¿Qué función cumple un boletín oficial preparado por periodistas de una oficina de prensa: es información o es propaganda? R.- Un boletín oficial es información para la ciudadanía sobre los asuntos públicos que conciernen a los ciudadanos. Esos boletines se elaboran y difunden, pagados con dineros públicos, y hacen parte de la gestión pública para la que fueron nombrados o elegidos, los empleados públicos.
Es lógico concluir, por tanto, que en esos boletines se debe comunicar información pura y exacta sobre los asuntos públicos, sin mezcla alguna de publicidad sobre los funcionarios o las instituciones. Tanto los funcionarios como las instituciones existen para el servicio público de modo que no son ellos los que interesan, sino el cumplimiento de sus deberes los que deben ser difundidos como una obligatoria rendición de cuentas del empleado – el funcionario- al empleador, -el ciudadano-.
Cuanto más democrático es un gobierno (nacional, seccional o municipal) más escueta y severa es su información, limitada a la presentación de las tareas que el gobernante está cumpliendo en obediencia al compromiso adquirido con la ciudadanía. Cuando este es el criterio, sobran las piezas publicitarias y las técnicas de la publicidad destinadas a convencer. El ciudadano no necesita que lo convenzan, exige que le muestren las actividades de sus funcionarios en bien de la comunidad.
Y a menos democracia, y a mayor talante autoritario, menos información y más propaganda, es decir, presentación engañosa e interesada de las acciones de los funcionarios. Gobernantes y funcionarios autoritarios necesitan los clarines y festones de la propaganda y desconfían de la sobriedad y el rigor de la información periodística.
Documentación
Hay tres fuerzas que aceleran la descomposición de las normas informativas generalmente admitidas y que nos privan así de un sistema de referencia válido.
1.- Los intereses de los principales agentes económicos en la desinformación.
Son sobre todos los grandes agentes económicos los que más se benefician de la desinformación. Si un vendedor consigue privar al consumidor crítico de una clara comprensión, le puede recomendar mercancías de menor valor, pedir precios más altos o atarlo de manos con contratos a largo plazo. Las empresas telefónicas y administradoras de energía, encabezan, por ahora,. De manera muy evidente, la desinformación más descarada.
2.- La imprevisión y la impotencia de los políticos.
Lo más aterrador de todo esto es que la desinformación no encuentra ninguna oposición en el terreno político. La política aun cuando ella misma no tiene como la economía grandes intereses en una profunda desinformación, tampoco tiene motivos para impedirla y además no está suficientemente calificada para hacerlo. Esta impotencia y estupefacción de los gobernantes no hace sino contribuir a la degradación de la política, integrada cada vez más al mundo del espectáculo.
3.- La debilitación de los medios de comunicación y del periodismo.
Siempre ha habido prensa amarilla, sin embargo ahora el sensacionalismo domina prácticamente todos los medios. Se han abandonado el debate y la valoración del trasfondo de los acontecimientos, debido, en buena parte a la permanente aceleración de la transmisión de informaciones, que hace casi imposible comprobar meticulosamente la veracidad. Una información sólo es buena, es decir mediáticamente eficaz, cuando se puede publicar rápidamente adelantándose al resto.
El periodismo independiente ha caído en una crisis cada vez más profunda. Las redacciones agradecen las opiniones prefabricadas que les hacen llegar los departamentos de relaciones públicas de las empresas y de los ministerios y así se cierra el círculo de las fuerzas motrices de la sociedad de la desinformación.Actualmente podemos ver cada día y de mil maneras cómo se fortalece la alianza de las fuerzas de la desinformación y como transforma toda nuestra realidad mediante una representación distorsionada, algunas veces asumida conscientemente y otras participando inconscientemente.
Max Otte en La crisis y el virus de la desinformación. En Capcalera, Revista del Colegio de Periodistas de Cataluña, # 149, 09-2010, Barcelona, p. 127