La discusión sobre las informaciones y comentarios periodísticos que hacen burla de los defectos físicos o de los problemas derivados de las enfermedades de los protagonistas de las noticias, fue a parar en mi universidad a la afirmación de que el periodista es el ojo crítico de la sociedad y que, por eso, no debe autocensurarse cuando estas cosas suceden. ¿Se debe callar? ¿Se pueden resaltar como parte del ejercicio crítico? ¿Cómo actuar? R.- En la consulta queda planteado un dilema que sirve de guía para buscar el comportamiento ético del periodista ante las limitaciones y problemas físicos de los personajes.
¿Ignorarlas y hacer caso omiso de ellas? Es un extremo que puede ser erróneo si la limitación del personaje puede limitar el ejercicio de sus funciones públicas. La prensa nunca ignoró el problema de poliomielitis del presidente Franklin D. Roosevelt, ni los problemas del presidente Barco cuando en una visita a Corea tuvo que ser intervenido quirúrgicamente por una diverticulitis, ni el cáncer del presidente Chavez durante su gobierno. La ciudadanía debía conocer una situación que podía afectar el desempeño de estos mandatarios y por eso la prensa informó sin temor a violar el derecho a la intimidad de estos presidentes.
El otro extremo es el de convertir esa información en un estallido espectacular de entrevistas, de buceo en las enciclopedias médicas, de búsqueda de reacciones, en una saturación de datos innecesarios que, siendo en sí secundarios, se inflan hasta convertirse en informes especiales sobre cáncer, próstata, polio o problemas gástricos.
Entre esos dos extremos está la información sobria que da a la audiencia los elementos necesarios y enmarca el hecho dentro del contexto amplio de la actualidad del personaje y de sus deberes de servicio al bien público.
Lo que sí merece rechazo es el uso de esa información como burla o ataque político contra una persona. El respeto debido a los demás, cualesquiera que sean, el decoro de la información que se le debe al público, resultan afectados cuando una enfermedad o un defecto físico se esgrimen contra alguien o como pretexto ligero para la burla.
Documentación
La ofensa al buen gusto puede despertar más emociones en una comunidad que la ofensa contra la exactitud. Los productores y fotógrafos de la televisión son especialmente vulnerables a la crítica pública al mal gusto, porque las imágenes a menudo tienen que tener mayor impacto emocional que las palabras. Como el buen gusto es una cualidad altamente individual, los periodistas y los publicistas carecen de lineamientos claros. El problema aquí, naturalmente, es la vida privada. Los comunicadores tienen que informarse sobre la ley que protege la vida privada y darse cuenta de que los fundamentos de estos son los principios éticos. Los miembros del público son particularmente sensibles a las historias que tienen que ver con muertes. Las imágenes de una mujer que cae muerta provocan quejas inmediatas y evidentes. Pero las historias que ocurren en campañas políticas, por ejemplo, también son espinosas.
Hay un límite al derecho del público a conocer estas cosas, especialmente cuando los individuos en cuestión desean que no se sepan. Naturalmente, la decisión final coincidió con la del editor, que tenía sus dudas, pero no con otros mucho reporteros y editores. Hay casos en los que las noticias que el público tiene derecho a conocer son retenidas por la prensa. En San Francisco, todos los diarios locales mantuvieron sesenta horas de silencio sobre un secuestro, porque la policía les dijo que se pondría en peligro la vida de la víctima si se hacía cualquier tipo de publicación. La censura se extendió a los servicios noticiosos, las estaciones emisoras y las redes nacionales. Naturalmente se requirió de un gran esfuerzo para que la censura no se respetara en algún lugar del país. No fue sino hasta que el hombre fue liberado y los secuestradores puestos bajo custodia, que el público se enteró del delito.
Aunque la gente espera que se le informe de un delito así, la cuestión es decidir si hacer un reportaje inmediato es más importante que salvar la vida de una persona.
Rivers y Mathews: La ética en los medios de comunicación. Gernika, Mexico, 1998.P 104, 105, 106.