“La identidad falsa es un truco que desnaturaliza el ejercicio profesional”
8 de Mayo de 2018

“La identidad falsa es un truco que desnaturaliza el ejercicio profesional”

Foto: Unsplash, compartida bajo licencia Creative Commons

Lo de Wallraff, que se hace pasar por reportero de un diario, o trabajador de puerto para descubrir algo, ¿es inmersión? ¿Es mentira sobre su identidad y por tanto engaño?

Respuesta:

Parecen iguales como gemelos, pero en realidad no lo son.

El periodista que miente sobre su identidad y actúa como un infiltrado es distinto del que, para describir la angustia de las familias que allí habitan, se va a vivir a una vereda acosada por los bandidos, o los guerrilleros o los paramilitares durante el tiempo necesario para documentar su crónica.

En el primer caso hay falsedad de base que contradice lo que el lector espera encontrar en el periodista, o sea un compromiso radical con la verdad.

Si después de esa farsa su trabajo se convierte en papel desechable porque nadie le cree, la explicación de ese rechazo quedará clara: no se le puede creer a quien utiliza la mentira como instrumento de trabajo.

En el segundo caso todo es verdadero: todos saben que es periodista, convive con la gente como periodista y corre los naturales riesgos e incomodidades de la inmersión porque busca la verdad completa de las víctimas.

La identidad falsa para engañar a las fuentes es un truco tramposo que desnaturaliza el ejercicio profesional; la inmersión en las realidades que se quieren describir es un recurso de quien ejerce la tarea de informar como una misión. Es la diferencia entre estas dos maneras de acercarse a la realidad.

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Documentación

Quiero detenerme en el tipo más difícil de crónicas o reportajes narrativos en primera persona. En ellos el autor no es testigo o personaje secundario sino mero protagonista. Alma Guillermoprieto es la protagonista de La Habana en un espejo; George Orwell es el protagonista de “Homenaje a Cataluña, Tim O’Brien es el protagonista de Si muero en zona de guerra…

En estos textos, el periodista narrativo ha vivido experiencias que lo marcaron profundamente. Después de mucho escribir sobre otros vuelve la lupa hacia sí mismo. Hace esto porque su pasado tiene que ver con un hecho, con un acontecimiento, un personaje -lejano o reciente- de genuino interés noticioso. Fuimos parte de la Historia, aunque fuera uno de sus oscuros arrabales, y decidimos contar esta historia como si estuviéramos entrevistándonos a nosotros mismos en vez de entrevistar a otro.

Por ejemplo, si John Hersey hubiera estado en la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 cuando cayó la primera bomba atómica de la historia, tal vez hubiera pensado en contar su propia experiencia. Tendría sentido. Pero como llegó meses después, decidió no contar lo que vio el día que llegó, ni cómo lo impresionó esa visión, sino comenzar con el día en que el cielo se oscureció y un viento inexplicable barrió con todo, contado por los que sí habían estado ahí.

¿Qué hubiera agregado el yo en esta historia? Hersey ni siquiera cayó en la cuenta de intentarlo.

En sus memorias, Vivir para contarlo, García Márquez narra el proceso de entrevistas, relación con el personaje, escritura y reacción del público, todo lo que sucedió alrededor de Relato de un náufrago. Pero en el texto en sí, tan ausente está la primera persona del autor, que el libro está en otra primera persona: la del personaje. García Márquez se borra de tal manera que no aparece ni siquiera su descripción del protagonista, a quien vio día tras día durante semanas.

Pero hay que tener mucho autocontrol para salirse de manera tan radical de la escena.

Roberto Herrscher en Periodismo Narrativo. Icono Editorial. Bogotá, 2018.P. 195

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