''En materia ética nadie es juez de nadie''
22 de Septiembre de 2016

''En materia ética nadie es juez de nadie''

Foto: Pixabay.com

A la publicación de una información sobre el conflicto entre campesinos y terratenientes, el director de otro diario respondió con una refutación de lo publicado. Y cuando el periodista iba a asumir la defensa de su información, el propietario de su diario se lo impidió. ¿Cómo queda ese propietario a la luz de la ética? Este caso, ocurrido hace más de 30 años, fue presentado con nombres propios y con la pretensión de que en el ámbito de este consultorio se imparta una condena o una absolución, como si se tratara de un tribunal.

Hay que repetir que en materia ética nadie es juez de nadie, salvo de sí mismo ni los asunto éticos se discuten como los legales por esa razón los casos se presentan sin nombres propios y en los términos más generales para extraer de ellos los valores, principios o normas que puedan servir a los visitantes de este consultorio.

En este caso: los hechos ocurrieron hace más de 30 años y como en cualquier caso similar se debieron dar motivos y circunstancias que solo conocen sus protagonistas. Sería injusto y temerario suponerlos, como punto de partida para una calificación moral.A partir de esos hechos sería aún más arbitrario y presuntuoso atreverse a formular un juicio moral sobre una persona. Pasados más de 30 años, ¿sigue siendo la misma persona? ¿Han cambiado sus criterios y su conducta? ¿En qué sentido? Son preguntas que se fundan en el hecho incontrovertible de que el ser humano está escribiendo y reescribiendo su historia todos los días. Lo contrario sería suponer que la vida humana carece del poder de rectificación, de ratificación, de renovación, de estancamiento o de retroceso.

Estas son, entre otras, las razones por las que en este y en todos los casos se omiten los juicios sobre personas concretas en cambio se consultan los valores, normas y principios útiles como guía para todas las personas en cuanto son aplicables a su ejercicio profesional periodístico.

En relación con el caso mismo, la práctica ha demostrado que la pugna entre un interés particular (del periodista, del director o del dueño) y el interés público (el de los campesinos en pugna con el terrateniente), lo público es lo que se prefiere.

El del periodista es un servicio público, aunque se valga de un medio o de una empresa privada para ejercerlo. Esta combinación de lo privado y de lo público les da a los medios de comunicación su singularidad ética y legal, porque mal se podrían comportar de acuerdo con las reglas de una empresa privada, unos periódicos que manejan un bien público que eso es la información. Por otra parte esta condición de servidor de lo público es la que le da al periodista y al periódico, toda su dignidad e influjo.

Documentación.

Los medios no pueden entenderse sino como servicio público. Porque la información y la comunicación son un servicio a la colectividad, imprescindible para la supervivencia democrática y para el desarrollo de la cultura. El concepto de servicio público parece no tener ya otro sentido que el material aquel cuya titularidad la tiene el estado. Pero es otra reducción. Si es cierto que la información es esencial para el ejercicio de la democracia, si la cultura es un bien básico y la cultura se distribuye, en gran medida, a través de los medios de comunicación, estos se adecuarán a la definición de servicio público en la medida en que sean capaces de realizar este servicio.

[...] Los medios de comunicación serán un servicio público a la ciudadanía si realmente consiguen interesarla y hacerla partícipe de aquello que debe importarle. El público no es tonto y aunque masivamente pueda dar una determinada respuesta, luego niega el afecto y el reconocimiento a aquello mismo que antes aplaudió. A los medios de comunicación les ocurre lo mismo que le ocurre a la política: el público aplaude los exabruptos para inmediatamente condenarlos. Una cosa es la diversión instantánea, otra la política de comunicación seria. El público distingue ambas cosas. De la separación, cada vez más abismal, entre políticos y ciudadanía no solo es culpable la clase política y la misma ciudadanía: los encargados de comunicar a unos con otros tienen también que analizar su parte de responsabilidad, aunque solo lo hagan por interés propio.

Victoria Camps.
El Malestar de la Vida Pública. Grijalbo, Barcelona, 1996. Páginas 166-167.

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