El presidente ecuatoriano frecuentemente descalifica a los periodistas por mentir y faltar a la verdad, al parecer para él existe una verdad oficial y no acepta críticas. ¿Existe una sola verdad?
R.- A finales del siglo pasado la cumbre presidencial latinoamericana reunida en Santiago de Chile recibió la propuesta de uno de los presidentes de entregar a los mandatarios la responsabilidad y el deber de velar para que los medios de comunicación le entregaran a la población solo la realidad de los hechos.
Fue una propuesta desafortunada, aunque logró el efecto bueno del debate y reflexión sobre la relatividad de la verdad. Nadie, ni los presidentes, ni los medios de comunicación se pueden autonombrar dueños de la verdad. Lo único a que puede llegarse, sin duda es, a que todo ser humano es un buscador de la verdad. Lo mismo puede decirse de las instituciones y de la sociedad.
Es la razón por la que el periodista está convencido de que la suya es una verdad provisional y de que las verdades que personajes e instituciones proclaman son, también, verdades provisionales, esto es, que crean y urgen la necesidad de buscar, a sabiendas de que nunca se podrá llegar a la verdad absoluta.
Lo que los mandatarios proponen, con una terminología inadecuada y con propósitos ambiguos, es que el periodista debe extremar el rigor para ofrecer versiones de los hechos, lo más cercanas posibles a la realidad: y que son inaceptables las manipulaciones interesadas, o de incapacidad profesional, en la versión de los hechos diarios. Obviamente la verdad oficial es la menos fiable y debe tratarse con el máximo rigor en materia de comprobación.
Documentación
La máxima rectora de Protágoras es que el hombre es la medida de todas las cosas, como del ser de las que son. Como del no ser de las que no son.
La verdad es solo un nombre que damos a nuestras opiniones. Cada cual tiene su propia realidad como si cada uno de los universos posibles, o tantos como haya gente para experimentar, estuviesen encarnados separadamente en individuos particulares. Lo que es verdad para ti, no es necesariamente verdad para mí. Un profesor de Harvard, abrumado por sus estudiantes con esta teoría, explicó: “veo a dónde queréis llegar" pues según el moderno relativismo lo que se percibe como verdad surge del concepto en que se capta, “pero simplemente el relativismo no es verdad para mí”. Pensó que había demostrado que el relativismo es contradictorio en sí, pero para los relativistas su respuesta es una confirmación. Cuantas más contradicciones mejor, demuestran que todas las verdades privadas son autónomas, independientes entre sí, no vinculadas en un sistema común.
Sócrates estaba seguro de que Protágoras se equivocaba pero quedó desconcertado cuando intentó desautorizarlo, confesó: “me irrita mi torpeza y mi propia charlatanería. ¿Qué otro nombre vamos a darle a una persona que arrastra los argumentos de arriba para abajo y debido a su indolencia no puede convencerse ni desprenderse de ninguno?". Tras girar todo el día en torno de argumentos circulares, Sócrates los rechazó por considerarlos “viento” y pospuso a una mañana que nunca llegó.
Los relativistas modernos suelen diferir de Protágoras abogando por la igualdad no solo de las versiones individuales de verdad, sino también de las propias de pueblos, grupos étnicos, religiones, clases sociales y otras comunidades. Bruñido con este lustre, Protágoras es bienvenido en un mundo que necesita desesperadamente legitimar sociedades multiculturales, el relativismo exime a sectas y cultos rivales de cuestionar peligrosamente las afirmaciones ajenas. Protágoras se adapta cómodamente a un mundo de ortodoxias derruidas en el que nada funciona. Es claramente audible por encima de la explosión de información que descalifica el desacuerdo haciendo imposible para cualquiera estar seguro de su postura.
Isaiah Berlin dice: “hay suficiente consenso sobre lo que cuenta como hecho y lo que es teoría o interpretación como para que las dudas sobre las fronteras entre ellas sea un seudoproblema". Pero esta es una aserción que un relativista aceptaría encantado, pues implica que el criterio de verdad es el consenso no un valor objetivo.
Felipe Fernández Armesto. Historia de la verdad, Herder, Barcelona, 1999, páginas 215, 216, 217.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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