Un periodista publicó un tuit en que incitaba al asesinato del candidato de izquierda a la presidencia. Los colegas desaprobaron esta incitación al delito y fue despedido. También hubo la opinión de que se había vulnerado su libertad de expresión. ¿Por qué fue equivocada la acción de ese periodista? ¿Cuál es nuestro papel? Muchas gracias por su atención y por su respuesta. Saludos cordiales.
Respuesta:
Incitar al asesinato no es solo un acto contrario a las leyes, también es contrario a la ley natural. Esa incitación, hecha por un medio de comunicación, es un hecho alarmante por el peligro que representa para la sociedad el que un mensaje de esa naturaleza tenga difusión tanto por sus efectos inmediatos como por su influjo a la larga. Mensajes así contribuyen a la creación de una actitud permisiva de desprecio de la vida humana.
Y que sea un periodista quien incurra en esto es vergonzoso para la profesión y peligroso para la sociedad. Pero debe agregarse a los anteriores el indispensable comentario a la idea de que alguien pueda tener libertad para pedir la muerte de una persona por diferencias políticas. Es un error que proviene de la idea de que la libertad debe ser absoluta.
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No hay libertades, ni derechos, ni verdades absolutas. La libertad y los derechos van hasta donde comienzan las libertades y derechos de los demás; por eso nadie es libre para amenazar de muerte, ni para matar, ni para calumniar, ni para robar, ni para mentir. El asesinato, la calumnia y la mentira, por ejemplo, violan – ¡y en qué forma! – el derecho ajeno a la vida, a la honra, a la verdad.
Así un ladrón no puede alegar como justificación de su robo el derecho al trabajo, o un asesino el derecho a hacer uso de sus armas, ni el calumniador la libertad para destruir honras ajenas con su palabra.
La libertad de prensa no es, pues, un derecho absoluto; la limitan los derechos de los demás.
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Documentación:
Las actuaciones de una sociedad democrática descansan en el respeto a unos derechos fundamentales cuya defensa genera, inevitablemente, conflictos. Es la aparición del conflicto entre derechos básicos lo que exige la presencia de la ética, única instancia, por otra parte, desde la que el tal conflicto se plantea. Porque es una convicción ética la de que todos los derechos merecen igual respeto y que no es lícito preferir uno de ellos excluyendo a los demás.
Para entender bien en qué consiste el conflicto entre los derechos conviene recordar que los derechos humanos nacen con la modernidad y como derechos individuales: derechos del individuo a que sea protegida su libertad de conciencia, expresión, asociación o movimiento. Esa libertad no puede ser absoluta, precisamente porque cada individuo debe, a su vez, respetar la libertad de los otros. No es disparatado decir que todos los derechos son formas del derecho a la libertad: el derecho a la vida, el derecho a la seguridad, la igualdad ante la ley, el derecho de constituir familia, a trabajar, el derecho a la salud o la inviolabilidad del domicilio son perfectamente interpretables como condiciones o formas de la liberta...
... Los grandes filósofos liberales entienden que no es lícito utilizar la libertad para cualquier fin o de cualquier manera, que no nos está permitido ser libres a costa la libertad de los demás y que somos libres para proteger nuestra individualidad y no para dejar que los poderes políticos o sociales acaben por aplastarla.
Estos dos criterios son los que deberían dirigir el juicio ético sobre los medios de comunicación. Los medios realizan una función mediadora entre la realidad y quien no tiene acceso directo o fácil a ella. A esa función mediadora se la llama comunicación porque se realiza a través del lenguaje en el sentido más amplio. Si la libertad de palabra es un derecho de todos, lo es más propiamente – si se puede hablar así – de quienes tienen por oficio el uso de la palabra; los profesionales de los medios. Un uso de la palabra que no tiene más remedio que ajustarse a dos grandes limitaciones, si quiere ser respetuoso de los derechos de cada cual: no debe perjudicar a la libertad de nadie y debe utilizarse para bien y no para mal.”
Victoria Camps en El lugar de la ética en los medios de Comunicación. (Éticas de la Información.) Tecnos, Madrid, 1995. p. 56, 57.