Al descubrir cantidades de irregularidades en el curso de mis investigaciones, me asesoré con una jueza quien me aconsejó que dejara las cosas así porque me metería en muchos problemas y que debería pensar en mi esposa y mi hijo. Pero pienso que desde un medio de comunicación local puedo ayudar a que la gente tenga otra mirada sobre lo que ocurre en su localidad. ¿Qué camino sigo?
Respuesta: Para evitarse problemas, hay profesiones que ofrecen más sólidas garantías que el periodismo. Esto lo saben muy bien las personas que se mantienen al margen de los asuntos públicos y alejadas de cuanto tiene que ver con la defensa de lo público. Hay, en cambio, profesiones que asumen esa defensa y que requieren virtudes como la valentía, es el caso de la política y, desde luego, del periodismo; u oficios como el de bombero, socorrista, policía o militar. En el periodismo hay formas menores, en que el riesgo disminuye. Si el periodista se dedica al área científica, o a los espectáculos, es probable que tenga más seguridad para sí y para su familia. Pero asumir la promoción y defensa del bien público, precipita al periodista en un terreno minado por intereses de toda clase, en el que debe entrar bajo riesgo porque alguien debe asumir ese compromiso para servicio, beneficio y defensa de la ciudadanía. Se trata, eso sí, de no asumir riesgos innecesarios. Las actitudes temerarias de periodistas que adoptan pose de héroes, de nada les sirven a los ciudadanos, exacerban a los delincuentes y arrojan muy costosas utilidades a la vanidad del periodista. Un trabajo informativo, serio y responsable, exento de apasionamientos, con una rigurosa metodología en que cada afirmación está debidamente sustentada, inspirado en el bien común y no en actitudes de odio o de vindicta, no suprime el riesgo pero sí lo disminuye. Son estos algunos de los elementos que el periodista debe tener en cuenta antes de decidirse por el periodismo de mayor altura y dignidad, que es el que se compromete totalmente en beneficio de toda la sociedad.
Documentación
No puede ser corresponsal el que tiene miedo a la mosca tse tse, a la cobra negra, al elefante, a los caníbales, a beber agua en los ríos y arroyos, a comer tartas hechas con hormigas asadas; o si se estremece al pensar en las amebas y en las enfermedades venéreas, en que lo robarán o lo apalearán; el que ahorra cada día para construirse una casita cuando vuelva a su país; el que no sabe dormir en una choza de barro africana y el que desprecia a la gente sobre la cual escribe. En nuestro oficio hay algunos elementos específicos muy importantes: el primero es una cierta disposición a aceptar el sacrificio de una parte de nosotros mismos. Es esta una profesión muy exigente. Es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O al menos, de hacerlo de un modo perfecto. El nivel más elevado es el más creativo, ponemos nuestra individualidad y nuestras ambiciones. Requiere toda nuestra alma, nuestra dedicación, nuestro tiempo. Desde el punto de vista ético es muy válido que ningún reportaje vale tanto como la vida de un periodista. Pero solo en teoría. No vale la pena arriesgar la vida es una teoría noble pero poco realista. Lo duro del oficio no se reduce al riesgo de morir de un balazo. El corresponsal de guerra casi siempre se encuentra en lugares en donde no hay nada de comer ni de beber, en situaciones límite, a menudo hay que luchar contra las enfermedades que se ceban en su cuerpo. No puedo menos de creer en la suerte, pues sigo vivo cuando muchos de mis colegas se dejaron el pellejo en el ejercicio de la profesión.