del receptor a realidades sociales, vg. Cuando se acumulan relatos sobre accidentes de tráfico para urgir a las autoridades y al público unas conductas de prudencia y responsabilidad al conducir o cuando se destacan los actos de corrupción como abusos en el manejo de lo público.
Hay otra pedagogía, la inconsciente, cuando se muestran los hechos y se deja abierta la posibilidad de que el receptor asimile su significado.
Esa pedagogía, deliberada o inconsciente, le es debida al receptor y es, a la vez, el instrumento del periodista para enfrentar a sus lectores, oyentes o televidentes, a sus deficiencias o incoherencias democráticas.
El periodista habla con hechos, acentúa con el enfoque de los hechos o con la acumulación de detalles o con el tono de sus relatos.
Como instrumento, pedagógicamente válido, puede echar mano del examen de las consecuencias y de los antecedentes de los hechos.
En un medio de comunicación la tarea de formación política se hace, además, en las páginas de opinión. Si allí se despliegan las columnas de escritores capaces y de opiniones diversas, el lector encontrará una mirada inteligente sobre los hechos y unos elementos válidos para decidir democráticamente. Por otra parte, una decisión democrática no debe contrariar los derechos individuales. En términos generales, habría una contradicción en los términos si se pudiera hablar de una democracia que sacrifica los derechos de las personas.
Documentación.
La participación en los espacios informativos de opinión es más grito que calidad de palabra. Al declarar en ellos, el público argumenta poco, se trata en buena parte de los casos de una participación más afectiva que racional, es más una reacción que juicios elaborados fruto de la reflexión y del discernimiento. Pero los medios tampoco demandan otra cosa.
Lo dicho se torna preocupante cuando recordamos que también al calor de los medios nos formamos como ciudadanos. En un estudio reciente sobre cultura política, los jóvenes de un barrio de la periferia de Lima explicaban que su única experiencia política era votar y lo que habían visto y aprendido a través de la televisión. Nuestro valor y sentido de la democracia, la legitimidad de unas prácticas políticas y no de otras, las adquirimos a través de un largo proceso en el cual se incorpora de una manera especial nuestro cotidiano encuentro e interacción con los medios, sobre todo con los informativos.
Frente a esta evidencia, modificar la naturaleza de la participación en los informativos, se vuelve una urgencia imperiosa.
Helena Pinilla García.
Periodismo y participación cívica. Contribuciones 2, 1996. Fundación Adenauer. Página 53.