Si yo me encuentro en un medio periodístico en el que no trabajo y puedo enterarme de una investigación que allí se adelanta. ¿Es ético robar elementos de la investigación para beneficio del medio en que trabajo?
R.- Ayudan a resolver el caso, tres principios ampliamente conocidos.
1. El fin no justifica los medios.
2. Las noticias se han de obtener de modo leal y honesto.
3. Cualquier forma de plagio atenta contra la verdad y la justicia.
En cuanto a la aplicación del primer principio es obvio que el fin bueno de informar bien a los lectores de un medio, se degrada cuando la información resulta ser el producto del saqueo hecho a otra publicación o periodista. A esa verdad formal le hará falta la legitimación moral, que está en la base de la credibilidad de una información.
Al aplicar el segundo principio viene a cuento el rechazo con que códigos y manuales de estilo reaccionan frente a todas las formas desleales para obtener información. Estas formas quebrantan la imagen de juego limpio que todo periodista se esmera por obtener como marco de su credibilidad e influencia.
El tercer principio, aplicable a todos los casos de plagio, pone en evidencia la mentira implícita en los robos de la información que otro ha obtenido. Ese plagio pretende hacer creíble, ante los ojos del lector, que una determinada información fue obtenida mediante las técnicas y el talento de quien solo ha puesto su nombre al pie. A esa mentira se agrega la injusticia de despojar a alguien del fruto de su trabajo y del reconocimiento social y personal que merece un logro profesional.
La aplicación de cada uno de los tres principios mencionados es razón suficiente para rechazar la práctica mencionada en la consulta.
Documentación
Usualmente el plagio equivale a la usurpación hecha por un autor, del pensamiento de otro publicándolo como propio.
Hay quienes plagian enlazando párrafos ajenos a los suyos propios, de forma hábil, de suerte que solo los expertos se dan cuenta de ello. Otros citan entre comillas textos de fuentes antiguas tomados de obras que aparecen citados de primera mano. El lector no experto piensa que el autor le está ofreciendo una información directa de las fuentes, cuando en realidad no ha hecho más que servirse del trabajo de otro sin decirlo. Otras veces se copia el plan y hasta el texto de otras obras ya olvidadas sin advertirlo. El periodista puede caer en la tentación fácil de servirse de las investigaciones realizadas por otros colegas, elaborando después sus artículos en forma tan sublimada que el pueblo no pueda advertir el hurto. Peor lo que más indigna al público y a los colegas de la profesión es que se publiquen artículos como altamente originales cuando en realidad no son más que traducciones materiales de artículos publicados en otros idiomas y presuntamente desconocidos en el lugar en que se produce el plagio.
De todos modos no hay que confundir el plagio con la imitación inteligente y creadora, siempre que no se oculten las fuentes de inspiración. Es muy difícil de hecho ser absolutamente originales. Ni siquiera los comúnmente considerados como genios pueden presumir de no depender de nadie en sus ideas. Por eso el citar las fuentes de inspiración es un acto de nobleza que el citado agradece cuando se hace con la debida corrección y justicia.
Lo que éticamente interesa advertir aquí es que cuando por incompetencia, ignorancia culpable o intención deliberada se copia el pensamiento de un colega y se publica sin su consentimiento como propio, se comete una injusticia violando los derechos de autor, engañando al público y desprestigiando el cuerpo profesional o empresa informativa.
Niceto Blázquez en Ética y Medios de Comunicación. Biblioteca de autores cristianos, Madrid 1994. P. 259.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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