Según entiendo lo ético es que el periodista debe reservar la información si la fuente se lo pide. Sin embargo, si se trata de los intereses de la nación, ¿debe mantenerse esa norma?
En el caso de la yidispolítica - una congresista que vendió su voto, definitivo para la reelección del presidente Uribe-, el periodista retuvo la información, un video, durante 4 años. ¿Puesto que se trataba de una información de interés público, cuál debió ser la decisión más ética? R.-Las razones para retener información son variadas. Además de las que aparecen implícitas en la consulta, la voluntad de la fuente; la defensa del bien común, el periodista puede obrar movido por el interés de conservar la confianza de la fuente o de otras fuentes posibles. Es tan importante conservar la confianza en el periodista que en ocasiones ese interés puede imponer la práctica de silenciar una información.
De hecho, en el caso consultado, la decisión del periodista tuvo buenos resultados: la investigación se adelantó, la persona acusada fue sancionada, la ciudadanía tuvo acceso a la información y el bien público fue oportunamente defendido y preservado.
Además, un caso como este pone en evidencia la importancia de la decisión personal sobre asuntos éticos y el peligro de los juicios que se hacen sin el conocimiento de las circunstancias y motivos del protagonista del hecho.
A primera vista el periodista no debió silenciar la información, pero las razones que tuvo para hacerlo no frenaron el proceso ni impidieron la defensa del bien común, por tanto, se trata de razones profesionales respetables que dejan, una vez más, en evidencia que en ética nadie es juez de nadie, salvo de sí mismo, y que la ética se resiste a ser la aplicación mecánica de reglas o de normas; es tan rica en propuestas y soluciones como la vida, que siempre se reinventa.
Documentación
La ética es un conocimiento muy impreciso, de verificación más que incierta. A diferencia de las ciencias experimentales, cuyas teorías, tentativas en principio son, cuando menos, falseables; la ética se forma a base de juicios, la verdad o falsedad de los cuales pocas veces llega a ser aplastante o indiscutible.
Una cierta explicación de estas contradicciones y paradojas las encontré en las tesis de Spinoza sobre los estadios del conocimiento. Me pareció indiscutible la idea de que el conocimiento ético es “imaginativo” y no totalmente racional, que la ética usa la imaginación, además de la razón, porque juzgar la realidad es un proceso demasiado complejo para que la razón sola pueda con él. Únicamente los seres omniscientes dotados de un saber total y absoluto pueden decidir sobre el bien o el mal sin miedo a equivocarse. Nosotros, en cambio, que no somos omniscientes y conocemos la realidad muy parcialmente podemos aspirar a juzgarla desde nuestras limitaciones históricas, culturales, personales, nunca desde un punto de vista imparcial. Ni siquiera nos cabrá el consuelo – que sí tiene la ciencia- de poder demostrar y comprobar que el juicio que defendemos es el más válido. De ahí que Spinoza acierta al calificar de “productos de la imaginación” a las valoraciones morales. Son, desde luego productos de la imaginación, pero hay que añadir, ahora sí contra el mismo Spinoza, que tal condición difícilmente será superable.
La ambición de convertir el saber ético en un saber racional, conocedor de las causas de las cosas, significaría no solo la solución definitiva de todas nuestras discordancias valorativas, sino el fin de la ética misma. No haría falta juzgar los comportamientos porque la ciencia ya sería capaz de explicarlos y, así, legitimarlos. La imaginación habrá sido sustituida por la razón.
No es nuestro caso, por fortuna, lo será nunca. La ética nunca podrá prescindir de la imaginación tanto para urdir propuestas como para persuadir acerca de ellas.
Victoria Camps en La imaginación ética. Ariel, Barcelona, 1991.P VIII, IX, X.