En una crónica el periodista afirma de alguien que da la impresión de ser buena persona, y de los salvadoreños que no admiten los errores propios. ¿Cabe esto en una crónica? ¿Puede hacerse esa clase de afirmaciones? Salvo que se trate de investigaciones científicas, en que estos juicios están respaldados por un acervo documental y probatorio, estas afirmaciones caen en la clasificación de estereotipos, o sea juicios ligeros, no probados y sin valor.
Si se utilizan como elementos de color para una crónica periodística, le restan valor a todo el texto porque el lector tiende a desvalorizar el todo cuando una generalización gratuita afecta a una parte de la información.
La crónica debe ser exacta en todas sus partes para que pueda ser creída. El buen cronista, por eso, confronta y cita fuentes plurales y diversas como sustento de su información, evita las generalizaciones y los estereotipos y comprueba hasta el menor de los detalles.
De Gabriel García Márquez es la siguiente afirmación, extraída de su experiencia: "en el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad. Quien cede a la tentación y miente, aunque sea sobre el color de los ojos, pierde.
Documentación.
El periodista Daniel Molina en un artículo publicado en la revista Latido comenta el caso de Tom Kummer, quien en un prestigioso diario alemán escribió 30 entrevistas a celebridades, que nunca había realizado y se explicó negando que fueran falsas con el argumento de que su técnica era tomada del cine y que eso lo autorizaba a tomar declaraciones de sus entrevistados de cualquier medio y mezclarlas como se le ocurriera. ¿O acaso la edición es un procedimiento inocuo? Luego Molina hace la defensa de Janet Cooke, que en 1981 fue protagonista de otro caso de ¿falsificación?
Lo que está en juego es nada menos que la verdad. Sería tentador decir que ésta no siempre es equivalente a la sinceridad y que incluso puede presentarse por desplazamiento y, en cierto modo, es como la de Emma Zunz, donde el narrador borgeano afirma: " la historia es increíble, en efecto, pero se impuso a todos porque sustancialmente es cierta. Verdadero era el tono de Emma, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también el ultraje que había padecido: solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios."
Sin embargo es preciso aclarar que las falsificaciones de la prensa no fueron obra de literatos ni pueden ser el arma para hacer fascinante una historia cualquiera, mientras que el laconismo del periodista asociado a la objetividad y fetichista de la noticia desnuda puede ser el agente cómplice de una falsificación que convierta la tinta en sangre, la sangre de los otros.
María Moreno.
¿Se puede saber qué pasa? Norma. Buenos Aires 2005, páginas 29 y 33.