Tirar a matar a camarógrafos, fotógrafos y reporteros: el riesgo que acecha en cada estallido social
30 de Noviembre de 2023

Tirar a matar a camarógrafos, fotógrafos y reporteros: el riesgo que acecha en cada estallido social

Por Mónica González, corresponsable del Consultorio Ético

“Al final de la tarde de este 11 de septiembre me tocó cubrir una manifestación en Villa Francia, una población emblemática de Santiago (Chile) por su lucha contra la dictadura del general Pinochet. Era la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado. Llegamos un par de horas antes. Hubo un pequeño acto con cantos y homenaje a sus víctimas, y luego me fui a grabar la manifestación masiva para poder despachar esa noche a tiempo al Noticiario Central de Mega, el canal de televisión para el que trabajo”. 

“Apenas comencé a hacer el despacho, empezaron las balas. Incluso al cierre de la nota, el periodista Juan Manuel Astorga nos dice desde el estudio que, entendiendo hay que reportear lo que ocurre, lo más importante es que nos pongamos a resguardo del peligro”.

“Nosotros andábamos con casco y chaleco antibalas y estábamos parapetados detrás de una ancha palmera. Mi compañero de trabajo ese día, Rodrigo Ugarte, estaba pegado al árbol, cosa que yo no podía porque tenía que grabar. Coloqué la cámara apuntando a los manifestantes en un plano tal que se vieran los carros policiales lanza aguas (‘guanacos’) cuando entran, y la gente que tiraba piedras. Pero ahora se sentían las balas. Por eso, yo no estaba detrás de la cámara, ella estaba a mi izquierda. Y yo protegiéndome del ángulo en que podían llegar las balas, perdigones o lo que fuera. Pasados unos 45 minutos, durante los cuales grabé algunas cosas, el periodista Rodrigo Ugarte me dice: ‘déjate de huevear y deja grabando’. Y lo dice, porque cuando grababa, me tenía que poner detrás de la cámara y me exponía a tiro de los manifestantes. Calculo que estábamos como a 200 metros de ellos. Dejo grabando y me parapeto nuevamente detrás de la palmera. Unos 8 a 10 minutos más tarde me llegó el impacto de bala”.

(Vea aquí ese trozo del noticiario)

Así comienza su relato para este Consultorio Ético el camarógrafo Javier Alejandro Barría (56 años). Con 32 años de experiencia como camarógrafo de Prensa, especializado en Reportajes –los 13 primeros años en Televisión Nacional (TVN, canal público, de 1991 a 2004), y los 20 restantes (hasta hoy), en el canal de TV Mega–, Barría es un hombre que domina el reporteo en terreno, el de las grandes tragedias, de los conflictos agudos y violencia. Por eso, la noche de este 11 de septiembre no imaginó lo que le deparaba la calle. Barría cayó al suelo, gravemente herido. La balacera no se detuvo.

¿Quién le disparó?

Desde hace 50 años, el 11 de septiembre es un día difícil y delicado para Chile. Ese día se conmemora el Golpe de Estado ejecutado por mandos de las Fuerzas Armadas y civiles de derecha, con el apoyo político y financiero del gobierno de Estados Unidos –encabezado por el presidente Richard Nixon– para derrocar al presidente Salvador Allende, electo por sufragio universal tres años antes. Las imágenes del bombardeo del palacio presidencial (La Moneda) y el cuerpo del fallecido presidente sacado entre el humo y cenizas, envuelto en un chamanto indígena, marcaron el inicio de una cruenta dictadura que perduró 17 años. Un hito histórico.

Los actos y manifestaciones masivas se multiplicaron en todo el país. También hubo violencia. Y no solo ejercida por la policía. Balas, perdigones, piedras, barricadas, gases. Y en el medio, equipos de periodistas. Como el equipo de la televisión chilena -Canal Mega-, que la noche de este 11 de septiembre llegó hasta Villa Francia. Su figura principal: el camarógrafo Javier Barría. Así continúa su relato:

“Cuando me llega la bala, caigo…  Mi colega, el periodista Rodrigo Ugarte, comienza a gritar ‘¡periodista caído!’ para que la policía venga a sacarme. Y es como en las películas, cuando cae un personaje y la poza de sangre comienza a salir e inmediatamente se va agrandando; eso es lo que yo vi desde el suelo. Obviamente, pensé que me iba a morir. Rodrigo seguía gritando ‘¡ayuda!, ¡ayuda!’. Y yo le decía: ‘ayúdame’. Siento que viene hacia mí. Se detiene. ‘No puedo ayudarte, nos siguen disparando’, lo escucho decir. Se asoma un vecino desde su casa, muy cerca de nosotros. ‘¡Qué pasó!’, grita. Rodrigo le dice ‘es mi colega, está herido, ¡hay que ayudarlo!’. Desde el suelo y como en un flash, siento que esa persona intenta acercarse hasta que dice: ‘no puedo, siguen disparando’. Sentí que me moría… No me quería tocar la cabeza porque pensé que tenía un hoyo. Y ahí pensé en mi hija… Tiene 16 años, tengo que criarla todavía. Y yo creo en Dios; pedí por favor una oportunidad”.

Mónica González: ¿Cómo lograste salir de allí hacia un recinto hospitalario?

Javier Barría: Fue gracias a Carabineros (policía militar) que me salvé. Ellos finalmente lograron colocar el carro lanza aguas y el “zorrillo” (carro lanza gases) frente a los manifestantes para que no nos siguieran llegando las balas. Ahí me toman y me llevan al Hospital de Carabineros y luego al Hospital de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS). En ningún momento perdí la conciencia, pero sí tengo flash de lo que ocurrió esa noche después del disparo. Hoy todos los médicos dicen que fue milagroso lo que ocurrió. Sé que suena bien cliché hablar de ese concepto, pero si la bala impacta dos milímetros más abajo o más arriba, me mata. Pegó justo y la frenó ese huesito: mastoideo; de lo contrario pasa hacia el cuello… Cuando ya llegan los médicos, yo les decía: ¿por qué no me sacan la bala? Sáquenmela. Porque la toqué y estaba en la parte de arriba de mi cuello, pegada a mi oreja. Y me decían: “porque no sabemos qué daños puede haber en tu cabeza, Javier”. Me introducían en un tubo para hacerme resonancia magnética, y escuchaba miles de voces por todos lados. Preguntaba cómo estoy y me decían que me había salvado de morir, pero ahora había que esperar. Fueron momentos de mucha angustia.

MG: Si justo minutos antes habías dejado grabando lo que ocurría, ¿pudieron identificar o al menos a ver de dónde surgió el disparo?

JB: Todo está grabado. Y allí se ve claramente que se acerca un hombre, el cálculo de la policía dice como a 50 metros míos, y se ve cuando esa persona se hinca, me apunta, se ve el fogonazo y se escucha mi grito. El disparo era para mí porque desde el ángulo en que está, esa persona no veía al periodista; solo me veía a mí. Todo esto está grabado. La bala fue intencionada. En la grabación queda muy claro que fue un intento de homicidio. No fue un accidente.

MG: El hombre te disparó desde unos 50 metros al cuello. ¿Cómo se explica que no te matara? 

JB: Cuando me sacan la bala calibre 9 mm, vieron que entró por el pómulo, pasó por debajo de la oreja y pegó en el huesito mastoideo. Lo quebró. Eso me produjo en el lado derecho de mi cara problemas bien complicados: perdí la sensibilidad en ese costado y el olfato; una sordera horrible los primeros 30 días y un pitido agudo insoportable siempre presente. Mareos, pérdida del equilibrio. Como no podía cerrar bien el ojo, cuando me duchaba me entraba agua. Hasta hoy me entra un poco de agua y jabón en el ojo. Salí caminando del Hospital del Trabajador (ACHS), pero como estaba muy sedado, solo después, ya en mi casa, me percaté lo mal que estaba.

MG: ¿Cómo fue esa llegada a su casa, el encuentro con su hija y su terapia? Porque aún está en pleno tratamiento de recuperación, ¿no es así? 

JB: Lo más importante para mí era hablar lo antes posible con mi hija. Tenía que decirle que estaba vivo, para que no se enterara por las redes sociales. Eso es lo que más me angustiaba: que ella se enterara por las redes sociales. Y fue lo que pasó. Al rato ya sabía, estaba en todos lados. Fueron momentos muy angustiantes y eso es lo que yo nunca más quiero vivir. Nunca más. Mira: estuve en el estallido en Chile desde el 19 de octubre de 2019, en la primera línea. Yo tomé las imágenes de Gustavo Gatica herido cuando entró al callejón ese de la Cruz Roja con sus dos ojitos sangrando. Yo estaba ahí y lo grabé (estudiante de Sicología, quedó ciego producto de 2 perdigones que le disparó directo al rostro el teniente coronel Claudio Crespo, de la policía militar, en noviembre de 2019, durante el estallido social). Estuve una vez en una favela en Brasil y me secuestraron; con las FARC en Colombia; estuve en baleos durante protestas en Chile y también una vez en protestas en Colombia, en Venezuela. Los camarógrafos, los periodistas, siempre estamos en esas manifestaciones. Y probablemente uno siempre quiere estar ahí, para informar. Hasta que tus hijos son más grandes y uno se pone un poco más… no sé si es la palabra: cobarde. O te apegas un poco más a la vida pensando que indefectiblemente los años pasan y uno le dedica toda la vida al trabajo y, finalmente, un día te das cuenta: tus hijos ya están grandes, se fueron y no lo viviste. O pasa lo que me ocurrió a mí… Prensa es muy absorbente. Y tampoco tienes apoyo psicológico cuando te toca hacer entrevistas horrorosas a gente que ha sufrido tanto. Entonces esa noche y las horas y días siguientes pensé en todas esas cosas. ¡Cuántas imágenes! Yo me separé y logré la custodia de mi hija y vivo semana por medio con ella. Todas sus imágenes pasaban por mi cabeza. Y la muerte… Porque yo no debía estar ahí. A veces todo se concatena. Porque no me tocaba estar a mí ahí ese día. Fue un cambio que hice con un colega para poder llevar a mi hija al Teatro Municipal…

MG: ¿Cómo fue ese cambio de turno que hizo por darle en el gusto a su hija?

JB: No creo que la vida esté determinada. Porque si el destino ya estuviera escrito nos exculparía de todo, pues era mi destino; no tengo culpa de nada. No es así. Pero todo se concatenó para que ese día yo estuviera ahí. Meses antes, estábamos con mi hija caminando por Santiago Centro y pasamos por el Teatro Municipal. Y me pidió ir a ver el ballet El Lago de los Cisnes de Chaikovski. Yo amo la música clásica, pero no me gusta ni la ópera ni el ballet. Soy de Puerto Aysén, de la Patagonia, y mi madre era cantante de ópera, entonces me crié con esa música y mi hija me pidió de regalo de cumpleaños ir a ver ese ballet al Municipal. Y compramos las entradas. Y pensé que cuando uno hace planes con anticipación, estando en Prensa, indefectiblemente pasa algo. Es una maldición. Y pasó. Me avisan que debo viajar justo ese día. Empecé a pedirles a los colegas quién me podía cambiar el viaje por otro turno. Nadie podía. Hasta que Álvaro Palma me dijo: ya, yo voy al viaje, pero tú tienes que ir el 11 a Villa Francia en la noche... Y así fue. Pablo de Rokha hablaba del universo y de su orden inaudito: cuando tú mueves algo en un lugar, otro se mueve para empatar una cosa buena aquí y una mala allá. Y a través de mi vida siempre ha sido así… 

MG: ¿Por qué no se fueron de allí de Villa Francia cuando empezó la balacera y ustedes en el medio, a tiro de los balazos que desconocidos disparan desde la oscuridad?

JB: En Prensa se habla de que el equipo decide en terreno, pero es una práctica mal concebida. Porque nosotros siempre vamos a tomar las decisiones pensando en la mejor cobertura de la noticia. Y eso hace –a mi juicio– que a veces se ponga en peligro al equipo que está en terreno. Es ahí donde creo que debemos hacer un cambio. Más allá incluso de lo que diga el equipo que está en terreno. Porque puede suceder que camarógrafo o periodista –o ambos– sean muy osados, hasta temerarios, y digan: “¡vamos a grabar igual!”. Por eso hay que hacer un protocolo, que mi experiencia sirva para algo. El criterio deben tenerlo en el estudio, en interlocución con el equipo en terreno y decidir sí o sí cuándo se saca al equipo del foco caliente. En este caso, desde el canal nos debieran haber sacado ipso facto de ahí. Porque esto no fue un accidente. En la grabación queda claro que las balas eran para nosotros y que fue alevoso. Ese tipo incluso se acercó; no disparó desde 200 metros. El problema –a mi juicio– es que les dimos tiempo, casi una hora, a quienes nos consideran sus enemigos para ubicarnos. 

MG: ¿Cómo ha funcionado su recuperación  física y psicológica? 

JB: Hoy ya escucho bien. Sí me cuesta hablar por teléfono. Me queda un grado de sordera. Los ruidos me retumban en la cabeza y cierto grado de pérdida de sensibilidad en la frente. Son detalles. Las secuelas físicas son pocas. Yo vivo en el barrio Yungay, en el centro de Santiago, por donde pasan muchos carros policiales haciendo sonar sus sirenas y hay mucho fuego artificial (los tiran delincuentes). Esos ruidos me descompensaban. Mi hija me ha apoyado mucho. Al principio, cuando se escuchaban fuegos artificiales o sirenas policiales ella de inmediato venía a abrazarme. A sus 16 años no debería estar en esto… Eso ha ido pasando. Durante un mes llegué a tomar 38 pastillas diarias. Y a pesar de ello, sentí al principio que me recuperaba bien. Incluso pensé en volver a trabajar lo más pronto posible. Pero ahora, y así se los informé al Departamento de Prensa de Mega, no puedo seguir. ¡No puedo seguir de camarógrafo de Prensa! Me han dado crisis de pánico en la calle. Grabar en Prensa es básicamente capturar escenas de dolor: empaparse del sufrimiento de la gente. Sobre todo, trabajando en Reportajes. Siempre vas a grabar testimonios de personas a las que robaron, abusaron, perdieron un ser querido… ¡Ya no puedo hacer ese trabajo!

MG: ¿Qué hará, entonces?

JB: Es un momento muy complicado, porque no sé qué hacer con mi vida. Lo único que sabía hacer para darle sentido a mi vida y generar dinero, era ser camarógrafo de prensa en terreno. Es lo que he hecho toda mi vida laboral. En la calle. Ahora, la próxima semana debo volver a trabajar y voy a pedir trabajar en estudio. Y eso, básicamente, es estar encerrado… Mi alma es la cámara y está en la calle. Mi cabeza no va a resistir el encierro. Además, y desde hace muchos años, me trato con un médico de un trastorno bipolar, Está controlado. La próxima semana empiezo la terapia ocupacional. Me van a sacar a la calle para que me acostumbre a los ruidos. Y debo andar acompañado pues todavía me da miedo andar solo. Escucho ruidos fuertes y me altero mucho. Sé que se tendrá que pasar y que por mi hija debo sobreponerme. Ahora empieza el periodo de recuperación y, en algún momento, en la ACHS me van a decir “Usted está listo para volver a la calle”.  Para volver a la calle sí, pero para volver a trabajar de camarógrafo en la calle, no. Son cosas distintas. Puede que en Mega me digan que voy a cubrir cosas más livianas, conferencias de prensa y notas de turismo. Pero en la práctica eso es irreal, porque si estoy cubriendo una conferencia de prensa y a solo cuadras ocurre algo, me van a mandar a mí. Es normal. O si estoy haciendo un reportaje de turismo en Polonia y resulta que los rusos deciden entrar a Ucrania por Polonia –como alguna vez lo hizo Hitler–, me van a mandar a mí. No van a gastar US$5.000 en vez de US$500 porque a este camarógrafo le pegaron un balazo. ¡Y no puedo hacerlo! Esa bala me arruinó la vida. 

Mire, le voy a contar un pequeño detalle. El día antes, el 10 de septiembre, habían golpeado a un camarógrafo amigo mío, también de Mega, en el cementerio (Freddy Barcaza). Y yo publiqué en Facebook una pequeña reflexión en la que eché mis diatribas contra el sistema. Cuando uno graba a un policía pegándole a un estudiante, es un camarógrafo probo que trabaja para el pueblo. Y te alaban, la gente, amigos míos. Pero cuando es al revés, cuando grabo a un estudiante pegándole a un policía, soy facho. Y la sociedad facha de este país me celebra. Y yo no soy ni lo uno ni lo otro. Más allá de mi posición política, yo no me levanto diciendo “voy a perjudicar a este u otro sector”. Hice ese comentario en Facebook, diciendo sí, esto también pasa porque nuestro trabajo es muy peligroso. Y, ¿quién sabe? Tal vez un día de estos me cueste la vida… El día anterior casi puse mi epitafio. 

MG: Supongo que por la grabación que usted mismo dejó corriendo, el hombre que le disparó está identificado. ¿Cómo ha avanzado la búsqueda de justicia para la batalla contra la impunidad?

JB: Pues sí, como esto quedó todo grabado, deberían estar buscando al criminal. Pero no sé qué tan fácil es agarrar a una persona si estaba encapuchada… Lo cierto es que no lo sé. Pregunté a uno de los editores del Departamento de Prensa de Mega qué estaba pasando con lo judicial, y no me han contestado. Me imagino que sigue su curso… 

MG: Volvamos a lo que pasó y a su futuro. Con 32 años de trabajo en una profesión desgastante física y emocionalmente, es normal que se sienta consternado con sus crisis de pánico y su angustia ante el dolor. Igual, hasta hace solo tres meses iba a todos los focos álgidos. Esta industria los succiona y luego, llegado el momento, ¿los protege para la vida?

JB: Mire, claro que sé que la noticia hay que cubrirla. Pero bastaba con el despacho y de ahí tendríamos que habernos ido. Si hubiéramos hecho eso, no me habría pasado nada. Por eso mi profunda sensación de pena y rabia. No me cuidaron. El tema más complejo es lo que soy y lo que voy a hacer. En qué me voy a ganar la vida. No quiero ser más camarógrafo. Ni en prensa ni en reportajes. No quiero ver más dolor. Ni ataques de pánico. No sé qué hacer con mi vida. A los 56 años, ¡qué mierda voy a hacer si no sé hacer nada más que esto que he hecho toda mi vida!

 

Hasta allí llega el testimonio del camarógrafo chileno de excelencia Javier Barría. Su caso es similar al de varios otros colegas que en distintos países de nuestro continente deben lidiar contra la amenaza del crimen organizado y de esta otra violencia que se agazapa en la oscuridad y la multitud de la protesta social. Se nutren del descontento y la ira de millones. Y arremeten con inusitada violencia contra cualquiera que les impida saquear locales comerciales y destruir lo que esté a su alcance. También los equipos de prensa son sus enemigos. El desafío ético es identificarlos a ellos y a sus jefes.

 

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