¿Qué debe tener prioridad en el caso de infiltrar un periodista: los principios éticos que prohíben la práctica o conocer la verdad?
20 de Septiembre de 2016

¿Qué debe tener prioridad en el caso de infiltrar un periodista: los principios éticos que prohíben la práctica o conocer la verdad?

La instalación de industrias en las zonas francas de mi país trajo una mano de obra de 17 departamentos, en un 75%dedicada a la producción textil. Las denuncias de abusos contra los trabajadores fueron noticia constante, pero no había acceso a la información que confirmara esos abusos. Un periódico acudió al recurso de infiltrar una periodista entre los trabajadores, fue la única manera de constatar las condiciones de trabajo de los obreros que recibían un salario semanal equivalente a 11,7 dólares.
¿Qué debe tener prioridad: Los principios éticos que prohíben esa práctica, o conocer la verdad?

Respuesta: Los principios éticos no tienen por qué entrar en oposición a deberes como el de investigar y difundir la verdad de los hechos. Entre ellos no hay oposición; una cabal comprensión de esos deberes permite descubrir su armonía. Cuando las normas contenidas en los códigos y en los manuales de estilo rechazan prácticas como la de las cámaras escondidas, las grabaciones subrepticias o la adopción de una falsa identidad, no están impidiendo el conocimiento de la verdad de los hechos, sino garantizando la credibilidad de periodistas y medios, de modo que las verdades que comunican puedan ser creídas. Además, esas normas dan a entender que hay otros medios, quizás más difíciles, de obtener la verdad. No se trata, en efecto, de obtenerla a cualquier precio sino de ofrecerla al receptor de modo que pueda ser creída. El uso habitual de medios tramposos para conocer la verdad de los hechos, mina la credibilidad del periodista. Cuando algún lector conoce esos medios desleales, tiene el derecho a pensar que esa misma deslealtad se aplica en todos los casos. Sin embargo, hay estudiosos de la ética que encuentran lícito el uso de estos medios – cámaras escondidas, identidad falsa, etc.- cuando se dan dos condiciones: que la denuncia sea de alto interés social, y que no haya otro recurso posible para comprobar el hecho. Agregan una tercera condición: que la decisión de utilizar estos medios no quede en manos del periodista sino del editor, jefe de redacción, director o, mejor, de una comisión que analice fríamente la situación.

Documentación

 El imperativo ético dominante para los periodistas, de decir la verdad, afecta la forma en que investigan y escriben. Hay informaciones que no se prestan a la tarea de descripción y entonces ven menos la necesidad de obtener la información y de comprobar su veracidad. Se hacen a un lado, e incluso se distorsionan los hechos embarazosos que no hacen más interesante el tema. La diferencia entre información útil o inútil no se basa solamente en los criterios del oficio, sino también en criterios sujetivos. Hay mucha oportunidad para emitir juicios que tienen repercusiones éticas. Desde el principio los periodistas hacen preguntas a partir de su conocimiento de las posibilidades del tema. Una historia periodística describe el significado, impacto o interés de algún acontecimiento o situación real. Los hechos que el reportero reúne también deben transmitir credibilidad. Hay que hacer notar que decir la verdad es diferente a ser creíble. La historia periodística incluye pruebas que apoyan la imagen de un acontecimiento o situación dados y se apega a una forma particular en el uso de elementos tales como el lenguaje, las ilustraciones, la organización y la atribución. Debido a que los reporteros y editores trabajan con una “trama” preconcebida, si los hechos difieren ampliamente de lo que se estaba esperando, se inclinan a rechazar el tema como irreal. Además, aunque los reporteros de prestigio tampoco se sienten cómodos con la verdad, el marco de referencia periodístico da importancia principalmente a la información que hará que un tema sea creíble. Rivers y Methew: la ética en los medios de comunicación, Gernika, México, 1998. Pp 140. 141.

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