¿Se deja de ser periodista al ingresar al mundo del periodismo institucional? ¿O se puede hacer periodismo desde las oficinas de prensa de las instituciones?
El perfil del periodista que está trazado en los códigos de ética periodística no sufre alteración cuando un periodista se desempeña en las oficinas institucionales de prensa.Basta hacer un rápido examen de sus principales características para confirmarlo.
Lo esencial es el compromiso con la verdad, que en una institución oficial debe guiar la actividad periodística con tanta exigencia como en un periódico o noticiero. Las dificultades en uno u otro caso son las mismas, aunque con distinta forma por ejemplo, la información en la institución y en el medio puede convertirse en propaganda o en conocimiento, las fuentes pueden ser manejadas con independencia o con sumisión, las verdades pueden ser integrales o a medias las presiones se dan en una y en otra parte y tanto los periodistas de las instituciones como los de los medios son quienes deciden a favor de un periodismo con ética o de un periodismo que prescinde de ella. Iguales consideraciones se pueden hacer respecto de la independencia que en las dos instancias está sometida a presiones y debe construirse con esfuerzo que se renueva día a día. En las redacciones la presión puede llegar desde el interior del medio: accionistas, directivos, anunciantes, etc. y en las instituciones el alto funcionario de turno, o mandos medios empeñados en halagar a sus jefes con propaganda, o con el sesgo publicitario de la información.
La diferencia se hace más sensible en el territorio de la responsabilidad social porque el periodista institucional debe ser más radical y explícito al señalar en su trabajo que su máxima prioridad es el ciudadano y que a esa se le subordinan las demás instancias. La escala de prioridades en el sector oficial suele pecar de cortesana y obsecuente, por cuanto tiende a darles los primeros lugares a los altos funcionarios o a la institución, (ministerio, presidencia, gobernación, alcaldía, etc) quienes con excesiva frecuencia no ven diferencia entre información y propaganda, interés personal o interés público.
Cuando el periodista tiene claros los conceptos con que se destacan esas diferencias y las adopta en su práctica profesional, lleva a cabo un proceso ético similar al del periodista de medios que mantiene su independencia en medio de las presiones, internas y externas que se dan en una redacción.
El periodista institucional se juega a veces su puesto en el esfuerzo por hacer entender a sus jefes que su amo no es el funcionario sino el ciudadano y que en su servicio debe transcurrir toda la actividad de funcionarios y de periodistas.
Documentación.
Otra clase de cooperación prensa gobierno, quizás más dañosa, se da cuando periodistas se asignan a una política determinada por un período de tiempo y, cansados de su función de vigilantes, comienzan a sustituir la función de vigilancia por la de complacencia. Algunos de los reporteros asignados al programa espacial han confesado esa clase de complacencia a raíz de la explosión del transbordador Challenger en 1986. Un panel de periodistas reconoció en una convención de Investigative Reporters and Editors que no habían cumplido correctamente con su trabajo antes del desastre del 28 de enero de 1986 en Cabo Cañaveral, porque poco a poco se habían vuelto bastante laxos en la crítica respecto de las ínfulas que se daba la NASA. Bob Drogan, de los Angeles Times comentó que la prensa reverenciaba a la NASA como a una vaca sagrada, dejando de denunciar los excesivos gastos, los fraudes y las deficiencias técnicas de la agencia, como aquella de los "anillos O" responsabilizados por la explosión. La NASA hubiera podido perder cualquiera de los 24 vuelos precedentes porque sabía de los problemas de compresión del cohete desde 1979, acusó Bruce Hall de la CBS News. Pero el éxito de estos vuelos arrulló a la NASA en un una atmósfera de autocomplacencia que arrastró a los periodistas, quienes también estaban enterados de los problemas de los "anillos O", dijo Hall. A comienzos de los años 80 los reporteros comenzaron a formular preguntas críticas a la NASA, dijo Olive Talley, reportera del programa espacial para el Washington Post. Pero a medida que la agencia se anotaba sus éxitos, añadió, "comenzamos a retractarnos de hacerlas. Según la NASA las cosas habían funcionado, estaban funcionando y seguirían funcionando".
Aunque los editores y el público se desinteresaban cada vez más por los problemas técnicos del transbordador, asevera Taslley, a los reporteros se les debe responsabilizar "por no informar adecuadamente sobre el funcionamiento interno de la NASA y por permitirle enredarlos en su galimatías técnico".
Eugene Goodwin.
Por un periodismo independiente. Tercer Mundo 1994, Bogotá, pp. 376, 377.