¿Cómo deben actuar los periodistas en el ambiente hostil de violaciones a la libertad de expresión?
22 de Septiembre de 2016

¿Cómo deben actuar los periodistas en el ambiente hostil de violaciones a la libertad de expresión?

¿Qué recomienda a los periodistas que deben trabajar en el ambiente hostil de violaciones a la libertad de expresión e información?

Respuesta: Las situaciones de polarización son las que hacen más necesaria la acción del buen periodismo y las que crean la coyuntura propicia para conocer las debilidades y fortalezas del ejercicio profesional. Es necesario el buen periodismo porque la población, puesta entre las versiones interesadas y propagandísticas de los grupos o partidos en pugna, no saben o no entienden lo que está sucediendo. Desde cada lado se ofrece una versión dictada por el interés de grupo, o se calla la información que no conviene a una política, de modo que en vez de información, la población recibe el sustituto de la propaganda. Un periodista, con independencia suficiente para neutralizar las presiones de un lado y de otro, con capacidad crítica para detectar las medias verdades de la propaganda partidista y con una clara conciencia de su servicio a toda la sociedad, pondrá al servicio de sus receptores una información independiente, no alterada por la propaganda y con credibilidad suficiente para generar confianza. También ocurre que en esta situación de crisis, los medios y los periodistas descubren en qué son fuertes y en qué débiles de modo que para prestar un servicio eficaz deben emprender cambios necesarios y urgentes, tal como los impone una difícil situación. Pueden detectarse debilidades como las dependencias del poder, sea de los partidos o de los funcionarios, o de los publicistas, o de la estructura comercial de los medios. Además el escaso rigor informativo, la dependencia de las fuentes o la descuidada presentación de las noticias. Asimismo pueden ser fortalezas que refuerzan su influencia y su peso moral, la independencia, la pasión por la verdad y el rigor para buscarla y tratarla, o sui decisión de servir a la sociedad, como prioridad absoluta. Todo esto beneficia a la sociedad, porque entre las medias verdades, las mentiras de los grupos y la barahunda de la pugna partidista, los receptores pueden volver los ojos a la prensa seguros de que allí no hay engaño, ni sumisión a los poderes.

Documentación

La pobre opinión pública, que debía ser el árbitro final de la controversia, estaba reducida a la condición de una pobre señora en medio de un ventisquero de informaciones contradictorias, en el cual era imposible saber sin lugar a dudas dónde estaba la verdad. (…) El más ilustrativo de estos casos es tal vez el derribamiento de un helicóptero militar por el M 19 en el departamento del Valle, en mayo de este año. Fuentes no oficiales de las Fuerzas Armadas dijeron que el helicóptero desarmado iba a recoger los heridos de un combate, y que los guerrilleros después de derribarlo, vejaron y mataron a los tripulantes. Los guerrilleros, por su parte, dijeron que lo habían derribado porque era un helicóptero artillado que había abierto fuego contra ellos, pero que los tripulantes heridos habían sido puestos al cuidado de campesinos de la región, con instrucciones de que los entregaran al ejército para que fueran atendidos a tiempo. La comisión de verificación es6tableció más tarde que esta última versión era la verdadera, pero ya el gobierno había procedido sobre la base de que no lo era. Un alto funcionario oficial trató de echarle tierra al incidente explicando la prensa que la primera versión no había sido divulgada por ningún comunicado del ejército, ni la segunda lo había sido por ningún comunicado oficial del M 19 y, por consiguiente, ninguna de las dos debía tomarse en cuenta. Es una concepción santanderista de la información, según la cual una noticia no existe mientras no esté firmada por una autoridad competente en papel sellado y ante notario público. Y es una concepción alarmante, además, pues la guerra de la información va siempre por otro lado: es una guerra de rumores, de boletines falsos, de versiones sin origen. Una guerra sucia. Los periodistas presionados por la hora del cierre, atormentados por el síndrome de la chiva, publicamos cualquier cosa que nos salve el día, atribuyéndola a fuentes bien informadas, a un alto funcionario que pidió no ser identificado, a un militar digno de todo crédito; fórmuilas mágias inventadas por nosotros mismos para publicar lo que nos da la gana sin tener que rendirle cuentas a la ética. Se olvida con demasiada facilidad que los medios de información no son, ni mucho menos, un poder unitario. En general el criterio que prevalece es el del propietario, aunque él que está más obligado a beber la noticia en la fuente es el empleado. Pero en una guerra de la información como esta, el problema es más difícil: ambos pueden engañarse por separado, ambos pueden ser víctimas de un engaño recíproco, ambos pueden ser engañados, ambos pueden mentir. Al final, queriéndolo o no, el órgano informativo es el que miente, y la opinión pública recibe el impacto directo de la mentira, y sufre sus consecuencias. Gabriel García Márquez. ¿A quién le cree el Presidente? Prólogo a La Guerra por la Paz, de Enrique Santos Calderón, Cerec Bogotá 1985. Pp. 16, 21, 22.

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