Si obligan al periodista a publicar contenido falso sobre la realidad del país y no dan opción al diálogo, ¿Qué actitud debería tomar el periodista? ¿Renunciar?
Respuesta de Álex Grijelmo
Nadie debe obligar a un periodista a publicar un contenido falso. Y si alguna vez sucede, el periodista debe negarse a firmar esa noticia. En el caso de que se sienta coaccionado para firmar un bulo (por razones de supervivencia, económicas o cualquier otra causa grave), el periodista debe denunciarlo a los órganos profesionales o judiciales competentes, siempre y cuando viva en una democracia y sus derechos estén protegidos legalmente.
Respuesta de Mónica González
Si los directivos y/o editores no dan opción al diálogo y deciden publicar una información falsa con la firma del periodista, lo primero es hacer el máximo esfuerzo para sacar su firma de esa ota. Avalar con su firma una noticia falsa es una falta ética que le traerá consecuencias. Además, ese es un camino de violación a la ética y de sometimiento y falta de dignidad profesional en que se sabe cuándo se inicia, pero no hasta dónde te llevará.
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¿Cómo puede el periodismo blindarse de las noticias falsas?
Por ello, si fracasas, lo óptimo, es renunciar al medio. Pero si no estás en condiciones de renunciar porque necesitas esa remuneración, y si la información falsa igual se publica sin tu firma, habrá que agilizar los nexos entre periodistas del medio para emprender una acción más colectiva que haga fuerza en la redacción para intentar impedir que esas malas prácticas continúen y, de no ser posible, que ellas sean conocidas. Ya sabemos el enorme daño que provoca a los ciudadanos y a la democracia la difusión de noticias falsas.
Respuesta de Javier Darío Restrepo
Pretender que un periodista como parte de su trabajo difunda falsedades es tan absurdo como si se pretendiera que los médicos atentaran contra la salud de sus pacientes, que un abogado indujera a sus clientes a violar la ley, o que un sacerdote abjurara de su fe. En cualquier caso sería renunciar a la propia identidad. Si se da el caso del periodista que a sabiendas informa falsedades, esto solo se explica como un acto de inconsciencia o como una aberración posible de repudio de la propia identidad.
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En un caso como el que plantea la consulta debe intentarse el diálogo que permita hacer ver que la difusión de una información mentirosa a nadie conviene y a todos hace daño: al medio, al periodista y a las audiencias. El medio pierde credibilidad y gana desconfianza hasta llegar a convertirse en desechable; si el medio no es para dar información creíble, ¿para qué más sirve? La misma consideración vale para el periodista, cuya razón de ser, personal y profesional, es la verdad; y una comunidad informada con mentiras, es manipulable y queda sometida a confusión.
Si es necesario, frente al editor o director que insisten en la publicación de falsedades, cabe la posibilidad de demostrar cuál es la verdad y cuál la falsedad; es menos deseable la otra opción, de exigir que la publicación no vaya avalada por el nombre del periodista.