¿Es ético ejercer el periodismo y al mismo tiempo activar en una ONG capacitación y organización de jóvenes para combatir la corrupción? Cuando las actividades que ejerce el periodista son compatibles, el único óbice es la distribución del tiempo para cumplir lo pactado en el contrato de trabajo.
El trabajo periodístico en el caso de la consulta puede complementarse con la capacitación para combatir la corrupción. Al fin y al cabo el periodista ejerce una profesión con alto contenido pedagógico, mientras la lucha contra la corrupción tiene lugar principal en su agenda profesional.
Dejan de ser compatibles las actividades que obedecen a intereses que se excluyen, por ejemplo, el ejercicio del periodismo y el de las relaciones públicas o la publicidad. El periodismo supone una independencia total respecto de intereses comerciales, mientras publicistas y relacionistas sirven intereses de esa clase; lo mismo habría que decir de las relaciones públicas a candidatos, políticos o gobernantes, claramente opuestos a la independencia con que el periodista debe informar sobre políticos o gobernantes.
Esta radical independencia es una exigencia debida a los lectores que difícilmente podrán creerle a un periodista relacionista o publicista. En cualquier caso su compromiso con la verdad estará en tela de juicio puesto que se impondrá la duda: ¿a quién sirve el periodista que trabaja limitado por los intereses publicitarios o de relaciones públicas?
El lector necesita confiar plenamente en el periodista, sin ningún asomo de sospecha. Si, en cambio, lo ve aplicado a la lucha contra la corrupción, no habrá duda alguna sino la reafirmación de que se trata de alguien que sirve al bien común.
Documentación
Siempre ha habido periodistas que han desafiado o eludido las normas sobre independencia.
En 1980 el columnista conservador George Will, partidario extremo de Ronald Reagan que a la sazón era candidato a la presidencia, le ayudó a preparar el debate de candidatos que lo enfrentó al presidente Jimmy Carter. Tras el debate Will intervino como comentarista en la cadena ABC y alabó la intervención de Reagan, al que calificó de “pura sangre” bajo presión.
El asesoramiento secreto no era nuevo. Walter Lippman escribió discursos para varios presidentes. Pero la tardía revelación de este hecho, hasta entonces secreto, ensombreció su reputación.
En el caso de Will la novedad consistió en que declaró que para él el asunto no tenía importancia. Cuando se supo que había asesorado a Reagan, Will se limitó a tachar de quisquillosos a sus críticos. “El periodismo, igual que le sucede a la administración pública con esa terminología del conflicto de intereses, está ahora infestado de personas de pequeños termómetros morales que se lanzan a tomar la temperatura de otras personas, difundiendo como harían los confusos moralistas, unos escrúpulos estúpidos y todo tipo de aturdimientos”.
El argumento de Will no era ideológico, sugería otra cosa, algo que otros con independencia de su ideología podrían suscribir: que la moralidad o la ética del periodista es algo subjetivo y no relevante. Ese argumento tenía un único problema, el mismo que revela por qué el concepto de independencia está basado, en última instancia, más en cuestiones prácticas que en disquisiciones teóricas. Will había mantenido en secreto el hecho de que había asesorado a Reagan. No quería que sus lectores supieran que había contribuido a esa misma intervención del presidente que tan elogiosamente había comentado.
El gesto de Will no es nuevo, pero socava la credibilidad del periodista.
Bill Kovach y Tom Rosenstiel: Los elementos del periodismo. Ediciones El País Bogotá, 2003. Pp 139-140