Si bien los reporteros somos representantes de los medios de información, ¿también somos representantes del pueblo? ¿Nos podemos autonombrar representantes del pueblo? R.- Cuando un periodista o un medio de comunicación llegan a ser reconocidos como la voz de una población, no es porque se haya producido un nombramiento, ni un autonombramiento, es el resultado de un proceso social en que han intervenido el conocimiento de la sociedad y de sus requerimientos por parte del periodista; además de su entrega e interés por la vida de la sociedad. No es, pues, nombramiento sino un reconocimiento de la sociedad.
La sola información no es la que logra esa identidad de la sociedad con el periodista o con el medio de comunicación, es la forma de entregar la información y el espíritu con que se hace el trabajo periodístico.
Hay un autonombramiento, que es solo un truco de propaganda, cuando un medio proclama dentro de su publicidad: “Somos la voz de la población tal”, cuando esto se hace desde medios que se perciben más como un negocio o como un instrumento interesado en el proselitismo político, gubernamental o religioso. La población percibe la diferencia y convierte a periodistas y medios en entretenimiento, pero no los toman en serio, ni se apoyan en su frágil credibilidad o en su nula influencia.
La población entrega su confianza y abre su conciencia ante los que sí sienten independientes, entregados a una misión, rigurosos y, sobre todo, sin más interés que el de la sociedad. Casi insensiblemente y de modo espontáneo se crea una relación en que medio y periodistas se ven indispensables. Entonces es cuando las audiencias tienen a medios y periodistas como sus representantes y voceros.
Documentación
La preocupación comercial por el número de lectores o de audiencia tiene su contraparte en el papel tradicional de los medios como guardianes del gobierno, como representantes del pueblo, como guardianes de su derecho a saber. En realidad, los medios noticiosos como sirvientes del interés público tienen la honrosa e indiscutible tarea ética de hacer lo posible para supervisar el desempeño de los funcionarios electos y de las burocracias creadas para prestar servicios públicos. La cuestión es qué tan lejos pueden y deben llegar los periodistas, desde una perspectiva ética, en su papel de guardianes. ¿Cuándo el criterio flexible de el mayor bien para el mayor número se convierte en un pretexto, en un, en una consigna para justificar el uso de un notorio engaño o de una invasión masiva de la intimidad a fin de obtener la noticia para la mayoría (¿y para la prensa?)
Algunos periodistas tratan de resistir o de enfrentarse a esta tentación utilitaria. Algunos lo han hecho siempre y probablemente lo seguirán haciendo. El punto es que dada la precaria posición de los medios noticiosos en la estima pública y la necesidad de mayor credibilidad, algunos quizás sean pocos. El planeta pronto se someterá a una ingeniería biológica si antes no sufre una biodegradación, el mundo podría debilitarse y/o quemarse por una guerra nuclear; y la economía y cultura de la sociedad cada vez más se relaciona con la de otras naciones que en Estados Unidos comprenden apenas. En tales circunstancias la credibilidad y la confiabilidad serán condición sine qua non mejor que obtener la noticia. O bien se podría afirmar que lograr la noticia pero de manera ética y creíble.
En estos tiempos los periodistas necesitan escrúpulos, además deben conectarse de manera comprensible a los elementos constitucionales que a pesar de las tensiones, por lo común han protegido a la prensa contra los golpes orgánicos de orígenes distintos. El utilitarismo implícito en la mayoría de los pronunciamientos periodísticos sobre la ética, hasta el momento ha demostrado ser inadecuado y poco satisfactorio para el público y cada vez más para los miembros de la prensa.
Edmond Lambeth: Por un periodismo comprometido. Limusa, Noriega, editores. México 1992. P 22.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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