Estuve en una de sus conferencias en Quito y quedé con una duda: ¿La ética va por un lado y la realidad por otro? ¿Si uno quiere ser ético tendrá que ir contra la realidad y, por tanto, quedarse sin trabajo o mantenerse en una sola pelea?
Respuesta: Sí, la ética nos hace ver la realidad con otros ojos, de modo que pensamos que toda realidad tiene que ser cambiada, para mejor. No es el cambio de las cosas por el sólo cambio, sino para mejorar. Entre esas realidades, la de uno mismo es la que menos nos gusta. Por eso la ética supone un constante cambio de uno mismo. Este cambio trae consigo el cambio del mundo que nos rodea; por eso es cierta la suposición de la pregunta, la ética va por un lado y la realidad por otro. No tiene por qué extrañar que el periodista, guiado por unos valores éticos se encuentre en contravía en su propio medio de comunicación, que es una de las realidades que tienen que ser cambiadas. Sin embargo hay que mirar con cuidado la forma de cambiar esas realidades: Son cambios que no se dan de un día para otro, ni de una vez. Requieren tiempo y paciencia, pero a la vez, persistencia, la de la gota de agua que acaba por atravesar muros y deteriorarlos con una filtración. Son cambios que nunca terminan, de modo que es toda la vida humana la que está comprometida en cambios. Ser humano es ser cambiante. Son cambios que no necesariamente implican choques y que tienen como gran instrumento de legitimación, la calidad del trabajo profesional. En vez de contemplar la perspectiva de quedarse sin trabajo, el periodista ético sabe que puede llegar a ser irreemplazable en su medio por la vía da la calidad de su trabajo.
Documentación
Botero Darío, El derecho a la utopía, Ecoe Ediciones, Bogotá, 1997, p. 14-15. La utopía es la búsqueda de la justicia, de la humanización. Sin utopía nos conformamos con lo establecido, con lo conquistado. La renuncia a la utopía es el conformismo, la claudicación. La utopía está contra el partidismo, el dogmatismo, la pretensión de haber conquistado la verdad de una vez por todas. La utopía es la confesión de que la verdad es inalcanzable. Se conquistan certezas, se avanza en el conocimiento de procesos, de hechos, de situaciones determinados, se intuyen verdades, pero la Verdad se mantiene siempre en el horizonte. Esto no significa de manera alguna que debamos renunciar a la verdad. La búsqueda de la verdad es la única actitud posible para un científico, un filósofo o un intelectual. La utopía es la inconformidad como criterio creador. Es el reconocimiento de que lo realizado por el hombre en la historia es sólo una parte de lo que pudo ser. Siempre es posible un más allá, un mejor, una superación de lo realizado. La utopía es el reconocimiento de los líneas paralelas en la realidad: una, la de lo que se hizo, la historia tal como se ha dado; la otra, la historia como podría ser. Es preciso reconocer en este punto el hallazgo de Marx de que la teoría, la critica racional puede convertirse en praxis, objetivarse en historia. El materialismo de Marx1 consiste precisamente en valorar la práctica humana, la actividad transformadora consciente de la naturaleza y al tiempo del proceso histórico. No hay ningún error en reconocer la validez de la práctica, el error puede consistir más bien en pretender sujetar el proceso histórico a un modelo rígido y totalizante, que implica de alguna manera subsistir la racionalidad de la historia. La dialéctica de Marx falla en la medida en que se propone configurar el futuro adaptándolo a las ideas del presente, en conformar un sistema totalizante y omnicomprensivo que pretende saberlo todo de la historia futura, haber descifrado totalmente la forma como se comportarán los individuos, como evolucionarán las situaciones reales. La historia como naturaleza es inagotable y la pretensión de sujetarlas a unos pocos conceptos por ricos y amplios que sean, conduce tarde o temprano a ahistoricidad y al dogmatismo. Esta perspectiva fracasa, entre otras razones, por excesivamente racionalista: supone que la vida del hombre puede sujetarse totalmente a parámetros racionales. La utopía no es un sistema cerrado, no es una totalización de la historia. La utopía es la posibilidad de formular propuestas abiertas, que pueden reformularse, adaptarse, mejorarse e incluso sustituirse cuando no sirvan. La utopía no trabaja con criterios inmanentes de verdad, rehuye el dogma. Es una búsqueda si sosiego de un mundo inestable y perfectible. La utopía no se propone realizar un mundo feliz: esa sería una tontería sublime. La utopía es la búsqueda sin término de la armonía, del equilibrio, con la conciencia de que por más que se logre siempre habrá que recomenzar la tarea. La utopía es el reconocimiento de que n unca se hizo todo lo que se pudo hacer. Cisneros Isidro, Los recorridos de la tolerancia, Ed. Océano de México, México, 2000, p.55-56. La utopía de Moro es un producto político-intelectual del renacimiento surgido en un momento histórico en que Europa occidental se cuestiona la relación Iglesia-Estado. Con su publicación nace un nuevo genero literario-filosófico: el pensamiento utópico. 2 Las fuentes y corrientes de pensamiento que nutren la obra de Tomás Moro son abundantes. Un antecedente directo del pensamiento utópico es la obra de filósofos griegos como Platón, quien en la República formula muchos planteamientos que prefiguran utopías. Norberto Bobbio recuerda que Platón reconocía, al imaginar la “óptima República” que su diseño de sociedad ideal estaba condenado a “vivir sólo en los discursos”.3 El concepto de “comunidad de bienes” que Moro plantea en su obra recibe también una influencia casi directa del mismo Platón. Puede decirse que Tomás Moro da continuidad a unas ideas utópicas que nacen con los griegos y son deasrrolladas por los filósofos renacentistas como Marsiglio Ficino (1433-1499), quien, en su obra Teología platónica sobre la inmortalidad del alma, de 1482, sostiene que el amor hacia el hombre es una preocupación del amor hacia Dios, y Giovanni Pico de la Mirandola (1462-1494), que en su libro Conclusiones filosóficas, cabalísticas y teológicas, de 1846, expone principios de conciliación sincrética entre diferentes credos religiosos, desde la Cábala hebrea hasta el Corán musulmán, que por su celebración de la libertad le cuesta una condena de la Iglesia Católica en 1487. 4 Esta tradición llega también a los humanistas como Erasmo de Rotterdam, para quienes las religiones son manifestaciones diversas del natural impulso humano hacia Dios y coincidentes en su fondo último de verdad. Estas ideas se fundan en la convicción de que “Dios prefería ser reconocido y no ser despreciado”.