Consultorio Ético de la Fundación Gabo
22 de Julio de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

Dirijo un espacio para niños en televisión y cuando busco orientación solo encuentro críticas a lo que se hace en televisión que me hacen pensar que no tengo en las manos un instrumento adecuado. ¿Es posible hacer televisión para niños, éticamente correcta? R.- Es cierto, se ha gastado demasiado tiempo y espacio para satanizar la televisión como instrumento pedagógico. La verdad, sin embargo, es quje la tecnología de las comunicaciones en sí misma, no es ni buena ni mala, es lo que sus usuarios hagan con ella. En un hogar, la televisión usada como medio de información, sobre el mundo animal, o sobre la historia, o sobre las ciencias, o sobre la música, enriquece y amplía los conocimientos de los niños.
Si se la utiliza como un simple entretenimiento, sin otro propósito, la televisión puede ser cualquier cosa menos un instrumento formador o enriquecedor.
El problema, pues, no es la televisión sino lo que se quiera hacer con ella. Lo mismo sucede con la información periodística en televisión o en cualquier otro medio.
El periodista que no se limita a entretener o a llamar la atención, tiene en sus manos un instrumento poderoso si define su objetivo: ¿Divertir? ¿Entretener? ¿Sorprender? ¿Hacer pensar? ¿Guiar para descubrir? ¿Enseñar? Entre todos estos objetivos escogerá unos y desechará otros de acuerdo con su idea del objetivo de su programa.
Si ese objetivo es el de convertir la televisión en una experiencia enriquecedora para el niño, sabe que deberá potenciar todas las posibilidades positivas del medio y rechazar el camino fácil de volverlo comercial a cualquier costo.
Tanto los niños, como público, como la televisión en cuanto medio, ofrecen recursos para difundir unos contenidos de valor para la infancia, si la imaginación y la creatividad del periodista se ponen al servicio de ese propósito sin vacilaciones. En alguna parte los periodistas se dieron a la tarea de hacer un noticiero en que las noticias de cada día se cuentan en un lenguaje para niños de la misma manera que en algunas revistas hechas para niños se les cuenta lo que sucede en su lenguaje y de acuerdo con sus perspectivas. Otros editores de programas para niños trabajan con las escuelas o colegios y con ellos, uno distinto por semana o por mes, elaboran agendas y formas de expresión. El asunto es tomar al niño tan en serio como usualmente se hace con los adultos cuando se trata de informarlos.
Documentación
Caracterizar a los niños como audiencias significa asumirlos a la vez como consumidores y como ciudadanos, como sujetos que dedican muchas horas a ver programas de televisión y como actores sociales que elaboran con ellos representaciones de sí mismos y sobre los demás.
Pues solo asumiendo los medios como dimensión pedagógica de la cultura hoy podrá la escuela interactuar con el país con los nuevos campos de experiencia – reorganización de los saberes, flujos de información y redes de intercambio, hibridaciones de la ciencia, el arte, el trabajo y el ocio- con el horizonte laboral de las nuevas figuras profesionales y con los nuevos modos de representación y de acción ciudadanas.
A los creadores de televisión les corresponde pensar en una televisión para niños que no los infantilice sino que los asuma como sujetos y ciudadanos en construcción, dotados de una especial sensibilidad hacia el juego de las imágenes y los sonidos y por tanto hacia la multiplicidad de narrativas y escrituras que posibilitan las nuevas tecnologías audiovisuales e informáticas. Lo que en modo alguno significa que los niños no puedan pensar o analizar sino que lo hacen de otras formar y con otros discursos que los creadores deben aprender para poder interesarlos verdaderamente. ¿Por qué si hoy disponemos de una espléndida y creciente literatura escrita para ellos no podemos contar con una literatura televisiva para ellos? La respuesta a la pregunta se halla básicamente en la ausencia de unas políticas de televisión que estimulen esa literatura.

Jesús Martín Barbero: Oficio de Cartógrafo, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, pp 406, 407

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