¿Se puede hablar de una ética del caricaturista? R.- La ética del humor, utilizado como medio para comunicar, coincide con la ética de la comunicación y demanda unos valores específicos junto con los valores que hacen de toda comunicación un acercamiento y una relación con los demás.
Lo mismo que cualquier comunicación, la caricatura debe decir la verdad. So pretexto del humor, no se puede mentir; y con el pensamiento de hacer reír no se puede atentar contra la dignidad de las personas.
Esa misma ética de la comunicación le impone al caricaturista el deber de ser independiente como condición para llegar a la verdad de lo que quiere comunicar. También le impone el deber de la responsabilidad, o sea de responder por las consecuencias de su mensaje, para prevenir las que pudieran ser dañinas (el humor corrosivo y malévolo) y optimizar las buenas (el humor que alegra y hace ver lo que estaba oculto).
Además de esos valores necesarios para toda comunicación, los hay específicos de los que hacen humor en los medios. La propuesta del caricaturista es diferente de la común, la suya es una mirada propia. Es una mirada rápida que va al fondo de las personas y de las cosas y los hace ver de esa manera. Puede prescindir de las palabras y comunicar a través de las imágenes; sin embargo, al deformar personajes, lugares o cosas, debe lograr el milagro de dejar intacta la realidad, obediente al mandato ético de entregar la verdad, pero dentro de su lenguaje.
Tiene el poder de persuadir mientras ríe y hace reír; pero la risa es medio y no fin; y medio para hacer mejores a sus receptores, mediante un conocimiento más efectivo de lo que sucede. Así ha de hacerlos alegres, pero no pérfidos; por eso con su caricatura construye y eleva cuando es ético; si corroe y degrada contradice la naturaleza de la comunicación y de su lenguaje.
Fundamento de todo esto es la convicción de que se comunica para acercar y acercarse, que es la visión y la misión ética del humor en el periodismo.
Documentación.
Ridiculizar es siempre un tipo particular de depreciación. No podemos ridiculizar a alguien mostrando qué bueno es o que es mejor que cualquiera, o simplemente que es formal. Tenemos que demostrar que es inferior, bien sea inferior a lo normal, bien sea inferior por lo menos a lo que se ha dicho o se ha pensado de él.
Por tanto, las cuestiones que el lector no toma en serio, son aquellas que el autor le presenta de tal manera inferiores, que no es posible asimilar como lógica.
Es fácilmente observable el hecho de que si alguien se siente aludido por una broma, aún sin trascendencia, tiende a sentir algún tipo de malestar, sobre todo, si tiene en mucho su propio valía y no ha aprendido a reírse de sí mismo.
A su vez, el autor es inocente o culpable, en la medida que utiliza estos recursos, bien sea por simple diversión o para molestar al aludido, en todo caso siempre tendrá una puerta abierta si desea asegurar su buena intención o apelar a un malentendido. El ridículo que está implícito en los recursos humorísticos es más enfático si las situaciones o personajes a los que alude son verdaderos y actuales. Es decir, si pertenecen a la escena política, económica o de relieve social presente.
Por ello en una reciente publicación Iván Tubau, propone dividir el humor en dos grandes grupos: el humor puro y el humor crítico; el humor puro sería el que toma como base la invención humorística desvinculado de la observación de la realidad; el humor crítico sería el que constituye en mayor o menor medida una radiografía subjetiva e intencionada de la vida del país o del mundo.
En mayor o menor grado el humorismo ridiculiza, y así se prepara para convertirse en un arma eficaz al servicio de la crítica periodística. Todos los recursos humorísticos tienen un denominador común: minimizar la exigencia de que algo en particular deba tomarse en serio, bien reduciéndolo a lo absurdo, bien reduciéndolo a lo negligente de manera que produzca placer la minimización.
Fabiola Morales: Los recursos del humor en el periodismo de opinión. Universidad de Piura, Piura, Perú 1999. P 78.79.80.
¿Se puede hablar de una ética del caricaturista? ¿En qué consiste?
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