Después de seis años de trabajar en la prensa escrita pasé a una agencia de publicidad donde me pagan un poco mejor. Pero me siento insatisfecha. ¿Cómo compensar la pasión periodística cuando también pesan las necesidades económicas?
Cuando el periodismo es pasión sus motivaciones pueden más que los cálculos. Impone una vida austera o, al menos, una solución de los problemas de subsistencia que no comprometa la independencia necesaria para prestar un servicio público.
La diferencia entre el trabajo de un publicista y el de un periodista es sustancial.
El publicista sirve al interés privado de una agencia y de unos anunciantes, maneja la información de acuerdo con esos intereses, por tanto, cuanto transmite está limitado y encuadrado dentro de esos intereses de ahí que sus textos, sus imágenes, visuales o sonoras, están al servicio de un interés específico, generalmente comercial, que le impide difundir verdades completas e independientes. Las suyas son verdades parciales, las que convienen a los anunciantes y, por lo mismo, a la agencia.
El periodista sirve al interés público, maneja un bien público y no tiene más amo que su lector y, a través de él, la sociedad entera. Por tanto, al dar su versión de la realidad no está limitado por interés alguno, que no sea el de toda la sociedad.
De esta comparación es fácil deducir que las funciones del periodista y las del publicista son incompatibles pretender ejercerlas simultáneamente es un imposible ético en el que la peor parte la lleva el ejercicio periodístico y por tanto, toda la sociedad.
También se concluye que en publicidad se gana más dinero, pero no se obtienen las satisfacciones ni la dignidad que le da al periodista el servicio de lo público. Es un hecho que el servicio de lo privado, priva de grandes satisfacciones personales.
En periodismo se gana menos, pero las satisfacciones del espíritu son más altas. Se trata, por tanto de escoger entre ganar dinero o ganar como persona.
Es una distinción que hecha a tiempo, les evita a los profesionales de la publicidad y del periodismo, dilemas éticos de difícil solución cuando se plantean tardíamente.
Documentación.
El presidente Roosevelt tenía absoluta razón cuando decía ante la Conferencia de Periodistas que la propaganda no debe publicarse n los diarios de la misma manera que un hecho. La propaganda no es un hecho sino una falsedad.
En realidad, se aparta intencionadamente de todo parecido con la verdad en beneficio de uno u otro bando en disputa o en conflicto.
A lo sumo, la propaganda es una opinión y la opinión no debe publicarse como un hecho, aunque sea sincera.
Además, la propaganda no es un hecho honesto ni una opinión honesta. Es esencialmente deshonesta.
La Constitución le ha conferido a la prensa un alto honor y la ha impuesto una obligación igualmente grande en interés, por supuesto, de una información pública completa y exacta. La prensa tiene el alto deber de merecer esa distinción, esa sagrada confianza en todo momento.
Tiene el deber de publicar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad como noticia.
Y tiene la misma obligación de publicar la opinión honesta como creencia y la propaganda como opinión deshonesta y hecho tergiversado.
La verdad es la base firme de la democracia.
La información exacta y completa constituye la primera necesidad de los ciudadanos de una república para el acertado cumplimiento de sus funciones como ciudadanos.
La prensa tiene una función vital que desempeñar en el mantenimiento del vigor de la democracia y en la continuidad de la existencia de la república.
Debe publicar la verdad íntegra y sin temor.
No debe publicar propaganda tendenciosa como noticia.
Debe dar al público información exacta.
Debe abrir sus columnas a la discusión libre y esclarecedora.
Sólo así podrá merecer los espléndidos honores y privilegios que le legaron los precursores de nuestra nación.
William Randolph Hearst (Fundador de la cadena de diarios Hearst)
Arte y Sentido del periodismo. Troquel. Buenos Aires. 1954. P.p. 53, 54.
Publicado por: Javier Darío Restrepo en ago 28, 2007 12:00
Bien, estoy en la carrera de Ciencias de la Comunicación, y aún no llegué a la especialización en Publicidad que ofrecen en la facultad, junto a Periodismo y Comunicación Institucional. Ya ejerzo mi profesión -dentro de la publicidad- y entiendo que exista una preocupación por la ética de la publicidad. Creo que todos los comunicadores tenemos que poner un grande esfuerzo día a día para no mentir a nuestro público -sin importar el campo de trabajo y sin importar a qué intereses respondamos. Aunque no me crean, esa fue una de las grandes lecciones de mis mentores: no mientas a los clientes. No ofrezcas cosas que no les darás. Esta postura es aplicable a todos los comunicadores.