Una bomba explotó al paso de un bus en el que viajaban infantes de marina. ¿Qué hacer ante este hecho? ¿Callarlo? ¿Informarlo? ¿Cómo? ¿Podría convertirse en una noticia positiva a pesar de ser negativa? ¿Cuál sería del deber ético en este caso? R. Se trata de romper el dilema: o periodismo negativo, o periodismo positivo; o periodismo rojo, o periodismo rosa.
El primer extremo es el del periodismo sensacionalista, más preocupado por la ganancia que por el servicio informativo. El otro extremo es sospechoso de manipulación publicitaria porque recorta la realidad para mostrar solo una parte de ella.
Realidades como la de un atentado, una catástrofe o un derrota deben ser comunicadas con un propósito diferente del de asombrar, excitar, atraer o entretener. En vez de eso el periodista informa para hacer entender y, por ese camino, estimular la participación.
Este propósito implica para el periodista ir más allá del hecho mismo para averiguar antecedentes, contextos, proyecciones del hecho que, finalmente, conducen a la propuesta.
Mediante el recurso a expertos e investigadores, el periodista plantea al receptor de su información las posibilidades que genera el hecho y las convierte en propuestas concretas. Cuando esto sucede, la información aporta esperanza e induce cambios en la historia de cada día.
Documentación
Durante medio siglo los periodistas nos habituamos a vivir la guerra y a narrarla. Desde los medios de comunicación la agenda promovió, y los sigue haciendo en líneas generales, el lenguaje de la confrontación y la exhibición de los horrores que ella produce.
En no pocas ocasiones los procesos de negociación permitieron al periodismo avanzar en la construcción de una nueva narrativa. Pero, a excepción del período de desmovilización de cinco organizaciones guerrilleras en los albores de los noventa, cundo hubo un ejercicio de reconstrucción de la memoria histórica de pasajes escenificados en las dos décadas anteriores, los medios tradicionales han sido esquivos a esa alternativa.
La disculpa de los estudios de sintonía –que parecerían favorecer a los informativos que presentan una mirada belicosa– en realidad enmascara una agenda contraria al fin de la guerra interna, a la reconciliación y a la acogida dentro de la sociedad de los actores del conflicto.
Frente a esto, los periodistas no pueden aceptar que la única agenda posible sea la política editorial del medio donde laboran. Para construir nuevas narrativas es importante que los trabajadores de los medios creen su propia agenda, construyan un nuevo glosario, que eliminen conceptos que favorecen la penetración de un lenguaje guerrerista y, sobre todo, que aprovechen todos los espacios para divulgar sus escritos.
Convencer a los editores de que ha llegado el momento para acompañar, desde los medios, este proceso que parece irreversible, es tarea de los periodistas todos los días y en todas las horas. Refugiarse en géneros como el reportaje y la crónica es otra alternativa para contar episodios y descubrir personajes que son ignorados en las informaciones cotidianas.
Hoy, en los nuevos medios que se desarrollan a partir de la era digital, hay otro nicho para la emisión de buenos contenidos.
Y, principalmente, es imperativo que cada uno entienda que para narrar la guerra es necesario cambiar el chip mental con que trabajamos durante medio siglo, para prepararnos a cubrir y relatar el postconflicto en Colombia.
Olga Behar en Pistas para narrar la paz, Consejo de Redacción, Opciones Gráficas Editores Bogotá, 2014, pp. 121, 122.
Consultorio Ético de la Fundación Gabo
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