Muchas veces la realidad es dramática, sin necesidad de que el periodista y su manera de decir intervengan. Hay hechos que son, en sí mismos, terribles. Una matanza es terrible. ¿Se puede hablar de sensacionalismo cuando se dice esa verdad? ¿Cómo hacer para decir estas verdades cuando son tan terribles? ¿O es preferible no contarlas? ¿Debemos, como periodistas, restarle crueldad a una información que es realmente cruel, para no herir a nadie? ¿Qué hacer con estas verdades? El sensacionalismo es la reducción de la verdad de un hecho a sus aspectos más sensacionales. Es decir: se trata de una verdad a medias.
No es lo mismo describir una realidad dramática, que ser sensacionalista. Cuando la realidad dramática se muestra en su totalidad como hecho, es decir, en su contexto y con sus antecedentes, y se señalan sus proyecciones y consecuencias, el lector cuenta con elementos suficientes para entender lo que ha sucedido y para decidir qué puede cambiar, o qué puede hacer para impedir la repetición de realidades dramáticas. Si sólo se le muestra lo sensacional, el lector se vuelve pasivo, convierte la realidad en algo ajeno que tiene importancia en cuanto le pueda proveer sensaciones nuevas.
No se trata, por tanto, ni de callar realidades, ni de maquillarlas, sino de mostrarlas completas y de modo inteligente. Esto supone investigación y estudio, disposición pedagógica para comunicar eficazmente, e independencia respecto de los intereses comerciales que aconsejan aprovechar la versión a medias de los hechos, para venderlos como historias sensacionales.
Documentación.
En general y genéricamente la visión en la pantalla es un poco falsa, en el sentido de que descontextualiza, pues se basa en los primeros planos fuera de contexto. Quien recuerda la primera guerra que vimos (y perdimos) en televisión, la guerra de Vietnam, recordará la imagen de un coronel survietnamita disparando en la sien de un prisionero del Vietcong. El mundo civil se quedó horrorizado. Sin embargo esa imagen no mostraba a todos los muertos que había alrededor, que eran cuerpos horrendamente mutilados, no solo de soldados americanos, sino también de mujeres y niños. Por consiguiente la imagen de la ejecución por un disparo en la sien era verdadera, pero el mensaje que contenía era engañoso.
La verdad es que para falsear un acontecimiento narrado por medio de imágenes son suficientes unas tijeras. Además no es absolutamente cierto que la imagen hable por sí misma. Nos muestran a un hombre asesinado. ¿Quién lo ha matado? La imagen no lo dice lo dice la voz de quien sostiene un micrófono en la mano y el locutor quiere mentir, o se le ordena que mienta, dicho y hecho.
Disponemos también de experimentos que confirman que en televisión las mentiras se venden mejor. En Inglaterra un comentarista famoso dio -en el Daily Telegraph, en la radio y en la televisión- dos versiones de sus películas favoritas, una verdadera y otra descaradamente falsa. Un grupo de 40 mil personas -teleespectadores, oyentes y lectores- respondió a la pregunta de en cual de las dos entrevistas decía la verdad. Los más sagaces para descubrir las mentiras fueron los oyentes de la radio (más del 73 por ciento) mientras que solo el 52 por ciento de los telespectadores las descubrieron. Y este resultado parece plausible. Yo lo interpretaría así: el videodependiente tiene menos sentido crítico que quien es aún un animal simbólico adiestrado en la utilización de símbolos abstractos. Al p
Giovanni Sartori
En Homo Videns.Taurus, Madrid, 1998.