Consultorio Ético de la Fundación Gabo
26 de Julio de 2016

Consultorio Ético de la Fundación Gabo

¿Cómo medir el trato que se le debe dar al entrevistado, aunque este se encuentre involucrado en un caso de asesinato? R.- Con todas las personas – sean delincuentes o ciudadanos ejemplares – mantienen su validez las normas de respeto y de independencia del periodista con sus fuentes.
El periodista no es juez de ninguno de sus entrevistados, es alguien que busca la verdad de los hechos que, al entrevistar, aprovecha, en beneficio de sus receptores, la información de que dispone el entrevistado.
Por tanto, el trato al entrevistado debe estar guiado:
· Por el respeto que se le debe a toda persona. De ese respeto hace parte el reconocimiento de sus derechos.
· Entre esos derechos está su libertad para expresarse, para dar o negar información. Por tanto, el periodista no puede presumir que alguien tiene el deber de responder sus preguntas; tampoco puede asumir que un ciudadano, cualquiera que sea, ha perdido el derecho de comunicarse y de expresar su pensamiento.
· Si se trata de alguien procesado o sometido ajuicio, mientras no haya sido sentenciado, debe mantenerse la presunción de inocencia. El periodista no es quién – tenga la información que sea- para condenar ni absolver.
Valga la pena anotar que entre las entrevistas de antología, figuran las hechas a personajes como Al Capone, Hitler o Jerry Hoffa. En Colombia han sido publicadas entrevistas con guerrilleros, paramilitares o narcotraficantes. En cada caso el periodista tuvo buen cuidado para no ser utilizado por su entrevistado, o para no convertir su entrevista en pieza de propaganda o en apología del delito.
Documentación
Quizás no comprendo el poder, el mecanismo por el cual un hombre o mujer se ven invadidos o se sienten investidos del derecho de mandar a los demás y de castigarles si no obedecen. Venga de un soberano despótico o de un presidente electo, de un general asesino o de un líder venerado, veo el poder como un fenómeno inhumano y odioso. Me equivocaré, pero el paraíso terrenal no terminó el día en que Adán y Eva fueron informados por Dios de que en adelante trabajarían con sudor y parirían con dolor. Terminó el día en que repararon en la existencia de un amo que les prohibía comer una manzana y expulsados por comer una manzana se les puso al frente de una tribu y se les prohibió comer carne los viernes. De acuerdo, para vivir en grupo es necesaria una autoridad que gobierne, si no es el caos. Pero este me parece el aspecto más trágico de la condición humana; tener necesidad de una autoridad que gobierne, de un jefe, la única cosa segura es que no se le puede controlar y que mata tu libertad. Peor: es la más amarga demostración de que la libertad no existe en absoluto, no ha existido nunca y no puede existir. Aunque hay que comportarse como si existiera y buscarla. Cueste lo que cueste.
Creo necesario advertir al lector que estoy muy convencida de esto y de que las manzanas nacen para ser cogidas, que la carne se puede comer, incluso el viernes. Creo también mi deber recordarle que, en la misma medida en que comprendo el poder, comprendo que quien se opone al poder, quien censura el poder, quien replica el poder, sobre todo a quien se rebela contra el poder impuesto por la brutalidad. La desobediencia hacia los prepotentes la he considerado siempre como el único modo de usar el milagro de haber nacido. El silencio de los que no reaccionan e incluso aplauden, lo he considerado siempre como la muerte de un hombre, de una mujer. Y oídme, el más bello monumento a la dignidad humana es el que vi sobre una colina del Peloponeso, junto con mi compañero Alejandro Panagulis, el día en que me llevó a conocer a unos cuantos miembros de la resistencia. Era el verano de 1973 y Padapopoulos estaba todavía en el poder. No era una estatua, ni tampoco una bandera, sino tres letras OXI, que en griego significa NO. Hombres sedientos de libertad la habían escrito entre los árboles durante la ocupación nazifascista y durante treinta años aquel NO había estado allí sin desteñirse con la lluvia o el sol. Después los coroneles lo hicieron borrar con una capa de cal. Pero, enseguida, casi por sortilegio, la lluvia y el sol disolvieron la cal. Así que día tras día el NO reaparecía terco, desesperado, indeleble.
Oriana Fallaci en Entrevista con la Historia. Bogotá. (sin fecha ni editorial) p. 10

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