¿Qué tan ético es publicar una información verdadera pero que hace daño? Como un engaño matrimonial, por ejemplo. Los códigos son claros: la verdad del periodista no es un fin en sí, es un medio. La verdad periodística tiene un "para qué", es decir, tiene un objetivo: servir.
Por eso no basta que la noticia sea verdadera, además debe ser útil para quienes la reciben.
Esta es una afirmación que lleva implícita otra: la verdad del periodista no debe hacer daño. Viene a la mente, sin embargo, el daño que recibe el corrupto cuando el periodista descubre y documenta sus actos de corrupción. Pero el daño que se sigue de esa denuncia, no es del periodista sino del propio corrupto, él inició el proceso con sus actos y al final recibe las consecuencias dañinas de su acción.
En cambio, la información apresurada o descuidada sobre un hecho verdadero, puede hacer daño a un inocente o a la sociedad, que no podrá conocer a los autores o las causas del perjuicio que recibe.
El ejemplo incluido en la pregunta plantea, a su vez, el hecho de una verdad que hace daño y ningún bien. Un engaño matrimonial es un asunto de pareja que pertenece a su fuero privado y que nada tiene que ver con el bien público. Entrar en ese fuero, aún con todos los datos exactos, es invadir de modo indebido una intimidad, conducta vedada para el periodismo profesional. En efecto, las verdades que el periodismo le sirve al público, son aquellas que le permiten tomar libremente decisiones que convienen al bien de todos.
Documentación.
Como periodistas, nuestra responsabilidad es con los lectores. Cualquier cosa que sepamos, o que pensemos, pertenece ante todo, a esos lectores. No al político que es amigo nuestro.
Como periodistas debemos a esos lectores la versión más completa y exacta de los hechos, que podamos lograr y lo más depurado de nuestro juicio, sin que se oponga a ello el deseo de que se cumpla algún tipo de estrategia recomendada a nivel privado. Esa obligación no cambia si nos decimos reporteros, o comentaristas.
No puedo aceptar a los que tratan las críticas a la prensa simplemente diciendo: "si no les gusta, dejen de comprarlo." La conversación entre periódicos y lectores no termina en el quisco de ventas, o en el mostrador de suscripciones, lo mismo que no termina en las urnas el diálogo de los electores con los funcionarios electos. Un gobierno representativo es un intercambio de propuestas de 365 días al año. Así tiene que ser entre diarios y lectores.
Necesitamos saber más sobre qué es lo que hacemos para dejar insatisfecha a la gente, sin dar respuesta a su curiosidad. Necesitamos saber cuándo creen que nuestros valores y prejuicios distorsionan las noticias hasta quitarles su verdadera forma. También necesitamos su apoyo cuando están de acuerdo con nosotros, en esos inevitables choques que suceden con los personajes que cubrimos, especialmente funcionarios de gobierno. La libertad de prensa, en última instancia, depende de la importancia de nuestros trabajos para los lectores.
David S. Broder.
Tras las ocho columnas. Gernika. México. 1997. pp. 465, 480.