¿Es correcto que un periodista consiga información para un funcionario público que quiere afectar a alguien? ¿Qué principios éticos se estarían incumpliendo? R.-La información es un bien público y el periodista, como profesional de la información, es un servidor público, aún si se ejerce su profesión desde una empresa privada.
Un periódico o revista, una emisora de radio o canal de TV. Aunque sean manejados por empresas privadas, no pierden su carácter de servicio público. Si se tienen que explotar como empresas comerciales en ellas prevalece la función pública por sobre su carácter de negocio privado; por eso, el público les exige una información independiente y de servicio al público, y rechaza como un engaño la información que es propaganda, o hecha para servir a una persona o grupo.
El carácter de servicio público de la información resulta, no de una legislación, ni de normas específicas, sino de la naturaleza de los medios periodísticos. Estos y la información que suministran hacen parte de los mecanismos de participación y de fiscalización que requiere una sociedad democrática.
El ejercicio de la democracia, en efecto, es actividad de la inteligencia, no de la fuerza; se alimenta con el conocimiento de la realidad y la práctica de la crítica, que es una de las formas de la participación, junto con el diálogo y el intercambio de saberes.
La información, por tanto, adquiere un carácter universal porque se produce y emite como un servicio para toda la sociedad, razón por la que el periodista, aunque trabaje en empresas privadas, presta un servicio público, algo incompatible con la obtención y manejo de la información para un interés privado.
Documentación
En la democracia cualquier persona puede intervenir en los negocios públicos. Esto podría ser una ficción si no se reconoce a cada persona el derecho a emitir su opinión, “a adoptar lo que nos parezca mejor y apreciar los hechos y la calidad de los hombres que necesitamos conocer para proceder con acierto”.
En el fondo hay consenso para atribuir a la prensa la facultad de dar a conocer lo que piensa el hombre de la calle y establecer un denominador común, para terminar moldeando lo que se conoce como opinión pública.
Si bien existen órganos de sabiduría popular considerados foros naturales de la opinión pública no es menos cierto que sin prensa libre sería bastante difícil concebir la existencia de parlamentos soberanos.
Los modernos medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, contribuyen poderosamente a delinear con claridad lo que piensa el conjunto de las personas, con tanto o mayor fuerza que los comentarios editoriales de los diarios, las columnas de opinión, los análisis de los más famosos periodistas y las cartas que el público dirige a las redacciones de los periódicos en las cuales expone sus puntos de vista sobre diversos temas de interés general.
Esa fuerza, como todo instrumento poderoso, puede usarse bien o mal y crear, en vez de una clara opinión, simples emociones o entusiasmos. Por lo general, permite al observador atento darse cuenta de cuál es la percepción de los ciudadanos sobre todo lo que está ocurriendo en su entorno, cuál es su valoración de las autoridades que les gobiernan o la calificación de los objetivos que el Estado se ha trazado de la misma manera que perciben las aptitudes, las bondades o los defectos de los personajes públicos.
Emilio filipp: Fundamentos del periodismo. Trillas, México, 1997, p. 34 y 35.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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