“Todo intento de sobreponer una verdad particular vuelve una entrevista en un engaño”
25 de Septiembre de 2018

“Todo intento de sobreponer una verdad particular vuelve una entrevista en un engaño”

Foto: Unplash. Compartida bajo licencia Creative Commons.

¿En una entrevista es habilidad periodística poner contra las cuerdas al entrevistado?

Respuesta:

El ideal ético de una entrevista tiene en cuenta, entre otros, los valores de la relación con el entrevistado, en primer lugar, y luego con la audiencia.

Al entrevistado se le debe el respeto que merece toda persona, intensificado por la condición que asume de colaborador del periodista que busca información y encuentra allí una fuente. Al respeto se agrega el reconocimiento de esa ayuda y la lealtad a las condiciones pactadas para la entrevista. Son valores que guían aún en el caso de los entrevistados que ocultan la verdad o la deforman. La reacción del periodista en esos casos ha de ser de una dignidad superior porque está representando en ese momento a su audiencia.

A esta audiencia se le debe la verdad. En un programa informativo -sea de radio, de televisión, en medio impreso o digital- el receptor de información es mucho más que un simple espectador; está allí para avanzar en su conocimiento de la verdad de los hechos o de las personas, y todo intento de manipular la verdad para sobreponerle una verdad particular del periodista o del entrevistado, vuelve la entrevista un engaño; deja de aparecer la verdad que debe resultar del sincero esfuerzo de los interlocutores para avanzar en su búsqueda, y en su lugar emerge el intento de imponer una verdad particular con trucos de propaganda.

Este escamoteo de la verdad pervierte la entrevista y la transforma en un engaño para la audiencia, en un irrespeto para el entrevistado y en un ejercicio de intolerancia. Esto explica el rechazo que producen estas entrevistas. Más cercanas a una egresión que a un intercambio inteligente de información.

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¿El periodista puede "acomodar" las entrevistas?

Documentación:

Dustin Hoffman relataba su propia y decepcionante experiencia como entrevistado: “Ya tenían decidido lo que yo era. Acababan de encerar el piso cuando llegó la periodista. Husmeó el aire y concluyó: ¿Has estado fumando yerba? Le respondí que el olor era de cera y me contestó: vamos… sé como la monta gente como usted”.  El entrevistador es la fuerza más poderosa a la hora de fabricar mentirosos e hipócritas. El hombre que se presta a una entrevista sabe que cualquier cosa que diga será publicada. Así, pues, expresa toda clase de hermosos y falsos sentimientos que piensa serán del agrado del público.

El objetivo que subyace a la tarea de un gran entrevistador es el de abrir los labios de la sabiduría, hacer hablar a la esfinge.

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Un entrevistador victoriano, Frank Banfield, percibía la entrevista como “cosa de dos cerebros, dos personalidades, dos puntos de vista que entran en contacto. Y en la medida en que ambos jueguen correctamente sus bazas, la entrevista resultará brillante y atractiva de leer, o mortecina y tediosa”.

Con motivo de una entrevista de Maureen Orth a Margaret Thatcher para Vanity Fair, la exprimera ministra hizo su propia copia de la conversación. Lo publicado retrataba a Thatcher como una persona perdida y confusa tras abandonar su cargo e incluía una cita en la que parecía denigrar el valor de la vida doméstica: “El hogar es el lugar al que uno se dirige cuando no tiene nada mejor que hacer”. Días después se produjo una protesta de la oficina de la señora Thatcher que entregó una transcripción literal de la entrevista. Las palabras originales habían sido condensadas y la observación de Vanity Fair había sido hecha en el contexto de unos hijos ya crecidos, una cita dentro de una cita que ella había imaginado diciéndole a sus hijos y no una descripción de su propia actitud hacia la vida doméstica.

Christopher Silvester, introducción a Las grandes Entrevistas de la historia. Aguilar, Madrid 1997. P. 25, 27 y 65.

 

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