En mi trabajo de grado me propongo contar la historia de una víctima de desaparición forzada; una fuente es su hermana que lo ha buscado durante 20 años; pero el hijo del desaparecido no quiere revivir la historia de la desaparición de su padre. Mientras la hermana quiere contar la historia y denunciar, el hijo prefiere enterrarla. ¿Qué es más importante, denunciar el delito o respetar la tramitación del dolor del hijo?
R.- Las dos posturas merecen un examen antes de tomar una decisión periodística. Si se quiere recordar para denunciar, se plantea la utilidad concreta de denunciar hoy y aquí, en el país en que vivimos. Una mirada a los archivos de la prensa en busca de denuncias de desaparecidos revela su abundancia. Cualquier nuevo caso de desaparición deja la duda de si su relato se verá como repetición de otros relatos y adquirirá la banalidad de lo conocido muchas veces antes. Si el relato se utiliza como argumento de denuncia que solo busca denunciar, además de su banalidad, será la acción estéril de denunciar por denunciar. La otra postura tiene un fundamento legítimo. Se quiere evitar esa forma de revictimización que es la banalización del recuerdo.
Se lee en Svetlan Todorov (Los abusos de la memoria) “sería de una ilimitada crueldad recordar a alguien continuamente los sucesos más dolorosos de su vida; también existe el derecho al olvido… no hay razón para exigir un culto a la memoria por la memoria”. Es la razón por la que los casos de desaparición o de secuestro se tratan como un fenómeno social, sin nombres concretos, en busca de claves que permitan entenderlos y prevenirlos.
Documentación
La ética no surge de la autonomía del sujeto sino cuando esa autonomía se ve sacudida por la violencia. No nace de la razón del sujeto sino de su dolor o de la reacción ante el dolor ajeno. La ética no es algo originario sino una respuesta a la realidad. ¿En qué consiste esa respuesta ética a la realidad? Aunque Adorno no lo explicite, creo que son tres los consejos fundamentales que describen esta respuesta y a partir de los cuales se explica todo el entramado de conceptos que constituyen la propuesta ética de Adorno. En primer lugar, la respuesta a la realidad ha de ser negativa, en cuanto es rechazo y denuncia del sufrimiento. Pero la actitud requerida no es la mera crítica intelectual distanciada, sino la del cuerpo que se estremece ante el dolor ajeno y se siente afectado por lo que sucede a otros, es decir, una respuesta mimética. Si una situación concreta nos arranca la afirmación de que no debe haber torturas, entonces ‘tales frases son verdaderas como impulso cuando se anuncia: en tal sitio ha habido torturas. Lo que no pueden es racionalizarse; como principio abstracto caerán enseguida en la mala infinitud de su deducción y validez. La aspiración a una racionalización sin contemplaciones negaría el impulso, la desnuda angustia física y el sentimiento de solidaridad con los cuerpos torturables, que es inmanente a la conducta moral’. Aunque negatividad y mimesis conforman una mirada moral del mundo, comprometida, también es cierto que tienden a nublarla de desesperanza. Marta Tafalla: Recordar para no repetir, en La ética ante las víctimas. Anthropos, Barcelona, 2003, página 135.