Si los lectores tienen el derecho de conocer las fuentes, ¿qué pasa cuando las fuentes se niegan a dar su nombre porque el tema es delicado? ¿Poner nombres ficticios resta credibilidad al periodista? Las razones que tiene el periodista para revelar a los lectores el nombre de las fuentes, son:
• Esa identificación permite al lector saber si se trata de una fuente calificada o no; si se trata de una fuente interesada en producir un efecto con su declaración o no. Es decir: es un dato que aumenta la credibilidad del texto y del periodista.
• Identificar la fuente da al lector la seguridad de que el periodista no ha utilizado el recurso de mencionar fuentes no identificadas, cuando no existen y no son otras que el propio periodista.
• Esa identificación de fuentes es propia de trabajos científicos, porque permite a los lectores buscar esas fuentes para mantener o continuar la investigación sobre el tema.
Cuando no es posible identificar la fuente debe dársele al lector, al menos, una indicación sobre la autoridad de la fuente: vg. “una fuente del ministerio de defensa”, “ especialistas de la facultad de economía…”, “Un investigador sobre temas médicos”. Es lo menos que puede hacerse para que el lector sepa por qué se ha acudido a esa fuente.
Por otra parte, la negativa de la fuente a ser identificada, no puede ser aceptada sin más. ¿Por qué se niega? Habría que investigar la posibilidad de que la fuente quiera convertir al periodista en “idiota útil” y tirar la piedra y esconderse detrás del periodista.
Usar nombres ficticios es una forma de mentirle al lector y de contaminar el espíritu de una profesión cuya esencia es el compromiso con la verdad.
Documentación.
El pacto con el lector incluye:
• Revelarle las fuentes y los métodos para conseguir la información. Hay que explicarle cómo descubrió el periodista sus datos y en qué se basa para creer que son ciertos. Si una pieza clave de la información proviene de una fuente interesada, es bueno hacérselo explícito al lector para que sepa que se encuentra ante una información potencialmente sesgada. Si, por ejemplo, está haciendo el balance de una guerra, es bueno decir que esta información fue aportada por un funcionario del sector defensa, para que el lector decida si le cree o no.
• El periodista debe ser humilde y reconocer qué sabe a ciencia cierta y qué es especulación, sobre todo en el cubrimiento del conflicto hay una zona gris donde le quedó prácticamente imposible al periodista saber con certeza qué sucedió. En este caso es bueno decir: esto es lo que dice fulano pero no tuvimos forma de constatarlo.
• El periodista no debe apelar a la fórmula de ‘según fuentes expertas’ cuando en realidad la información la aportó una sola persona.
• En caso de duda, abstenerse; si no está seguro de que un dato es cierto, es mejor no publicarlo hasta verificar.
• Someter la fuente a un test de veracidad. Kovach y Rosenstiel en “Los elementos del periodismo” hablan de la importancia de una edición escéptica. Su propuesta consiste en valorar la noticia frase por frase, declaración por declaración, preguntándose: ¿cómo hemos sabido esto? ¿Por qué el lector debería creer esto otro? ¿Qué suposiciones oculta esta frase? La fuente que mienta debe ser tratada con cautela la próxima vez. Algunos periodistas revelan la fuente cuando esta mintió pues el pacto de confidencialidad supone la veracidad de la información.
Juanita León, Relaciones entre la fuente y el periodista. Proyecto Antonio Nariño, Bogotá, 2004. P. 20
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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