En una caricatura le desean al presidente Uribe que le pase lo mismo que al exministro Arias, hoy en la cárcel. ¿Eso es ético? La caricatura, como la columna de opinión o los editoriales de un periódico, interpreta los hechos reduciéndolos a una imagen. Es, por tanto, síntesis y explicación y así es leída en los periódicos y revistas.
No tiene la pretensión de la noticia, la crónica o el reportaje en cuanto estos son versiones de los hechos con la mayor exactitud posible. La caricatura participa de la libertad de la opinión.
Pero esa libertad no le permite al caricaturista cambiar los hechos e interpretarlos a partir de esa visión alterada o inexacta, pero sí deja espacio para expresar un punto de vista y aventurar una interpretación.
La mayor fuerza de la caricatura radica en su capacidad de interpretar la opinión pública que, al contemplar la imagen trazada por el caricaturista siente que su pensamiento sobre los hechos ha sido expresado de modo convincente.
Otro elemento apreciable de la caricatura es su vigor pedagógico, que hace comprender a primera vista, situaciones o hechos que, aunque conocidos, no siempre habían sido plenamente entendidos. Este elemento adquiere un mayor dinamismo cuando la caricatura agrega a la comprensión, el humor que hace aprender sonriendo.
Utilizada como arma política, la caricatura revela con eficacia y con economía de expresiones, las debilidades y los errores de gobiernos y gobernantes; por eso los poderosos temen más la caricatura que la carga solemne de un editorial.
La discutida caricatura de Pepeto, publicada en El Mundo, de Medellín, fue rechazada por los seguidores del expresidente Uribe por esas razones: interpretó una situación, pero no la alteró. Opinar e interpretar no es antiético; cambiar los hechos para sustentar una opinión sí contradice los valores éticos. En cambio la verdad del caricaturista – y este parece ser el caso-es decir lo que la opinión pública está pensando y decirlo de modo simple y convincente
Documentación.
El tratamiento del caricaturista Rendón nos ofrece el efecto del comentario, tal como se reflejaba en la mentalidad colectiva, las asociaciones que evocaba de inmediato es un repertorio de imágenes, muchas de ellas acuñadas por el mismo Rendón. Cuando el motivo provenía de algún gesto o de cierta frase de un personaje público, podemos visualizar de manera inmediata la resonancia que ese gesto o esa frase tenía en los ámbitos de los cafés o de los corrillos callejeros. Presenciamos la deformación necesaria que tenía que sufrir al andar de boca en boca o el aspecto risible que había escapado al personaje al producirlos. La caricatura misma estaba destinada a producir ese efecto o reforzarlo. En algunos casis el caricaturista seguía, día tras día los ecos de una indignación pública que no se aplacaba tan fácilmente.
Se trataba casi siempre de una visión que se ofrecía al público como una interpretación de sus propias reacciones.
Lo que sorprendía en las caricaturas de Rendó a sus contemporáneos tal vez no fuera un valor estético sino su fidelidad al reproducir las reacciones colectivas. Era un proceso recíproco en el que una naciente opinión pública se veía reflejada pero se iba formando también con los apuntes del caricaturista.
Germán Colmenares, introducción a Ricardo Rendón, una fuente para la historia de la opinión pública. Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, 1984