El nuevo gobierno mexicano ha publicado una cartilla de moral. ¿Es este un papel de los gobiernos?
Respuesta de Jorge Cardona
Los gobiernos suelen y pueden dar directrices sobre las conductas que quieren hacer prevalecer en su gestión. Pero lo importante es que esas normas se cumplan en beneficio de los ciudadanos, y que ellas no transgredan los intereses legítimos de quienes se oponen a ellas. En otras palabras, cualquier organización humana, y mucho más un gobierno, está en su derecho de elaborar manuales de comportamiento frente a los asuntos públicos. Pero lo primordial es que estos catálogos de buenas intenciones se traduzcan en obras para mejorar la vida en sociedad.
Respuesta de Gumersindo Lafuente
Se aleja esta pregunta del objetivo de este consultorio, pero puedo dar mi opinión personal. No dudo de las buenas intenciones del nuevo presidente de México, tampoco de su sincera preocupación por la corrupción y la pérdida de valores éticos de una parte de la sociedad mexicana (algo que sufrimos también de manera importante en España). Sin embargo, creo que el principal papel de un gobierno es dar ejemplo desde el primer día de su mandato, con sus obras y sus palabras, de ese sentido ético. Los principales referentes deben ser la constitución y las leyes. El respeto a estas normas y su cumplimiento por parte de todos sería la mejor receta para enfrentar tan delicada situación.
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Respuesta de Mónica González
Las cartillas de moral –sea quien sea quien las emite y difunde- siempre me han parecido inútiles y hasta sospechosas. No conozco esa cartilla. Y no creo que sea a punta de cartillas que un gobierno pueda imponer nuevas normas de probidad y moral para garantizar derechos mínimos, como el derecho a la vida. Más aún en tiempos en que la corrupción y los abusos han dejado una huella de daño y descrédito que sigue creciendo. Lo que en muchos países se demanda es algo tan simple como que la justicia funcione y sancione.
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Respuesta de Javier Darío Restrepo
No es un papel que los gobiernos puedan cumplir con solvencia moral. Salvo que la cartilla sea un reglamento de comportamientos cívicos: cómo pagar impuestos, cómo transitar por las vías, cómo informar a las autoridades, etc. Estas son normas que se hacen cumplir coactivamente con instrumentos como las multas, detenciones, prisión, etc., con los que la autoridad obliga.
Si la pretensión del manual es la de identificar la moral con la moral cívica se estaría cometiendo el error de confundir lo que se puede imponer desde fuera, con los ideales éticos y sus normas que no se pueden imponer desde fuera porque son mandatos que cada persona se da. Uno es ético por decisión propia, en la que no interviene ninguna autoridad.
Para que esos reglamentos ciudadanos puedan imponerse se requieren unos acuerdos que corren el peligro de convertir las normas en formalidades o de atribuirles el poder cuasi mágico, de que hecha la norma, desaparecido el problema.
A diferencia de la ética en que cada uno es el juez y el vigilante del cumplimiento de su compromiso personal.
Hay que agregar otra diferencia: cuando el ciudadano enfrenta el cumplimiento de un reglamento (sea tributario, de tránsito o migratorio) tiende a cumplir lo mínimo por propia conveniencia; frente al compromiso ético se busca lo máximo porque es un pacto consigo mismo y es de excelencia, no de solo cumplimiento.